Capítulo 27 - Su propio Dios

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Sonreí algo forzado mientras intentaba encontrar explicaciones plausibles. En mi fuero interno ya había vislumbrado algunos cabos sueltos con los que podía intentar forjar alguna teoría; y si hubiera tenido tiempo, hubiera dicho algo con más sentido; pero Ismael me necesitaba ahora, y todo (¡todo!) dependía de que le calmase y le diera una luz de esperanza a la que aferrarse.

—Vale, a ver... Si tu poder significa que tienes toda la creación a tu disposición, quiere decir que esa bolita que absorbiste contenía la esencia de todo lo que existe. No sabemos cuándo, cómo, por qué o quien creó el multiverso, pero sí sabemos que hubo un momento en que no existía nada, y ahora sí existe. De manera que hubo un momento de creación, un Big Bang multiversal si quieres llamarlo así; y en el centro de ese punto en que se creó, debían estar concentradas todas las posibilidades de lo que podía existir y que existiría.

—¿Qué? –Su confusión era evidente. ¿Cómo encontrar una explicación a una de las pocas preguntas cuya respuesta ni él mismo había querido encontrar en casi dos mil años? Y debía seguir hablando ya, o se daría cuenta de que estaba enlazando teorías casi al azar.

—Eso... ese centro de la creación debía ser la bolita que lo contenía todo. Una vez detonó el Big Bang y se expandieron todas las realidades de los planos, esa bolita con una impronta de todo lo que vendría o podría llegar a venir quedó... libre, vagando por el infinito de infinitos planos. Ese día, de casualidad, cuando saltaste del balcón... la bolita pasó por casualidad por este punto del espacio tiempo, y tú la tomaste para ti. —Mi cara debía ser un poema, entre una falsa felicidad y un terror absoluto. —¿Verdad que tiene sentido?

—¿Casualidad? —Compuso un gesto desconsolado. —De entre la infinidad de lugares y eras donde podía vagar ese supuesto contenedor del poder absoluto, ¿llegó a mí en el momento en que justo lo necesité? ¿Y dices que es... casualidad?

—Bueno, antes dijiste que no creías en el destino, ¿no? Así que, debió ser casualidad.

Su mandíbula se le marcaba fuertemente de tanto apretar los dientes, y su entrecejo acentuaba una mezcla de pena, decepción y enfado.

—No puedo, Néstor. No puedo... no me puedo creer algo así.

—¡La madre del cordero! —Maldije, pues sabía que, si conseguía hacer que Él creyera en algo, fuera lo que fuese, esa creencia sería la verdad, porque él tenía el poder de tornar lo que fuera en algo cierto. Y si le daba una verdad a la que agarrarse que le aligerase del manto de Deidad y responsabilidad que ahora atenazaban su fuero interno, podría salvarlo todo.

Como si hubiera tenido una epifanía (nunca más oportuna que ahora) en mi mente encajaron unas cuantas piezas.

—Vale, ¡vale! ¡Lo tengo! A ver... ¿Recuerdas lo que me dijiste que ocurriría si tú fueras omnisapiente? Es decir, si lo supieras todo de todos, en cada uno de los momentos en que el tiempo ha existido.

Al menos, parecía que le calmaba el escucharme y obligarle a pensar en otros temas.

—Te dije que no era posible que yo accediera a una verdadera omnisapiencia debido a que mi mente depende de mi cerebro y las neuronas humanas tienen un límite. Pero si trascendiera mi propia carne y me convirtiera por voluntad propia en un ser etéreo, en una mente sin cárceles materiales, sí podría llegar a tener esa omnisapiencia.

—Entonces, ¡podrías! —concordé—. Pero dijiste que no lo hacías porque... no era divertido, ¿verdad? Porque saber demasiado era como hacerte un spoiler de todo y de todos, y algo así terminaría por robarte el sentido de tu propia existencia. —Aceptó mi exposición con un lento cabeceo dudoso de su cabeza. —Okey, vale; pues... ahora imagina que había un Dios Creador, uno de verdad, uno que no eras tú; omnipotente, omnipresente, omnisapiente y todos los omnis que existan, ¿vale?

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