32| Huésped

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Estaba creando vida dentro de mi vientre, cargaba conmigo una criatura que se alimentaba a través de mí, que era mi huésped y confiaba a ciegas en que cuidaría de las dos. Fui capaz de albergar un ser viviente, pero no podía envolverme en el romanticismo que se esperaría de una mujer en gestación. Mi actitud me frustraba, claro que sí, pero no sabía por qué no podía ver con ojos de amor lo que sería mi paga por la libertad. Tenía miedo de que se me juzgara, aunque las personas que Derek llevaba para que me dieran los seguimientos necesarios no eran moralmente correctas. Aun así, sabía que si salía al mundo y gritaba a los cuatro vientos cómo me sentía, algunos me tacharían de cruel e inhumana.

Él supo cómo envolverme. Desde que llegué a la cabaña me hizo creer que gozaba de libertad, una que semanas después me enteré de que era falsa. Tenía el permiso para pasearme por la casa, pero fuera de mi habitación, solo podía recorrer si él o su hermana tenían sus ojos sobre mí.

«Desde que tengamos en nuestras manos a la bebé, podremos liberarte».

Aquellas fueron unas de las tantas palabras dicha por Alice, expresiones que no hicieron más que confirmarme que ya no importaba, que para Derek no era más que un problema del que necesitaba deshacerse. Por tal razón entendí que me cuidaran de los objetos punzantes, que planearan estrictamente mi dieta y que me forzaran a tomar agua. Todos esos cuidados no eran producto del amor que en un inicio él juró sentir, sino más bien una manera de salvaguardar su criatura, aquella que, según él, llegó a su vida para rescatarlo.

Esa mañana me encontraba sentada en el suelo mientras veía televisión. Aquel era el único entretenimiento que tenía, y debía aprovechar cada vez que fuera encendida por las mañanas para ver mis caricaturas favoritas. Detrás de mí Derek discutía con su madre, quien era doctora. Hablaban de temas que no eran de mi incumbencia, y si bien me dejó bien claro que debía ocuparme siempre de mis asuntos, me permití escuchar:

—No sé si estamos haciendo bien en compensar la vitamina D con suplementos artificiales.

Su madre hablaba de fondo, pero no fui capaz de escucharle. Siempre tuve la duda de si su padre estaba al tanto de todo lo que él estaba haciendo, pues fue el único miembro de la familia que nunca pisó la cabaña. Pero según escuché, su relación con su hijo nunca fue buena, y si bien le protegía y financiaba sus cosas, nunca quiso involucrarse de lleno en la situación.

—¿Y si sus huesos no se desarrollan bien?

Me acerqué un poco más al televisor y subí el volumen, porque no solo eran las voces de Derek las que quería callar.

—¡Su presión arterial, mamá! ¡Jackie está muy joven como para presentar ese cuadro!

Enfadada, me levanté y me dirigí al sótano bajo su atenta mirada. Ya allí era muy poco en lo que podía ocuparme, pero era mejor estar encerrada que escuchar su irritante voz. Tomé con anhelo el calendario entre mis manos y marqué con una pizca de vana emoción la semana número doce.

Mi liberación se acercaba.

Tuve que madurar a temprana edad. Ya a los ocho años sabía hacer cosas que mis compañeras o vecinas no podían, como cocinar, limpiar, lavar y planchar. Además, podía trabajar en el campo y llevar bien los cultivos y el ganado. Si bien es cierto que me crie encerrada entre cuatro paredes, tenía un punto de vista bastante objetivo sobre la vida. Muchos llegaron a considerarme ingenua, pero en el fondo disfrutaba de poder engañarlos. Bien sabía identificar el peligro donde sea que lo viera, sabía cuando alguien quería entramparme y cómo librarme de ciertas situaciones, así que cuando llegué a la capital y me mudé con Max y su familia creí que sería pan comido. Me inscribí la universidad, tomé tantas materias como pudiera para no significar ser una carga para ellos, y cuando entendí que todo eso incurría en gastos, busqué un empleo y trate de mantenerlo. Aun así, una nunca se zafa de su verdadero destino.

Hablar de destinos o tan siquiera pensar en ellos era muy frustrante porque estaba convencida de que el mío era estar en casa con Elizabeth, seguir trabajando en las tierras, y quizás en unos años recibir el reconocimiento que me merecía por mi duro trabajo. El deseo de volver a mi vida anterior, de que todo volviera a estar en su lugar, fue creciendo con el paso de las semanas. Por eso cuando él me permitió complacerme una vez al mes, no lo dudé dos veces para pedirle un reloj y un calendario. Había perdido gran parte de mis habilidades y un poco la memoria, pero lo único que añoraba con el corazón era poder ser capaz de seguir el ritmo del tiempo, vivir el hoy y soñar con un mañana. Nueve meses me parecía poco, entregar a mi niña a cambio de libertad también.

Entender la forma de pensar de él era muy complicado. Y no es que quisiera entenderlo por lástima, sino porque, si encontraba su punto débil antes del tiempo establecido por él, podría escapar. El problema estaba en que él era un psicópata, alguien que se divertía con la maldad.

—¿Por qué me dejaste vivir?

—Si te eliminábamos tan fácil, ¿dónde iba a estar la gracia? Incluso Lucas, que pareció llegar a quererte de verdad, estaba dispuesto a seguir con el plan.

Enamorarte de tu acosador es asqueroso y muy degradante, y aquello era algo que él y su familia no entendían. Daba la sensación de que todos tenían una percepción de la realidad alterada, o que los trastornos en ellos eran algo congénito.

Esta nunca fue una historia de amor y me enfermaba que algunos lo quisieran romantizar. Y nunca, ni en los momentos en que mi vida corría peligro, pude pensar en darles una oportunidad. Una mujer sin dignidad no es nadie, porque si yo no era capaz de respetar mi cuerpo e integridad, ninguno de ellos lo haría por mí. Así que, si bien era una constante lucha por mi supervivencia, en honor a mí y otras víctimas me forzaba a seguir.

—¿Han pensado en qué podría pasar si a la criatura le sucediera algo? —pregunté.

Derek, quien lucía más perdido de lo usual, levantó la cabeza, pero evitó mirarme. Se le veía lejos, concentrado en un punto fijo del suelo. No debía ser muy inteligente para saber que lo que le preocupaba no era nada relacionado a la bebé, sino más bien los sucesos que tenían lugar ahí afuera.

De vez en cuando, y en los momentos que pensaba en mi familia, me venían a la mente imágenes retratadas como revelaciones de ellos buscándome. Era capaz de ver mi rostro en carteles ubicados en un punto visible, como constante recordatorio de que el peligro aún seguía acechando. Eso me llenaba de esperanzas cuando todo parecía estar perdido, y me hacía la ilusión de que tal vez un día se podría hacer justicia.

—Si a la bebé le ocurre algo, date por muerta. 

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Quedan sólo nueve capítulos.

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora