Holly Sink es buena huyendo.
Huyó hacia Fareven, lejos de todos sus sentimientos, lleva un violín atado a su cintura y una tupida falda de tull como escudo.
Su vida reciente como universitaria no parece tan mal hasta que conoce la debilidad de todas...
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—Es mejor que no lo vuelvas a hacer.
—Pero...
Lanzo un suspiro y retomo mi atención a la ventana donde acaban de pasar dos aves. Una siguió su curso y la otra se detuvo en la rama más estable del árbol que hay en cada entrada de los departamentos para estudiantes.
Las residencias no tienen un árbol cada puerta principal. Aún así, sí tenemos maceteros, por lo que descubrí mientras huía por el balcón para ir por Marcell.
¡Tengo un balcón, compartido con Liza, con salida a la calle!
—No lo vuelvas a hacer, por favor.
—Es que...
—No, mamá. Ella no está para eso, recién está comenzando su vida universitaria y ya la estás descarrilando —cruzo una mirada con Marcell. Espero que mis ojos expresen que no estoy de acuerdo con lo que acaba de decir. Vuelve a hablar, esta vez observándome—. Sé que no lo hiciste de mala intención y que querías que este protegida en cualquier caso, pero creo que al menos debiste preguntarle.
Asiento en conformidad.
Desde hoy comienzan las clases de otoño y que sería de mí si mi hermano no hubiera escapado de las garras de Kevin.
El lío de la no aceptación del matrimonio, fue arreglado. Tanto así que Trish planeó pasar una semana en la casa de campo de su hermana, con la condición de que se lleven de paseo al niño vegetariano; plan del cual Marcell huyó al refugio de la FCU, a pesar que pidió una semana más en casa.
Su condición de jugador en el equipo de fútbol americano, tiene sus ventajas.
Creo que debería cambiar de carrera y aspirar a ser mariscal de campo, pero soy mujer, por lo que sería porrista.
—Ella habría impedido que contribuya en su educación sexual.
—¡Mamá! —me quejo.
—¿Holly? ¿Te encontrabas ahí todo el tiempo? ¿Llegaste a escuchar todo?
Algo en esta mañana me hizo escuchar el incesante timbre de mi teléfono.
Nunca le prestaba mucha atención ya que nadie, aparte de mis padres, era digno de llamarme; además, debo decir, tengo un sueño profundo y había sido todo un milagro escucharlo. Y toda una epopeya encontrarlo.
Megan había guardado mi celular en un joyero que, al abrirlo, se asemejaba a un animal con la boca abierta. Pero para encontrar el lugar exacto de donde estaba mi aparato móvil, tuve que dar vueltas entre todas mis cosas, en busca del sonido: hurgar en los cajones, buscar en bolsillos y vaciar la maleta dándole golpes que hacían caer basurilla en el piso. Lo que me recordaba que debía limpiar mi habitación.