Prólogo (T)

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     —Otro libro sin sentido. ¡Bah! —expresó con desprecio la chica de cabellos negros, largos hasta la espalda, y decorados con mechones rubios, arrojando el libro al fuego de la chimenea el cual comenzó a crepitar rápidamente. Se quedó un momento a observar como ardía cada página del longevo escrito—. Odio las leyendas, ¡son siempre tan decepcionantes! La mayoría ni siquiera se cumplen y las pocas que lo hacen tienen como protagonistas a héroes enclenques que no sirven ni como calentamiento para los hijos del dios dragón. Son sólo cuentos. ¿Verdad papá? —Silencio—. ¿Papá, me estás escuchando?

     La vocecilla infantil y algo molesta de la chica despertó de sus cavilaciones a la descomunal figura humanoide que estaba apoyada en el marco de la ventana. Los gruesos músculos escamados de su espalda se irguieron, incorporándose en la oscuridad de la noche sin luna a la vez que agitaba una gran cola plateada de reptil, que brillaba con el refulgor del fuego.

—No te confíes esta vez, Tami —decía con voz anormalmente tranquila y armoniosa para su tamaño, para variar, para darle lecciones que ella ya sabía, cosa que la irritaba profundamente, igual que siempre que habría la boca era para sermonearla o decirle "no hagas esto"—. Abisirus fue en su época la criatura más peligrosa del mundo y sólo la unión de los "más poderosos héroes" pudieron eliminarlo, él ya no está, pero si sus hijos: los verdaderos herederos de las tinieblas. Créeme cuando te digo que el poder que albergan en su interior es más peligroso que cualquier humano, demonio o caballero del palacio de plata que haya existido jamás... —El terrible ser sintió una mirada aún más terrible sobre él—. Descontando a tu madre, claro está.   

—Eso está mejor —confirmó una segunda mujer rubia de ojos dorados idénticos a los de la chica, en estatura más baja que la primera y vestida con una ropa holgada que no se alcanzaba a ver bien, pues estaba oculta en la parte más oscura de la habitación. Esa era Adal, pareja del dios dragón y única humana en la familia, al igual que también la más peligrosa. Debido a sus poderes, su cuerpo se había quedado con la apariencia de una chica de trece años de por vida y apenas llegaba al metro cincuenta y cinco.

—¿Por qué me vigilas, cariño? Si tan interesada estás en tus primos los primates, ¿por qué no vas tú con nosotros? Ya sabes que odio con toda mi alma codearme con seres inferiores que no son dignos de la presencia del dios dragón.

     "Oh... ya van a empezar de nuevo" dedujo Tami, que se marchó rápidamente de la habitación, cerrando la puerta tras de sí aunque eso no impidiese que los elevados tonos de voz de sus progenitores fuesen silenciados.

—¿Me has llamado primate, dios lagartija del tres al cuarto? ¿Se te ha olvidado quién es la mejor hechicera de los dos? —escuchaba decir a su madre.

—Que me ganases una vez en un duelo no significa que te vaya a permitir esas afrentas. Retíralo o prepárate para atragantarte con tus palabras.   

     Tami agradeció que el barco estuviese imbuido en poderosos encantamientos por parte de ambos para resistir sus hechizos, pues sólo la magia de su madre o su padre podría sin exagerar reducir a cenizas un continente entero. 

    Tratando de ignorarlos, la chica se acercó a la bola mágica que los hechiceros solían usar como sistema de comunicación audiovisual y se preparó para su próximo destino. Sólo esperaba que su padre no lo hiciese añicos... otra vez. 

     Si habían ido hasta ese lugar exclusivamente para vérselas con los hijos de Abisirus... sin duda debían de ser una auténtica amenaza. Lo que ella no sabía, ni tampoco sabía su familia es que en aquel continente de cazadores todos podían ser la presa... incluidos ellos.

    

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