Fausto y los deseos profundos

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El doctor Fausto es viejo; el doctor Fausto es nostalgioso. Lo último es privilegio de lo primero: los anhelos de la juventud son del mañana, nunca del ayer. Porque lo que busca el doctor es lo que ha perdido, o cree haber perdido, en su juventud lejana. Fausto quiere acceder a la posibilidad del conocimiento y a la posibilidad del amor, a aquello que su asistente Wagner llama "iluminación" y a lo que Fausto se aferra: "¡Bello instante, no te esfumes!", clama con palabras que le presta Goethe. Para tal iluminación, la ciencia humana le parece poca y busca ayuda en la magia. Entonces aparece, como es fama, Mefistófeles.

El planteamiento de la obra es muy simple y fácil de distinguir: aquel mortal, en este caso Fausto, que luego de estudiar todos los campos de las ciencias y las artes, recordemos que Fausto era un gran científico en todos los campos posibles, no encuentra en esto aquello que lo lleve al conocimiento absoluto de las cosas, en este caso el amor, recurriendo como último método a la magia pactando con el diablo, Mefistófeles. ¿Pero por qué Fausto decide venderle su alma a este maligno ser? ¿Y que representa el propio Mefistófeles dentro de la obra?

El doctor Fausto era una persona que había nacido, aunque nunca se diga en la obra, con el gran don de la inteligencia ilimitada, que le permitió progresar en varios campos de diversas ciencias, incluida la magia, pero como le permitió progresar en todos esos campos, no pudo progresar en uno solo y básico, el amor. Fausto nunca llego a amar a una mujer como haría cualquier hombre de su época, al estar demasiado enfocado y considerar más importante sus diversos estudios y conocimientos, impidiéndole esto que tenga una pareja y forme una familia clásica con esposa e hijos. Al ser ya un anciano, recién se da cuenta que ha hecho mal en ignorar ese sentimiento, deseando ya viejo, en tener una pareja, pensando primero en suicidarse, cambiando de opinión luego al aparecérsele una figura extraña.

Mefistófeles o el diablo en la obra, se define como un típico humano convenido: alguien que desea hacer el mal, pero a costa de otro, representándose al ofrecer una renovada juventud al desesperado anciano doctor a cambio de que su alma este en sus manos. Mefistófeles cumple su palabra al pie de la letra, pero no le dice al renovado doctor las tragedias que después le pasarían al hacer su trato. Sin embargo, como todo demonio maligno termina fracasando al final sin triunfo alguno. Este es uno de los rasgos más curiosos del demonio: a nosotros, como a Fausto, nos parece que el mal triunfa casi siempre, y damos como prueba las grandes y pequeñas miserias de nuestra vida, los horrores e infamias de nuestra historia.

En siglos pasados, cuando el trueque de un alma era considerado un acto tremebundo, las cosas eran para Mefistófeles relativamente sencillas, tuviese éxito o no. Hoy, cuando el alma tiene infinitamente menos prestigio, y cuando a diario se truecan almas contra nimiedades como una finca en Marbella o un puesto en un gabinete ministerial, la tarea de Mefistófeles es, paradójicamente, más difícil. Perder el alma a cambio de una pobretería otorga al alma el valor de poca cosa, y Mefistófeles, anhela lo valioso. Viéndose esto perfectamente al obtener el alma del pobre Doctor, como si esta no valiera mucho y fuera como una especie de juego para el maligno ser.

En conclusión, Fausto representa lo que es capaz de hacer el ser humano por conseguir lo que más quiere y desea en el mundo, así tenga que pagar un precio muy alto, como vender su alma a una figura maligna, y sin entender que podría haber una clausula secreta maligna tras pactar con una figura demoniaca. Su ideal de vida se basaría en una farsa materialista, la frustración de conocer un modo de vida que trata de emular pero al que no pertenece realmente, rompiéndose cuando entra en contacto con una realidad ajena a la suya. Mefistófeles por su parte, representa al ser humano convenido, que ve solamente al mejor postor para cumplir sus ambiciones.

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