4| Vivir de las apariencias

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Narra "Anónimo"

No acostumbraba a tener buenas noches, porque al estar solo y encerrado en casa no es mucho lo que podía hacer, ni tenía nada en qué deleitarme. Pero la noche anterior fue diferente, aunque no terminara del todo bien.

Al fin me había animado a hacer eso que tenía mucho rondando mi cabeza. Cuidé cada pequeño aspecto y puedo darme el lujo de decir que todo salió a la perfección. Y, si bien el hecho de que ella asistiera a esa fiesta me tenía preocupado, me sirvió de alivio cuando confirmé que de mí no sospechaba. Así que, tal y como dicen por ahí, todo obra para bien.

No es fácil estar en los zapatos de un loco enamorado, lo admito. Tarde o temprano hay aspectos que uno no puede controlar, y cuando eso pasa, una parte de nosotros muere por dentro, por así decirlo. Aunque estuviese muy a gusto odiaba esa sensación, odiaba la idea de que alguien insignificante tuviera control sobre mí y mis acciones. Y lo digo porque si bien declararle mi amor fue algo que planeé desde meses atrás, su expresión mientras leía la carta no fue la mejor, ni mucho menos una de agradecimiento por todas las cosas que allí le dije.

Pareciera que, por más que lo intente, nunca podré cambiar y dejar de lastimar a aquellos que quiero. Y justo eso era lo que no quería que me pasara, porque me negaba a perder a alguien más, así como me pasó con Amanda...

Había planeado desde días atrás visitar a mis padres. No es que la idea me hiciera ilusión, pero una de las condiciones que puso él era que debía presentarme periódicamente en casa si quería seguir libre. Entonces no me quedaba de otra, sí o sí tenía que hacer un viaje de más de tres horas todos los domingos.

Desde que me subí al auto puse la radio. Escuchar las noticias era una extraña afición que había descubierto desde que conocí a la que estudiaba para ser la mejor periodista de la ciudad, y quién sabe si del país.

Llegué a casa después de un viaje lento por culpa del tránsito y las fuertes lluvias. Ya frente a la puerta me cuestioné muchas cosas, siendo una de ellas si fuese buena idea confesar que estaba loco por una mujer, y que, más importante aún, habíamos tenido nuestro primer acercamiento.

—¡Llegaste! Pensé que no vendrías —habló mi madre mientras me recibía con un gran abrazo, sin importarle que muchos la vieran y que yo los odiara a muerte.

«—¡Ven aquí! —Se acercó mi padre con ambos brazos abiertos para que no pudiera escapar.

Juro que no fui un mal chico. Había cambiado mi conducta y aceptado con gusto su disciplina. Ya no tenía problemas de ira y muchos daban testimonio de ello. No había hecho nada para merecer un castigo. Ese chico me provocó y yo simplemente me defendí.

—No, papá. ¡Perdóname!

—¿Cuántas veces más debo perdonarte? ¿Hasta cuándo seguirás dándonos problemas? Harás que dejemos la casa y tengamos que huir. ¡¿Es eso lo que quieres?!

En ese instante se me lanzó encima para inmovilizarme con sus brazos. Escuchaba a mi madre gritar, pero ella no podía hacer nada. Después todo se volvió oscuro y me fue imposible reaccionar. Dicen los rumores que me había desmayado y mi padre casi enloquece al creer que me había hecho daño».

—Hola, mamá. ¿Cómo podría dejar pasar la oportunidad de verlos? —dije tratando de sonar normal, pero ella no era tonta y sabía que en realidad no quería estar allí.

—Agradezco de corazón que hayas hecho el esfuerzo —dijo mientras me guiñaba el ojo.

El miedo a que mi padre se pusiera bruto y echara a perder lo que a mamá tanto le costó organizar me motivó a ir de esquina en esquina saludando a aquellos que tenía años sin ver. Eran muchos los rostros, la mayoría desconocidos para mí.

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora