35| ¿Qué precio tiene tu silencio?

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¿Qué precio tiene tu silencio? ¿Cuánto estás dispuesto a recibir a cambio de quebrantar tu integridad?

—¿Seguro que no está muerta?

Negué con la cabeza mientras desde las escaleras la observaba. Ella dormía en el suelo pese a tener una cama, aparentemente sin preocupaciones.

—Sabe dormir hasta más de doce horas. Al principio me asusté, pero ya no me sorprende.

—¿Y dices que no habla? —me preguntó.

Volví a negar. Me acerqué a ella y con mi pie removí su cuerpo. No reaccionó. Él rio a carcajadas, para luego acercarse a ella e intentarlo también. Pude ver en su rostro que la situación le parecía divertida.

—¿No te da miedo que te ataque? Era bien ágil unos meses atrás.

—No, ya ni se molesta en intentarlo. Está aferrada a la idea de ser libre algún día.

Él me miró con una burlona sonrisa en los labios, ¡cómo la odiaba!

—¿Y la dejarás libre?

—¡Por supuesto! —dije en voz alta mientras le animaba a salir del sótano.

En el auto me fumé unos cigarros y pensé mejor cuál sería mi siguiente movimiento. ¿Sería Manuel capaz de darme problemas? ¿Debía deshacerme de él también?

—¿Cuáles son tus planes? —le pregunté—. ¿Qué piensas hacer con tu miserable vida? —Di una profunda calada.

Él se removió, incómodo, pero ni me molesté en mirarlo.

—Me estoy conociendo con una chica, mamá soltera. Pienso dejar la universidad e irme lejos con ella y la niña.

En ese momento me di vuelta y por encima de los lentes lo miré.

—¿Serás padrastro? ¿Sabe ella la clase de monstruo que tendrá al lado de su hija?

Tartamudeó, nervioso.

—He cambiado, te lo aseguro. ¡E-es más, no tengo por qué asegurarte nada! Mis hechos hablan por mí.

—No tienes que ponerte a la defensiva, descuida. —Le ofrecí otro cigarro —. Tu secreto está a salvo conmigo. Cuidaré las evidencias y jamás saldrán a la luz.

—¡¿Cuáles evidencias?! —Exaltado, lanzó el cigarrillo por la ventana.

—¿En serio harás que me moleste?

—¡No sé de lo que hablas! —Encendió el aire acondicionado del auto.

Acomodé intencionalmente el arma que tenía en la cintura y luego saqué mi celular para mostrarle a lo que me refería.

—¡¿Un vídeo?! ¡¿Cómo por qué?! Quedamos en que nadie grabaría nada, en que esto nunca sucedió, ¿lo olvidas?

Reí a carcajadas mientras guardaba de vuelta el celular.

—¡Con razón Lucas abandonó el juego! ¡No eres de fiar, Derek! —Después de soltar una que otra lágrima, habló—: Bórralo, por favor. Al igual que tú quiero rehacer mi vida, no quiero problemas. Dos de nosotros ya están muertos: Lucas por la hemorragia y Steven por sobredosis. No quiero acabar como ellos.

Comenzó a jadear y creí que le daría un infarto en mi auto. Me asusté. Ya tenía suficientes problemas como para hacerme cargo de otro cadáver. De los asientos traseros saqué un fajo de dinero y se lo extendí.

—Huye y vive la vida que Lucas siempre quiso, yo también lo haré en su nombre.

—¿Bajo qué condición? —preguntó, dudoso.

—¿Por qué crees que hay alguna?

—Porque tú nunca haces nada al azar. No nos avisaste que ibas a grabar y cuidaste cada uno de tus movimientos, cosas de que si sale a la luz, nadie podría culparte; sabías que Steven era el más débil de nosotros, consumido por una depresión. Fue el que menos participó y fingiste preocupación por él y fuiste a buscarlo a su casa. Su padre lo vio salir con un extraño y jamás volvió. Tuvo una sobredosis aun cuando él estaba ya en rehabilitación y llevaba muchos meses limpio. Casualidades como esas hay muchas, y tú de todas sales limpio.

No quise sonreír, pero lo hice. Memoria muscular, algo involuntario.

—Vete a vivir tu vida. Mantenme al tanto de todos tus movimientos, es lo único que te pido. Si te llevas este secreto a la tumba, yo lo haré también. Dejemos todos nuestros absurdos juegos atrás, porque si algo sale a la luz, sabré que fuiste tú. Entonces me obligaría a deshacerme de ti y de verdad que no quiero eso. 

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¡Jelou!

Esto de actualizar muy seguido me agrada, se siente genial. 

AQUEL QUE ACECHA [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora