Capítulo 4 - Cuento de Hadas

245 39 127
                                    


Obviamente, este era un helicóptero especial; negro y sin marca, completamente nuevo, con diseño claramente futurista y pinta de que ni siquiera un lanzacohetes podría derribarlo. Contenía un interior espacioso e insonorizado con un minibar ante un cómodo sofá, e incluso un pequeño cuarto de aseo. No creí que el presidente de los USA tuviera a su disposición uno mejor. El piloto y el copiloto se limitaron a guiarme y ofrecerme asiento antes de retirarse a la cabina delantera y dejarme completa intimidad.

¿Quién era IS20 y cómo podía permitirse poner a mi disposición este tipo de transporte? Eso mismo le pregunté a través del móvil, pero su escueta respuesta fue que me olvidase ahora de menudencias como esa y que me centrase en lo que estaba a punto de ocurrir. Eso sí, me recordó que esto no era ninguna clase de secuestro y que, en cualquier momento, podía arrepentirme y pedir que me trajeran de vuelta a España. ¡Ni loco me arrepentía! Esto era lo más excitante que podía ocurrirme en la vida.

Tenía acumuladas algunas llamadas y mensajes de familiares y amigos, pero les advertí que estaría fuera unos días, para que no se preocupasen.

En hora y pico llegaríamos a una localización situada en lo más recóndito de las Tierras Altas. Ya habíamos dejado atrás la capital de Escocia y las muestras de civilización iban quedando más y más lejos, sustituidas por un océano de frío y húmedo verdor sin fin en forma de praderas salpicadas por bosques bajos. Aquí y allá aún se percibían aldeas, pero lo más curioso era la sorprendente aparición de aislados castillos medievales en diverso estado de ruinas, así como las prístinas lagunas en cuyo fondo podría vivir alguno de los primos de Nessie.

Por mucho que traté de concentrarme para continuar con mi relato, me fue imposible debido a los nervios y al sordo rugir amortiguado de las aspas del helicóptero. Reconozco que el cansancio terminó jugándome una mala pasada y caí tan profundamente dormido que únicamente desperté cuando el aparato se posó en tierra.

Con rabia me di cuenta de que mi portátil se había quedado sin batería al haberlo dejado abierto sobre la mesa, y no supe si tendría posibilidad de volver a cargarlo antes del viaje de vuelta.

A todo esto, de vuelta desde... ¿dónde?

La puerta del helicóptero se abrió y la helada atmósfera me asaltó forzándome a sacar a toda prisa gorro, guantes, bufanda y plumífero de mi maleta. Había venido pertrechado para el frío, pero no me lo esperaba tan de repente. Aliviado, constaté que por lo menos no había nieve.

Ignorando a mis acompañantes, tan serios y estirados en sus uniformes que no invitaban a cruzar ningún comentario casual, me fijé en los alrededores. Desde lo alto de este cerro en que habíamos aterrizado sólo percibía herbaje en todas direcciones, excepto por el enorme bosque ante el que nos habíamos posado. Ni campos de cultivo, ni aldeas o caminos... Todo era natural y tenía pinta de llevar mucho, mucho tiempo sin ser hollado por pies humanos. Me fue imposible elucubrar sobre qué parte de Escocia era esta, pero este punto no era lo que me interesaba ahora mismo.

Pude ver algo sorprendente en la lejanía sobre los árboles, a unos cuantos kilómetros de mi posición: una aguja de cristal semitransparente y facetado, como una torre hecha con el propio arcoíris, cuya altura debía tener muchos cientos de metros y que inundaba con matices irisados las copas de los árboles circundantes.

Supuse que aquel bello despliegue de sobrenatural manufactura fue lo que llamó la atención de algún satélite, cuya información terminó llegando hasta IS20.

—¿Él... está cerca de aquella cosa de colores? —le pregunté al piloto, cuya impertérrita posición de "firmes" empezaba a fastidiarme.

El agente Russeldorf (según la placa de su pecho) se encogió de hombros tan disimuladamente que por unos momentos pensé que me iba a ignorar.

PridetwinkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora