«No tenía nada bueno que contar más allá de las grandes hazañas que mi padre logró en vida. Fue así hasta que un día cualquiera el tío Max llegó sin avisar, y sin saberlo, terminó por convertir mi hogar en un infierno. Sin embargo, tras su visita me dejó con un poco de esperanza, una que me hizo soñar despierta».
Fue delante de mi madre que se me ofreció todo un mundo de posibilidades. No era ingenua como algunos pudieran pensar, es solo que, ante la miseria, la simple idea de dejar atrás esa casa me pareció la mejor de las bendiciones. Así que, desesperada por que llegara ese tan anhelado día, preparé desde semanas atrás mi equipaje, aquel que solo estaba lleno de trapos viejos y sinceras ilusiones.
Cuando finalmente llegó el día tan esperado, aguardé sentada en el borde de mi cama toda la mañana, sin desayunar o siquiera atreverme a bajar al primer piso y ver si mi progenitora había hecho algo de comer. Las manos me temblaban y lágrimas me bañaban el rostro sin razón aparente. Pero si le contara a alguien con lujo de detalles todo lo que pasé con ella me daría la razón, porque en mi caso en particular, el enemigo lo tenía en mi propia casa.
Impaciente, miré el diario en mis manos. Tener uno a mi edad parecería estúpido e infantil, pero de no ser por ese cuaderno viejo hace rato hubiese caído en la locura, porque al igual que mi padre, yo también solía olvidar algunas cosas de vez en cuando.
«Escríbelo todo, que no se te escape nada, porque, aunque no lo creas, hasta de las malas experiencias puedes aprender», me dijo él. Tenía toda la razón, por supuesto que sí. Pero ¿por qué a partir de su muerte aquellas páginas solo estaban destinadas para cosas malas? ¿Acaso no soy merecedora de algo más? Las últimas páginas de aquel cuaderno no eran más que una carga emocional, una de la que no me podía deshacer por el gran valor que tenía consigo, porque, a fin de cuentas, mi ser estaba conformado por esas experiencias.
—¿Estás segura de la decisión que estás a punto de tomar? Ahí afuera nadie es gentil con los de tu clase. Nadie sabrá entenderte, pero tampoco lo van a intentar. —Irrumpió ella en mi habitación.
Teníamos días sin vernos, aquellos en los que no me atrevía a darle la cara, y ella evitaba por completo subir a mi habitación. Era mejor así. Sin saberlo, con su orgullo me regaló unos días cargados de una indescriptible paz.
—Por supuesto —afirmé escondiendo de manera disimulada el diario debajo de mí.
—Seguro aún no lo asimilas, pero es muy peligroso. —Se acercó poco a poco, tan firme que daba miedo—. En un lugar que no conoces, no sabrás ni siquiera cruzar la calle. ¿Crees que puedas sobrevivir?
—¿Acaso no lo he sabido hacer aquí? Piénsalo, esta es la verdadera prueba de fuego.
Sonrió con malicia, aparentando estar calmada. Pero bien sabía que no era así. A ella no le gustaba perder, por lo que lo más seguro es que en el fondo estuviera ardiendo de rabia.
—¡Excelente! Algo así quería escuchar. ¡Te felicito porque eres firme y nunca das tu brazo a torcer! —Caminó de vuelta a la puerta—. Ahora, quítate ese ridículo maquillaje, que tu tío no podrá venir hoy.
Temí por mi vida, juro que lo hice. ¿Me habría mentido? ¿Lo convenció de que no viniera? O peor aún, ¿le hizo algo? Mis piernas temblaron, pero al mismo tiempo estuve resuelta a no demostrárselo.
—¿Algo más que tengas que desearme?
Cuando hablé, ella se detuvo en el marco de la puerta y cínica me miró.
—Que te vaya bien, por supuesto. Deseo que la vida te dé todo lo que te mereces. A ver si te parece suficiente.
Sí, eso sonó como una amenaza. Y sí, el tío Max ese día no pasó por la casa.
Durante una semana me estuve preparando para mi liberación, si así se le puede llamar. Día tras día esperé sentada en el borde de aquella cama, mirando por la ventana cada vez que escuchaba cualquier mínimo ruido.
Dicen que la tercera es la vencida, ¿no? Pues en mi caso fue la décima. Cuando ya dejé de poner esmero en mi maquillaje y me conformé con solo labial; cuando dejé de soltarme el pelo y vi más fácil llevarlo en un moño envuelto; cuando había perdido la emoción, más no las esperanzas..., ahí fue que el tío Max llegó. Lo hizo con un escándalo, tocando el claxon con insistencia y con música en una pequeña bocina Bluetooth. Me resultó divertido, tanto que al asomarme por las escaleras no pude evitar reír con todas mis fuerzas, cosa que llevaba tiempo sin hacer.
Unos años atrás escuché que había perdido a su segunda hija, y que todos sus intentos por concebir un tercero fallaron. Creí con total seguridad que esa era una de las razones por la que él y su esposa se compadecieron de mí, y aquella que sin dudar yo aprovecharía para salir de aquí.
Cuando nuestras miradas se encontraron segundos después, él fue capaz de ver el terror en mis ojos. Pero en el momento que se acercó a mí y tomé su mano, por primera vez en mucho tiempo sentí que no estaba sola. Era como si mi padre fuera aquel que me estaba guiando por el pasillo mientras me ayudaba con la maleta, como si fuera aquella una respuesta de la vida a todas mis súplicas. Definitivamente, un nuevo comienzo.
«Todo fue tu culpa, todo fue tu culpa», decía para mi madre en secreto.
—Adiós, mamá.
Y para sorpresa de nadie, ella ni se inmutó.
Esa tarde, mientras estaba sentada en el asiento del copiloto de aquella camioneta, lloré tanto como el día que falleció mi papá. Lloré con desconsuelo, porque si bien era lo que más deseaba, en el mundo no hay nadie que en un principio no le tema a los cambios. Y es que me estaba despidiendo de tantos recuerdos, lágrimas, cuentos y risas. Estaba dejando atrás toda una vida, consciente de que sería para nunca más volver.
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AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]
Mistério / SuspenseSigue la historia de Jackie, una joven que es víctima de una obsesión mortal. A medida que el acoso se intensifica, ella se verá atrapada en un macabro juego donde sus intentos de escapar solo la acercan más a aquel que la acecha. Explora los límite...