Capítulo 4

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"Lo mataré, lo mataré, lo mataré", se repetía mentalmente Damon, ofuscado. No comprendía cómo Alex había tenido el atrevimiento de arrastrarlo hacia ese lugar y dejarlo allí solo.

Pudo bajar a la sala de fumadores, tal y como era su plan original, pero algo lo retuvo allí. Ni él mismo podía explicarse qué lo llevó hacia la barra del bar en lugar de encaminarse escaleras abajo. Era innegable que sentía curiosidad. Jamás había estado en un burdel, de ninguna clase. Siempre había tenido un enorme éxito con las mujeres. De hecho, ellas parecían más proclives a pagar por él. Y un "harem" masculino, como le gustaba llamarlo a Alex, se le antojaba de lo más curioso. Ordenó un trago y sentado a la vera de la barra, se dedicó a observar los movimientos de ese sitio tan peculiar.

Los primeros sorbos de alcohol le ayudaron a recuperar la calma. Contempló con más serenidad el pequeño mundo que bullía silenciosamente a su alrededor. Hombres jóvenes, de todos los tipos físicos pero invariablemente atractivos, se paseaban por el lugar ofreciendo con suma discreción compañía, conversación o lo que sea que se requiriese de ellos. Como Alex había anunciado, había suficiente para satisfacer las exigencias de cualquiera. Jóvenes de aspecto varonil compartían espacio con otros de apariencia aniñada. Algunos esgrimían modales enérgicos, otros maneras suaves. Nada allí era vulgar o sórdido. Todos vestían de modo diferente pero igualmente impecable. Unos estaban ataviados a la manera de los profesionales londinenses, otros se adornaban con indumentaria informal y casi adolescente. Nadie levantaba la voz. Algunos conversaban con sus clientes reales o potenciales para luego perderse en las habitaciones. A primera vista, se diferenciaba muy poco del resto del club.

Su vista se fijó en los clientes. Hombres jóvenes y de mediana edad. Era evidente que la mayoría frecuentaba el lugar y hasta parecían tener sus favoritos. De hecho, era claro que el mismo Alex lo tenía.

"Algo tiene que ser de tu agrado", le había dicho su amigo. Más relajado y buscando matar el tiempo, Damon se propuso averiguar si él tendría razón. Recorrió con la vista a los muchachos presentes. "Lindos ojos", pensó al paso de un esbelto moreno de ojos verdes que hablaba con marcado acento italiano. "Bellos pómulos", se dijo acerca de otro al que de inmediato identificó como galés. "Sabes sacar provecho del gimnasio", pensó a la vista de un altísimo y atlético joven rubio. "Joder, ojalá tuviese yo esa cabellera" se dijo respondiendo a la inclinación de cabeza que le dedicaba un muchacho de salvaje melena ensortijada.

A la derecha del salón y algo retirados divisó a dos hombres conversando. El cliente era militar. Damon se sorprendió de que tuviese la osadía de concurrir allí con su uniforme. Supuso que el lugar debía ser lo suficientemente discreto como para permitírselo. La amplia espalda del oficial le impedía ver al joven que le hacía compañía. Notaba que ambos reían y parecían gozar de cierta confianza mutua. "Otro que ya tiene su favorito", pensó.

El de uniforme se acomodó en su asiento y Damon pudo por fin descubrir a su acompañante. "Adorable", pensó al ver al joven de corto cabello castaño y piel blanca como marfil. Reía mirando hacia abajo, como avergonzado, al tiempo que mordía su labio inferior. Así parecía festejar cada ocurrencia del oficial. Le pareció que debía ser uno de los más jóvenes o cuando menos lucía casi como un colegial.

Quiso seguir examinando al resto de los presentes pero no pudo despegar los ojos de la pareja que conversaba y de la tierna expresión aquel joven. "Si tuviese que estar con alguien de aquí, sería con él", se dijo y rió para sus adentros. "Parece que también yo encontré mi favorito", pensó.

Ambos se levantaron de sus asientos. El militar lo tomó por las mejillas y le dejó un último beso. Antes de partir, se volteó para verlo y el joven lo saludó con una sonrisa, llevando la mano derecha hasta su sien, al estilo marcial. A Damon le sorprendió la naturalidad con que ejecutaba ese gesto que suele verse tan ridículo en casi todos los civiles que intentan ensayarlo.

Ya solo, el muchacho se abrió paso en el salón. Se cruzó con dos clientes que parecían aguardar por alguien que no era él y amenizó su espera ofreciéndoles algo de conversación. Cuando creyó ver a su compañero acercarse, sonrió amablemente y se despidió dando la mano a ambos hombres. Si no le hubiesen advertido de qué lugar se trataba, Damon jamás hubiese pensado que ese joven encantador y de modales exquisitos estaba en pleno ejercicio de la prostitución.

Damon comenzó a vagar por el salón. Sin proponérselo, al menos no concientemente, se encontró a pocos pasos del muchacho al que había estado observando. Estaba de espaldas y Damon sintió el súbito impulso de hablarle. Sin saber qué decir, se limitó a aclararse la garganta. El joven se volteó sobresaltado.

-Oh...lo siento- dijo Damon- No quise asustarte.

-Descuida- dijo y volvió a sonreír mirando hacia abajo, mordiendo su labio- ¿Cómo podrías evitarlo? Da miedo lo guapo que eres...- dijo viéndolo sólo un momento antes de desviar su vista al suelo otra vez.

Damon movía su mandíbula pero seguía incapaz de articular palabra. "No es un colegial, después de todo", se dijo.

-A propósito, soy Graham- dijo extendiendo su mano para saludarlo- Supongo que no has venido por aquí antes, ¿verdad? Te recordaría si te hubiese visto.

-¡Oh, no! Sólo estoy...esperando a un amigo. Pero...supongo que va a demorar.

-¿Puedo servirte?

Damon se sintió turbado por la pregunta...y por el tono en que la dijo. Soltó algunos balbuceos sin sentido y Graham se sintió en la obligación de aclarar.

-Me refiero a si quieres que vaya por él o le avise algo de tu parte.

-Oh, no...no...creo que...que seguiré esperando.

-¿Te gustaría que tomemos un trago mientras esperas? Yo terminé por hoy.

-Sí, claro. Me encantaría. De hecho estaba un poco aburrido...

Graham rió de esa forma que tanto parecía gustar a Damon.

-Debes ser el único que lo está en este lugar...ojalá pueda remediarlo- y volvió a aprisionar su labio entre los dientes como si quisiera evitar que algún secreto escapase de su boca.

"Maldición. Ya deja de mover así la boca", pensó Damon presa de una turbación inexplicable.

-No me has dicho tu nombre...

-Lo siento. Soy Damon.

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