31. Rayos.

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Uno.

Dos.

Uno.

Dos.

Mi corazón estaba al borde del colapso, latía frenéticamente, casi podía escuchar los latidos en mis oídos.

Tenía los ojos cerrados. No los abriría por nada en el mundo. El miedo corría por mis venas, lo sentía. Sentía la presión en mi pecho. La adrenalina en mi cuerpo. Sentía como me miraba.

Estaba aferrada al asiento, mordía fuertemente la soga que estaba en mi boca, quería gritar, pero no podía. No salía nada. Contenía la respiración. Mis uñas estaban clavadas a la madera de la silla. Estaba rígida.

No lo escuchaba, solo la tétrica melodía salir de algún lado, pero sentí su mirada clavada en mi.

— Hoy me divertiré... —cantarruneo a mi alrededor. Su voz me heló la sangre y mordí más la soga.

Sabía que él me buscaría, lo tenía en cuenta, claro que lo tenía. Todo esto me pasa por hablar algo que debía callar.

— Me divertiré jugando...

Caminaba a mi alrededor.

Los latidos incrementaban.

— Jugando igual que en el pasado...

Apreté mis ojos fuertemente.

Calma.

Su cínico canto seso, los pasos también y la melodía volvió a llenar el silencio.

En cualquier momento mi corazón podía salir por mi boca, latía furiosamente. ¿Has experimentando esa sensación de que te harán daño? ¿La presión en tu pecho? ¿Las manos temblando? ¿El miedo en tu cuerpo?

Sentía cada una de esas cosas.

Nunca había tenido miedo de tal manera a excepción cuando tenía diez años, cuando era una cría inocente y feliz, lo cual es irónico ya que si me vez ahora soy todo lo contrario. Una chica triste y gran parte del tiempo lamentándose de su vida.

Ahora no podía creer que estuviera aquí. Temblando de miedo porque un idiota enfermo me hará daño de una manera que nadie lo ha hecho en un largo tiempo.

Es increíble cómo la locura te lleva ha hacer este tipo de cosas.

El aire se me fue de los pulmones cuando sentí como algo atravesaba la piel de mis brazos, un grito desgarrador salió de mis labios que fue opacado por la soga en mi boca, apreté mis ojos tratando de no abrirlos.

El dolor punzante que sentía dolía como los mil demonios. Me había vuelto hacer lo mismo. Estaba recreando su estúpido juego de tortura.

— Vamos, Dawn —murmullo muy cerca de mi oído—. Abre los ojos, siempre anhele por este momento.

Su voz ronca y cínica atravesó mis oídos, un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

— Ábrelos —repitió con diversión.

Negué apretando la soga entre mis dientes.

Night » horan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora