Capitulo 2: Lori Ivanov.

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 Lori es el menor de los tres hermanos de la familia Ivanov, se podría decir que era la oveja negra, el que no encaja y sobra en la ecuación. Su cabello rubio, su personalidad suave y amable y sus enormes ojos dorados, tan parecidos a los de un zorro, había echo que hasta su madre le de la espalda y le repudie. Ahora, a sus cinco años, ya sabia mucho más del mundo que cualquier otro niño de su edad, su apariencia y sus llamas no eran dignas se pertenecer a los Ivanov, era demasiado indigno como para serlo. Todos los de su familia son Cielos, todo excepto su madre Inna, quien es la guardiana de la Nube de su padre, Luka Ivanov, un Cielo muy ambicioso y corrupto.

¿Por qué no encajaba?

 Su hermano mayor, Alek, siempre fue el favorito de su padre; siendo el mayor de los hermanos y un muy poderoso elemento Cielo, de grandes habilidades físicas y con una inteligencia al nivel de un genio, básicamente todo en él era perfecto, su simple existencia fue suficiente para ganarse el favoritismo de sus padres con facilidad. Su lacio cabello castaño oscuros y ojos violetas, de piel pálida y mirada calculadora, lo hizo ser la copia perfecta de su padre. Zina, su hermana mayor es la favorita de su madre; una joven hermosa de ondulado cabello negro y mirada seductora, de ojos color café oscuros y rojo labios carnosos. Zina es una muy buena luchadora, pero muy egocéntrica y malcriada. Ambos hermanos profesaban un profundo odio hacia el pequeño Lori, quien de los tres era el más humilde y bondadoso y su llama del Cielo eran la más pura y cálida de la familia.

 Lori observa hacia la nada de forma distraída, él se encontraba recostado en el bosque mirando hacia el celeste cielo con aburrimiento, odiaba su condición como el elemento de la armonía con toda su alma, si fuera por lo menos un sin llamas tendría una vida tranquila. Pronto entraría a la primaria, en donde le prepararían para poder serle de ayuda a sus futuros guardianes, que por cierto, no quería.

- "La vida es cruel" - pensó soltando un suspiro de nostalgia, él quisiera que sus padres le trataran igual que a sus hermanos mayores, o que por lo menos le notaran. Pero él sabia que no se podía todo en la vida y que esto es lo que le había tocado vivir.

- ¿Qué haces jovencito? - le pregunto una voz un tanto juguetona.

 Lori giro la cabeza con pereza, observando a aquel hombre mayor de cabello negro con raíces blancas que no había escuchado acercarse ni había sentido su presencia, extraño. Aquel hombre vestía un elegante traje azul y zapatos de cuero negro y llevaba un elegante bastón de metal con el que se sostenía en pie en su mano derecha. En el mango del bastón tenía un águila de plata con las alas extendidas, bastante fino y llamativo en su opinión.

- Pienso... - le respondió tranquilamente sentándose en el suelo con pereza, observando al mayor con curiosidad. Sus grandes ojos dorados no perdían de vista la joya que el anciano poseía porque al parecer ese anillo había sido el objecto con el que el pacto entre Cielo y elemento se llevo a cabo - un gusto señor, mi nombre Lori - se presento recordando sus modales.

- Jejeje, el gusto es mío jovencito - le respondió el mayor revolviendo cariñosa mente los cabellos rubios del menor - mi nombre es Zivon - se presento sonriendo al niño para luego adoptar una actitud seria, encendiendo sus llamas de repente y tomando por sorpresa al pequeño.

- Niebla... - murmuro fascinado al ver como las llamas color lavanda cubrían el bastón que Zivon sostenía con tanta facilidad - "Con razón no le oí llegar" - pensó sonriendo para si mismo.

- Quiero pedirte un favor, chico - dijo el peliblanco mirando fijamente al niño con sus profundos ojos celestes.

- ¿Un favor? - le pregunto ladeando inocentemente la cabeza hacia un lado, haciéndole ver aun más tierno de lo que ya era.

