22|Huracán de emociones

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Desperté. Lo hice en la tarde, cuando frías y violentas gotas de lluvia cayeron sobre mi cuerpo. Aunque llovía, la sensación era bien parecida a estar en el ojo de un huracán. El encuentro con él, el sueño profundo y la tranquilidad del bosque, y luego el drama en casa.

Por la cabeza me cruzó la idea de quedarme tirada allí, con las esperanzas puestas en que tal vez podría volverme una con la naturaleza, y simplemente desaparecer. Sin embargo, cuando alcé la cabeza y pude distinguir el camino por el que arrastré a Amber, me di cuenta de que no podía darme por vencida, no aún.

Comencé a arrastrarme por el bosque con un objetivo claro: llegar a casa y confirmar que todos estuvieran bien.

Tenía un disparo en la pierna y estaba amordazada. No sabía la razón por la que no me desangré en el suelo, pero tomaba aquello como una oportunidad de la vida para que pudiera llegar a casa, porque eso era todo lo que me importaba. Muchos creen que miento cuando digo que no me dolía nada, que hasta ese momento no era consciente de lo mucho que se me había profanado y que mi mente estaba en blanco. No perdí el tiempo tratando de recordar lo poco que vi de su rostro o mirando hacia atrás. De lo único que fui consciente era de que no estaba lloviendo, que esas gotas que caían sobre mi cuerpo no eran más que producto de los fuertes vientos que azotaban las copas de los árboles.

Aquel recorrido fue una fuerte lucha entre mi cuerpo y el suelo mojado. Pisaba con mi pierna sana todo tipo de obstáculos: espinas, piedras y palos. Era un desastre, tanto que no parecía ser aquel el camino por el que corrimos. Pero nada de eso significó ser un problema. El enfoque y la determinación fue lo que me dio las fuerzas para que minutos más tardes pudiera llegar a la avenida.

Allí esperé diez, quince, treinta minutos o una hora. No lo recuerdo bien, pero por la posición del sol me hice una idea de qué hora era. Entonces a la distancia alcancé a ver un auto que se acercaba a gran velocidad, era uno que reconocía de alguna parte, así que agitando mis manos me acerqué lo más que pude a la avenida.

Cuando se detuvo y vi quién salió de él, entendí que podía respirar, que estaba a salvo.

Iba por la carretera a una velocidad increíble, digna de una ambulancia transportando a alguien que se encontraba en estado de vida o muerte. Y puede que ese fuera el mío, con la única diferencia de que me sentía así solo por dentro.

Lentamente aparté la cabeza de la ventanilla y me concentré en quien me miraba fijo desde el retrovisor. Era Derek, aquel chico de penetrantes ojos avellanas que por obra del destino se convirtió en mi salvador. No podía expresarlo con palabras o sonrisas, pero estaba muy feliz y agradecida.

—Derek —pronuncié a duras penas.

No dijo nada, pero sí desvió su mirada de la carretera y la concentró en mí a través del retrovisor.

—¿Has escuchado algo de Amber? ¿Se habló de ella por los grupos de estudiantes?

No dijo nada. Él solo negó lentamente con la cabeza y se concentró en su objetivo. Fue en ese momento que comencé a dudar de que Amber estuviera con vida y que mi familia se encontrara bien. Así que, agobiada por ese tipo de pensamientos, estuve todo el viaje con los pelos de punta y un nudo en la garganta que no me dejaba respirar.

Aun así, aquel no era el momento para dejarme caer.

—Derek —volví a llamar—. Derek, ¿adónde me llevas? ¡Te pasaste el camino a casa!

Intenté abrir la puerta del auto, pero me fue imposible. En ese momento él frenó de repente, de manera tan violenta que me golpeé el rostro con el asiento del copiloto.

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora