14| Si yo estuviese en tu lugar

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Lucas pareció desaparecer de la faz de la tierra. Lo llamé en incontables ocasiones y al no recibir ni una señal de vida me desilusioné y lo di por perdido. Así que sentía nervios en caso de encontrármelo por los pasillos, pero al mismo tiempo siempre admití que eso era lo que necesitaba para tener mi corazón tranquilo.

—Jackie. —Jane comenzó a caminar a la par de mí.

—¡Mucho tiempo sin saber de ti! ¿Cómo estás?

Yo tenía como destino la biblioteca, el de ella no sabía cuál.

—Estoy mucho mejor, de verdad que sí.

—¿A qué se debe eso? Si se puede saber.

—Hoy me mudaré.

Me detuve en seco y ella también. Nos miramos unos segundos en silencio, unos en los que yo pensaba qué decir. Su rostro se veía radiante, como si la mudanza fuera una buena noticia, un escape de su dura realidad.

—¡Me alegro mucho! ¡Se nota que te tiene muy contenta!

Hasta se sonrojó con lo que le dije.

—Y ¿es muy lejos? —agregué ante su incómodo silencio.

—Un poco, sí. —Posó su mano sobre mi hombro—. Por favor, no le comentes nada de esto a las chicas. Debo ser yo quien les dé la noticia.

—No te preocupes por mí; guardaré el secreto.

Luego de una despedida que pareció ser un «hasta siempre» me encaminé con un mal sabor de boca a la biblioteca. La curiosidad por saber si hubo algún nuevo suceso entorno a la muerte de su vecino me estaba matando, pero no podía ser tan imprudente como para preguntar.

Mi corazón dio un salto de felicidad cuando puse el primer pie dentro de la biblioteca y lo vi. Estaba como siempre, con la única diferencia de que unos largos rizos le caían por la frente.

—¡Lucas! —grité corriendo hacia él.

Dejó a un lado el libro y se concentró en mí, embobado podría decir.

—Dios mío, ¡cómo te extrañé!

Se levantó y abrió sus brazos con emoción para recibirme.

—¡Mi niña linda!

Cuando me dejó en el suelo y yo me recompuse, miré todo a mi alrededor. La biblioteca estaba completamente vacía, pero en el momento eso no me importaba.

—¿Por qué no me respondías? ¿Por qué nunca me buscaste?

Se llevó la mano a la nuca y rio, nervioso.

—Tuve unos problemas y no tenía ganas de nada.

—¿Nada? ¿Ni siquiera de mí? —pregunté con una sonrisa que se fue desvaneciendo.

Volvió a abrir los brazos y me rodeó con fuerza, la suficiente como para asfixiarme si lo hubiese deseado.

—Perdóname, Jackie. Perdóname, por favor —dijo contra mi cuello casi a punto de llorar.

—Ya, ya, tranquilo.

Negó rápido, al mismo tiempo que sus tibias lágrimas resbalaban por mi cuello.

—Me han pasado cosas muy horribles, no sabes cuántas. Por favor, perdóname por todo.

Lo aparté para secarle las lágrimas con las mangas de mi abrigo.

—Vamos a otro lugar, Jackie. Quiero sacarte de aquí. Pero antes, hay algo que debemos hacer.

Me tomó de la mano y me llevó casi rastras por los pasillos. Cuando llegamos al parqueo me arrinconó contra su auto y allí me besó durante varios minutos. No le importó quién nos viera o llamara la atención, porque todo su interés estaba en mí, en nosotros, en cómo nos besábamos como si se fuese a acabar el mundo. Así que confié a ciegas en él y me subí al auto con destino a no sabía dónde, porque creí que me podría proteger.

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora