"Tras una grave conversación con mi amante, Pedro y yo empezamos a pensar seriamente en fugarnos a Portugal y de ahí a las américas; la tapadera de "monjes viajeros con afanes de evangelización" podía resultar creíble durante un tiempo. Sin embargo, esa misma noche, el Cardenal de la diócesis visitó el lugar por sorpresa y nos encontró medio desnudos en el sofá cama de su despacho.
El doble rasero de la iglesia se aplicó de inmediato; Pedro y su "desviación" fue cubierto, aunque trasladado y degradado, y yo nunca volví a saber de él.
A mí me denunciaron a las autoridades de mi pueblo natal, quienes no tardaron en acudir a la caza del sodomita. Por suerte, yo sabía que vendrían a por mí y tuve suficiente tiempo para guardar la cruz de Guillermo en un cofrecillo minúsculo que enterré cerca de la iglesia.
En mi pueblo, las primeras risas y burlas fueron crueles al saberse que el hijo de Serrano no era rojo, sino maricón; pero tal degradación pública fue únicamente el prólogo de lo que me acontecería a continuación: me enviaron a una aislada prisión especializada en aplicar la ley de "vagos y maleantes" (llamada también Ley Glándula) puesta en vigor en 1933. Obviamente se requisaron todas mis posesiones familiares, repartiéndose a mitad entre la familia de Toñi (para cubrir los daños y perjuicios de mi horrenda conducta y la deshonra causada) y las propias autoridades estatales.
Tendrás que permitirme que no entre en demasiado detalle al respecto de las vejaciones, las humillaciones e incluso las violaciones físicas y mentales a las que todos los reclusos éramos sometidos a placer por aquellos perversos guardias. No tenían permitido matarnos o cercenarnos miembros, pero podían negarnos alimento o agua durante cierto tiempo o torturarnos de maneras muy creativas.
A lo largo de los siguientes meses perdí varios dientes, sufrí desgarros anales, me perforaron partes de mi cuerpo como pezones, testículos o glande, obviamente sufrí lesiones graves como rotura de nariz, costillas y los huesos en dedos de manos o pies; incluso me reventaron el globo ocular derecho, pero no me hicieron primeros auxilios y allí se quedó aquella masa de carne que pronto empezó a heder y supurar. Lo hacían de forma espaciada para no matarnos directamente y eso era aún más cruel. Cuando pensaba que se habían cansado de mí, volvían a ensañarse subiendo un escalón más en aquella interminable escalera de sadismo y dolor. Obviamente, todo ello lo hacían permitiendo que los demás reclusos lo vieran, para que supieran que cualquiera de ellos (o de nosotros, cuando yo era parte del público) podía ser el siguiente.
No diré más al respecto, excepto que mi desesperación llegó a tal límite que decidí quitarme la vida; y no era algo difícil, pues no nos habían quitado cordones o cinturones, como si les diera igual que nos ahorcásemos cuando nos diera la gana. Total, siempre había recambio de más maricones entrando en aquella prisión y faltaba espacio, hacinados como gusanos en las celdas, durmiendo unos encima de otros.
El suicidio era casi una liberación, pues la esperanza de escapar del edificio era impensable y vivíamos en un estado de miedo perenne. Al menos, cuando uno se quitaba la vida, él decidía el momento y la manera de irse; un último gesto de rebeldía. No creo que exista el infierno como castigo eterno para las almas malignas, pero si existe, no puede ser peor.
Sin embargo, la noche de antes de mi premeditada rendición se produjo un descuido entre los guardias; o quizá lo hicieron aposta para reírse del inocente que aprovechase aquella puerta abierta para intentar salir. Yo fui ese inocente. Corrí por aquellos pasillos oscuros intentando no escuchar los quejidos, lloros y lamentos de aquellos seres humanos condenados por no sentir igual que la mayoría, reducidos a escombros nauseabundos, menos que animales.
La base del edificio estaba llena de vigilantes, así que subí aquellas escaleras hacia lo alto tambaleándome por la debilidad, esperando encontrar un sitio donde esconderme o desde donde poderme descolgar por la fachada. Hallé una terraza abierta y salí acogotado por el miedo y la emoción, rozando la libertad con la punta de los dedos; aunque mi decepción fue tremenda al darme cuenta de que estábamos mucho más alto de lo que esperaba. ¿Cómo sobrevivir a una caída así? Quizá en otro estado, bien alimentado y descansado, hubiera conseguido descender con éxito, con exquisito cuidado y mucha suerte, pero era algo imposible con mis heridas, dolores y debilidad actual.
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Pridetwink
FantasyHace quince años, Dios descendió a la Tierra en la forma de un muchacho capaz de los más variados prodigios, aunque Él nunca aceptó dicho título. Gracias a los milagros que realizó, las desgracias del mundo fueron menguando hasta casi desaparecer; d...