- Sip, bueno, no es exactamente para mi... - dijo llevándose una mano a su barbilla, meditando bien su respuesta.

- ¿Y entonces para quien es el favor? - le pregunto con curiosidad, observándole atentamente con esos ojos dorados que tanto se parecían a los de un zorro.

- Para ellos - le dijo moviendo su vasto cubierto de llamas lavanda de arriba a abajo, haciendo que una densa niebla comenzara formarse en forma de ocho esferas en total, girando levemente hasta formar cuatro esferas de cristal. Lori abrió su boca horrorizado al ver lo que las esferas le mostraban: niños retorciéndose y gritando de dolor, algunos sangraban y otros simplemente se encontraban agazapados en una esquina, temblando, agarrando sus cabezas con histeria mientras se balanceaban de un lado a otro. Había uno que se encontraba recostado en una cama durmiendo, pero él sabia que no estaba bien, su respiración mermaba a cada segundo que pasaba y el tono pálido y enfermizo de su piel no podía ser normal - necesitan tú ayuda, están entrando en Discordia. Solo tu llama puede salvarlos.

- ¿Cómo lo hago? ¿Cómo los ayudo? - le pregunto sin despegar la mirada de las esferas, observando con un punzante dolor en su pecho como esos niños sufrían la discordia de los elementos.

- ¿Lo aras? - le pregunto incrédulo, entrecerrando sus ojos celeste con cautela. Lori desvió unos segundos la mirada para poder observan al anciano a los ojos asintiendo sin dudar de su decisión, él solo quería que el sufrimiento de esos niños parara - gracias, es muy noble de tu parte... - dijo cerrando sus ojos y bajando la cabeza a modo de agradecimiento, escondiendo sus ojos cristalinos que amenazaban con derramar lagrimas de tristeza, ese niño era tan amable y bondadoso que le causaba un gran vació en el corazón. Solo le rogaba a dios para que ese pequeño se mantuviera así y no se corrompiera con la suciedad de su familia.

- ¿Se encuentra bien? - le pregunto acercándose lentamente, observándole con mucha preocupación, le pareció ver que Zivon lloraba.

- Si, es solo la edad. Mientras más viejo es uno, más sentimental se pone - le dijo sonriendo con tristeza, limpiándose las lagrimas con la palma de su mano izquierda - ten, con esto podrás ayudar a esos pequeños - le mostró pequeños anillos de plata que saco del bolsillo de su saco con su mano derecha: eran ocho en total y cada uno tenia un pequeño cristal del color de las llamas de la vida - ponte este, y entrégales los demás a los niños, de esa manera el dolor parara - decía entregándole uno con un cristal anaranjado, el color de la llama del Cielo - pero debo advertirte que al ponértelo, te convertirás en un sin llamas.

- ¿En serio? - le pregunto esperanzado, un sin llamas, lo más bajo de la sociedad pero eso era lo que él siempre quiso ser. Zivon asintió algo extrañado por el brillo que tenían esos infantiles ojos dorados - ¡Genial! - exclamo con una sonrisa mientras se ponía el anillo sin dudarlo. Si sacrificando sus llamas ayudaba a alguien él lo aria sin dudar, porque primero estaba la vida y luego el estatus social.

 Al ponerse el anillo del cielo, los demás brillaron y comenzaron a absorber sus llamas, vaciándole lentamente mientras se llenaban de su llama de la vida.

- B-bien, te enviare con ellos - dijo algo perturbado, él pensó que ese pequeño actuaria como los otros Cielos a los que él fue a rogarles por ayuda: ellos fueron egoístas y ambiciosos, prefiriendo sus llamas antes que la vida de ochos pequeños que sufrían de la Discordia de sus elementos, que prácticamente pedían ayuda a gritos - tienes cinco minutos con cada uno, entrégales los anillos e intenta que no te maten.

- ¿Matarme? - pregunto alarmado. El anciano solo sonrió disculpándose y luego chasqueo los dedos, desapareciendo al niño del lugar con un sonido muy parecido a un latigazo al aire.  

Armonía y Discordia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora