Capítulo vigesimoquinto.

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Capítulo vigesimoquinto.

Cuando abrí los ojos, ya era de noche. No sé dónde estaba yo acostado, pero en definitiva no era ningún penthouse de ningún hotel de cinco estrellas. Lo que sea que se encontrara sosteniendo mi nuca era duro y frío, como si estuviera recostada sobre metal. No había mucha luz en el lugar, apenas la suficiente como para que me diera cuenta de el sitio en sí no era muy grande y que había bultos a mi alrededor. Me incorporé abruptamente, sin entender que no debo hacer eso, y me golpeé la cabeza con algo duro que pendía del techo.

- Ésta también me la vas a pagar, Rosso.- gruñí, sosteniéndome la cabeza con una mano mientras que con la otra intentaba averiguar qué cosa era lo que me había golpeado.

Me di cuenta de que la cosa contra la que me había pegado tenía un interruptor en un costado, así que me supuse que era una lámpara y la encendí. Y me arrepentí de haberlo hecho...

Estaba rodeado de cadáveres a medio cubrir por sábanas. Lo que había pasado por bultos no era otra cosa que cuerpos que parecían ser de humanos cubiertos por plásticos o sábanas manchadas de sangre. Y el objeto duro que sentí sobre mi nuca no era otro que un depósito de metal de una plancha del mismo material: estaba recostado sobre una mesa para autopsias.

- Maldito Rosso.- gruñí, conteniendo las náuseas.- Eres un infeliz.

Muy seguramente, ésa había sido otra de sus bromas o de sus múltiples tácticas para querer intimidarme. Y aunque confieso que me sentí un poco intimidado al verme en una morgue, no iba a dejar que un truco tan barato me detuviera. Me bajé de la plancha de metal e intenté buscar una salida. No sabía cuánto tiempo había pasado, quizás horas, quizás tan solo unos cuantos minutos, el caso era que Rosso me había hecho perder mucho tiempo.

Nada. Había solo una puerta, pero estaba cerrada, como era de esperarse. Por ser una morgue, no se necesitaban ventanas ni salidas accesorias, así que si quería salir tendría que ser por la puerta grande y necesitaba también un plan, aunque no se me ocurría ninguno. Me sentía cansado y la cabeza me dolía, tuve ganas por un solo momento de dejarme vencer y mandar todo al infierno, pero me contuve.

"Vamos, Genzo Wakabayashi, no te puedes dejar vencer", me dijo alguna molesta vocecilla, pero muy efectiva. "Nunca lo has hecho y éste no es buen momento para comenzar".

Ni modo, tenía que hacerle caso a mi otro yo. Así pues, intenté pensar en algo que me pudiera sacar ahí. Paseé la mirada por los cuerpos cubiertos y pensé que se debían tratar de las personas que la Orden tenía como animales de experimentación, encerrados en jaulas, aquellas personas que no habían conseguido sobrevivir... Maldije en voz baja, pronto habríamos de terminar con todo eso...

Y entonces, lo vi. Un contenedor enorme, en el cual solo podía haber más cuerpos ahí, pero si se encontraban encerrados significaba que debían estar preservados de la descomposición con formaldehído. Y el formaldehído no solo mata al virus Alfa, sino que también es tremendamente irritante, tanto para los ojos como para la piel...

- ¡Auxilio!.- comencé a gritar lo más fuerte que pude.- ¡Sáquenme de aquí!

- ¿Qué sucede?.- gritó alguien, desde afuera.

- ¡No puedo respirar, sáquenme!.- grité.

Escuché ruidos, voces y pasos del otro lado de la puerta; yo esperé, aunque comencé a golpear la puerta como si de verdad la vida se me estuviese yendo en ello. "¿Y ahora qué le pasa a ese?", preguntó alguien, del otro lado. "Quizás se volvió loco al ver los cuerpos", respondió otra persona. "¿Por qué no lo dejas que se mate y ya?", preguntó el primero. "Pues porque el Líder lo quiere vivo", contestó el primero.

Esperanza en el Mañana [Captain Tsubasa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora