38| Glorioso final

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16 de julio del 2019

Después de casi un año estábamos de vuelta a Mill Valley. Ese día el sol brillaba como nunca y ambos estábamos en modo reflexivo mientras contemplábamos al mar. El silencio fue una despedida, y en las olas que chocaban la roca sobre la que estábamos parados veíamos pasar nuestras vidas. En el fondo, sospechaba que sabía lo que sucedería ese día, ya que fue mucho lo que mi familia y yo luchamos para quitarle la bebé de los brazos y obligarla a salir, porque a los pocos días Jackie consiguió crear una conexión inquebrantable con su criatura.

Cuando salió por primera vez en meses y recibió la luz del sol, no tuvo la respuesta que esperé. Todo lo contrario, mientras la llevaba al auto fue imposible intentar que no mirara hacia atrás. Entonces, y contra el plan establecido, mi madre le acercó la bebé para que se pudiera despedir.

Fue un beso emotivo incluso para mí. Un beso en la frente que para ella significaba mucho más que mil «te amo», acompañado de unas lágrimas producto de la melancolía.

—No le puedes prohibir a una madre despedirse del fruto de su vientre —dijo mi madre.

Mis padres fueron testigos oculares de que, tras esa despedida, Jackie aceptó con valentía cuál era su destino. No hizo falta que le tomara de la mano, o que bajo amenazas la guiara al auto. Con la frente en alto ella caminó y sin titubear se sentó en el asiento del copiloto. Eso sí, no podía apartar la mirada de la bebé que lloraba desconsoladamente en brazos de su abuela.

Por un momento sentí celos de esa conexión y llegué a considerar a Jackie un estorbo, alguien de quien debía deshacerme sí o sí. Fue mucho lo que tuvimos que batallar para conseguir declarar a la niña con mi apellido y que tuviera los papeles al día, así que dejarla libre y que arruinara aquello por lo que trabajé durante nueve meses, no era una opción. Debía poner como prioridad mi felicidad y futuro, así como el de mi hija.

Sobre nuestros cuerpos caían unas ligeras pero muy frías gotas de agua que descendían como llovizna del aire, como consecuencia de la violencia del mar contra las rocas a causa de una tormenta que se avecinaba. Era temeroso, pero al mismo tiempo liberador.

Giré mi rostro y la observé. Tenía los ojos cerrados mientras silenciosas lágrimas bajaban por sus mejillas como perlas. No se necesitaba ser adivino para saber que en su mente ya se estaba despidiendo de todo lo que conocía, de la vida que por desgracia suya le tocó. Era una verdadera lástima, pero se había topado con un hombre de palabra como yo.

—¿Recuerdas nuestro trato? —pregunté con una sonrisa en el rostro.

Recordé esa tarde en la que, después de atacar a Alice, ella me rogó que no cambiara de opinión.

—Yo lo recuerdo muy bien —volví a agregar.

No me respondió y con orgullo se secó las lágrimas del rostro, aún en completo silencio. La brisa azotaba con violencia su cabello y vestido, dándonos a ambos una vana sensación de libertad. Jackie se sentía aliviada porque al fin todo iba a acabar, y yo por dejar atrás la raíz de todo mal.

—Te prometí que te llevaría con tu madre, pero creo que es momento de que te confiese algo.

Fue ahí cuando me miró con una de sus cejas arqueadas.

—Ella me confesó que no te quiere de vuelta —dije mientras sacaba el arma—. Pero te hice una promesa, Jackie. Te aseguré que te daría libertad, y eso es justo lo que voy a hacer. Así que agradéceme ahora, porque gracias a mí al fin vas a dejar de sufrir.

Levantó el dedo índice y me pidió un segundo. Luego se metió la mano en el bolsillo y de él sacó una pequeña media, la cual olió y pegó con fuerza a su pecho. El último recuerdo que quería llevarse era el de su bebé, y por primera vez en dos años, Jackie logró romperme el corazón.

—Intenta bajar hasta la roca, yo te dispararé desde aquí, ¿okey?

Me brindó una sonrisa retadora, una que al día que cuento esto me dejó en incógnita y puso los pelos de punta. Esa no fue la Jackie que conocí, ella ya no le temía a nada.

Con dificultad por los fuertes vientos y los golpes de las olas bajó por la roca. Yo supervisaba desde lejos que nadie se nos acercara y que ella no cayera al agua sin antes recibir el disparo. A unos metros de distancia tuvimos nuestra despedida, pero aquel no me resultó en nada un momento emotivo. Quería deshacerme de ella, comenzar cuanto antes una nueva vida junto a mi hija.

—Lo siento. —Cerré los ojos con fuerza y disparé directo a su pecho.

Era la primera vez que sentía el dolor tras el disparo, era la primera vez que me cuestionaba si la decisión que había tomado era la correcta.

—No hay de qué, Jackie —dije al fin.

Vi cuerpo flotar mientras era arrastrado por el agua hacia mar adentro. Con algo de suerte en cuestión de segundos se crearía una ola que haría añicos su cuerpo.

Entonces sonreí, satisfecho. Ahí iba desapareciendo Jackie, quién se dio a sí misma su glorioso final. 

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora