Capítulo 2

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Cuando Frank me besó, no me dio tiempo de siquiera pedirle una explicación porque él, muy apenado, con la cara totalmente roja, decidió irse rápidamente de mi casa. Fui incapaz de perseguirlo, no porque no quisiera hacerlo, sino porque estaba tan estupefacto que ni siquiera pude moverme. Me costaba entender el hecho de haberme besado con mi mejor amigo y lo bien que me sentí con eso.

Encontré mil excusas para faltar a la escuela al día siguiente, tuve suerte en salirme con la mía, porque en serio quería darme mi tiempo para poder pensar y asimilar las cosas, no sabía qué podría pasar cuando volviera a ver la cara de Frank Iero, y me daba un poco de miedo.

Por suerte, el cumpleaños de Frank fue un jueves, falté al colegio el viernes y me quedaba el fin de semana para poder "superar" el tema. Ese fin de semana salí con mis amigos como siempre, traté de actuar normal, como si no tuviera un conflicto interno.

El lunes, cuando volví a ver a Frank, no me atreví a mirarlo a los ojos siquiera, y no me senté junto a él como ya era costumbre.

A la hora de la salida, por fin se acercó a mí y pidió hablar conmigo sobre lo sucedido durante la noche de Halloween en mi cuarto. Lo invité a mi casa para hablar al respecto, ni loco trataría el tema en el colegio; ese lugar donde las paredes tienen oídos y absolutamente todo se sabe.

— S-sobre lo que hice... — Trató de explicarse esa tarde en mi cuarto. — Lo siento. De verdad, perdóname. — Lucía mortificado. — No quise arruinar las cosas contigo de esa manera. Por favor, no me odies, no podría soportarlo, eres mi mejor amigo, Gee.

Sentí una presión en el pecho cuando él me llamó "mejor amigo". Porque, aunque él y yo éramos los mejores amigos cuando éramos niños, ahora las cosas habían cambiado, teníamos dieciséis años, siete de ellos estuvimos separados, yo conocí gente nueva, tenía nuevos "mejores amigos", y aunque él y yo nos habíamos hecho cercanos en los dos meses que habían pasado desde el reencuentro, yo ya no lo consideraba mi mejor amigo, sólo mi amigo y, muy a mi pesar, el chico que me gustaba en secreto.

Frank era para mí una especie de amor prohibido que quise detener a toda costa.

— ¿Por qué hiciste eso? ¿Cuál es tu problema? — No quise sonar duro, pero lo hice. — ¿No te da asco besar a otro chico?

Él bajó la vista apenado y negó suavemente con la cabeza.

— F-Frank... Tú... ¿Eres gay? — Pregunté, completamente turbado.

— ¿Y cuál es el problema? — Cuando soltó esa pregunta con tanta osadía, vacilé un poco, me enredé con mis propias palabras, no supe qué respuesta dar a eso. Así que él agregó: — Lo dices como si fuese algo malo.

— Lo es, Frank. — Fue la única réplica coherente que pude darle.

— No, no lo es. — Afirmó con vehemencia. — Además... No deberías pensar que ser gay es como una maldición si tú también lo eres. — De nuevo, me dejó sin palabras.

— ¿Q-Qué dices?

— Si no te gustaran los chicos... Si no te gustara yo... No me habrías correspondido el beso.

Me dejó sin opciones, sin argumentos válidos, porque tenía razón, y él sabía que tenía razón. Yo no podía hacer nada, quise mentirle, pero siempre terminé siendo honesto.

— ¿Por qué no dices nada? — Insistió.

— Porque... — Dije con la vista en mis zapatos, no me atreví a mirarlo a la cara. — Y-yo... Creo que m-me gustas... ¡Pero eso está muy mal!

Aunque en la escuela siempre aparentaba seguridad en mí mismo y andaba por los pasillos como si me estuviera comiendo el mundo, en el interior, siempre fui un cobarde; un hombre sin carácter cuyo falso aplomo podía derrumbarse fácilmente, sólo era cuestión de que alguien intentara desafiarme, y nadie lo había hecho... Sólo Frank.

1998; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora