Capítulo 30

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Era el día de la boda. Damon apenas podía creer que estuviese ocurriendo pero naturalmente, estaba feliz. Y Graham...pues había comprendido ahora que una vida diferente era posible y se sentía dichoso. Por los dos.

Los invitados parecían ser los más sorprendidos. Quizá por eso todos habían confirmado su asistencia. Con seguridad, deseaban verlo con sus propios ojos. Dos años atrás, nadie en su sano juicio hubiese creído posible que algo así sucediera. Pero era cierto. Tan cierto como inesperado.

Damon había pasado la última semana en casa de Alex. Era una buena elección. Lo ayudaba a calmar la ansiedad y sin duda la breve separación daría nuevo sentido a la noche de bodas de una pareja que hacía ya tiempo compartía hogar y lecho. Había sido idea de Damon y Alex aceptó sin reparos. Le pareció una gran ocurrencia. No sólo eran viejos amigos, también disfrutaban de su mutua compañía.

Graham lo echaba de menos pero no tenía por costumbre entrometerse, menos aún si se trataba de Alex...el hombre que condujo a Damon hasta él. Un verdadero amigo y el más insólito de los celestinos.

También él había pasado la semana en compañía y pese a que aún así había extrañado a Damon, no tenía de qué quejarse.

-¿Estas listo, bello?- preguntó su huésped.

-Hace rato que lo estoy, ¿y tú?

-No estoy seguro...- murmuró desde el cuarto una voz dubitativa.

Graham entró.

-Déjame ver...- y examinó a su amigo de la cabeza a los pies- ¿Qué pasa contigo? Solías arreglarte como nadie...

-¡Estoy nervioso!- protestó.

-No veo por qué- dijo Graham riendo y retocando pequeños pero importantes detalles del atuendo de su amigo.

-Ya está- dijo echándole una mirada final- impecable, como siempre- sentenció satisfecho.


Faenas muy similares tenían lugar en casa de Alex.

-Te ves bien, amigo- dijo Damon al verlo bajar.

-Tú no te quedas atrás...

-La felicidad embellece, eso no lo ignoras.

Alex se arrellanó en el sillón. Dejó su mirada perderse al tiempo que una amplia sonrisa se instalaba en su rostro.

-¿De qué te ríes?- preguntó Damon.

-De solo imaginar las caras de algunos de los presentes.

Y los dos rieron juntos, barajando los posibles nombres de los más sorprendidos. Damon miró el reloj.

-Es hora, ¿no crees?

-Temo que sí- dijo Alex poniéndose de pie de un salto- ¿Te he dado las gracias, Damon?

-Muchas veces- respondió su amigo palmeando su hombro antes de partir.

En el ayuntamiento, los invitados esperaban. Hasta Dave estaba allí, con su perpetua expresión reprobadora ocasionalmente interrumpida por los oportunos golpes de codo propinados por su novia.

Damon y Graham volvieron a verse. Sonrieron pensando que ya habría tiempo de recuperar los días perdidos. Pero ahora, ellos y todos los azorados invitados sólo deseaban oír las palabras finales del juez de paz.

-Por el poder que me ha sido otorgado por la autoridad civil declaro a Steven Alexander James y Fabio Viterbo unidos formalmente en matrimonio. Felicidades.

Resonaron los aplausos. Los últimos rostros de decepción se rendían ante la evidencia de haber perdido al soltero más codiciado. Los compañeros de juergas interminables parecían despedirse del alma de todas las fiestas. Pero pese al embate que suponía su pérdida, la alegría de Alex seguía contagiándolos, como siempre lo había hecho.

-¿Feliz, Alex?- preguntó Damon al dejar el ayuntamiento junto a los recién casados.

-Muy- respondió con su imborrable sonrisa.

-¿Qué se siente beber de tu propia medicina?- preguntó con malicia.

-Que sabe muy bien, de hecho. Pero eso tú ya lo sabes. Llevas casado un año.

-Gracias a ti, supongo- asintió.

-¡¿Supones!? ¡Claro que gracias a mí!- protestó Alex.

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