Holly Sink es buena huyendo.
Huyó hacia Fareven, lejos de todos sus sentimientos, lleva un violín atado a su cintura y una tupida falda de tull como escudo.
Su vida reciente como universitaria no parece tan mal hasta que conoce la debilidad de todas...
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Cuando algo te gusta, ese algo te envuelve y te aprisiona en su belleza.
Gustar era un verbo muy inferior a lo que sentía cuando pasaba casi todas las tardes en casa de los Rabson. Adoraba y hasta me enloquecía justipreciar las maravillas que creaba Fohr con solo sostener un lápiz.
Pero todo ello acabo antes de que su sueño, por el cual era testigo de la pasión que ponía en él, decayera.
Una grandiosa picada del que ningún ave podría tocar la cima.
Esa ave era él.
Sus alas flaquearon y perdieron fuerzas en medio de la nada, dejándose perder en el desosiego aunque yo luchara por ambos. Más porque no dejase de intentar salir de aquel abismo y ver el lado positivo de aquello aunque, en realidad, no lo tuviese. Fue imposible y una lucha en vana. Él acepto rendirse y nada puede cambiar las decisiones ajenas cuando mantienen su postura.
Se rindió y yo perecí a su lado.
Quizá por eso me indigna ver la escena frente a mí sin poder hacer nada. Comprendo lo que se siente admirar a alguien y adorar cada cosa que toca volviendo cosas simples en algo estupendo y digno de maravillarse, pero no a tal extremo de ver el defecto y seguir admirándolo como una cualidad.
No pensaba hacer algo al respecto, pero decidí indagar más de lo que obtuve en el departamento de Marcell antes de tomar una decisión.
Después de aquel origami con una confesión extendida de amor acabé convirtiéndome en una espía. Sí, no creo estar en mis cabales pero ¿qué de malo era buscar indicios de lo que en realidad ocurría? Digo, ayer me tomé la libertad de perseguir al pelirrojo a su casillero y así obtener la ubicación exacta de este.
Y acabé por descubrir un secreto, aunque en realidad no sea vitalicio esconderlo ya que parece ser gritado a los cuatro vientos.
Blyne tenía una congregación de seguidoras.
Muy numerosa del que recién acabo de enterarme.
Eso puede explicar muchas cosas. Puede explicar la expansión circular en la fiesta, los susurros cuando alegue que era imposible idolatrar a una persona y, no debía olvidarme, de las fugitivas miradas de, lo que ahora puedo definir como, rencor y odio.
Odio, no tanto, pero sí desprecio.
Desprecio por herir a su deidad andante de mirada frívola.
Era algo absurdo en todos los sentidos, aunque comprensible. No negaré que el hijo de rector tenga un ligero toque atractivo, talvez sí, pero afanarse en concentrarse en toda su perfección superficial olvidaban atender los indicios de desinterés.