Capítulo VIII

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[友人]

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SIEMPRE HAY UN MOMENTO DE NUESTRA VIDA DONDE NOS SENTIMOS DESAMPARADOS, solos e incluso desesperados. Puede ser apenas un instante o durar años, puede ser cuando descubres que tu mujer tiene una enfermedad terminal, o cuando tu hijo muere; la situación no importa, porque lo único que puedes sentir en ese momento es dolor, un dolor que supera a cualquier otro porque no es físico, es sentimental, porque en ese momento la frase de "tener el corazón roto de dolor" no puede ser más literal. Akane ya había experimentado esa sensación, obviamente en Chisanamura, pero aquella no sería la única vez que se sentiría así, porque, aunque ella en aquellos instantes lo ignoraba, en menos de un mes volvería a sentir la desolación que sientes cuando te quitan algo tuyo, algo sin lo cual creías que no podrías vivir, pero por desgracia puedes.

Curiosamente, Aizawa, que jamás había sentido esa clase de dolor que supera lo visceral, lo sentiría simultáneamente con Akane. En el mismo contexto, pero en dos perspectivas muy distintas. Akane en el campo de batalla, cubierta completamente de sangre y luchando por mantenerse en pie, Aizawa a kilómetros de distancia, mirando con impotencia en una pantalla como Akane estaba al borde de la muerte por su culpa. Pero me estoy adelantando.

De momento, la única preocupación que tenía Akane era no saber a dónde ir. Estaba sola, en la calle, con solo la ropa que había utilizado como pijama puesta, con el estómago vacío y con lágrimas en los ojos. Podía ir a casa de Mic, pero temía que reaccionase como Aizawa y que la odiase, podía ir a la Yūei, pero probablemente el ojeroso había hablado con el director; en definitiva, no podía confiar que ninguno de sus amigos héroes le ayudasen. Así que solo podía pedir ayuda a los villanos.

Bueno, más concretamente a Rush, su querido amigo pecoso que nunca dudaría en echarle una mano. Caminó por las calles intentando recordar concretamente la dirección y sin saber muy bien cómo llegar hasta allí mientras lloraba, las palabras del azabache se repetían en su mente, con rencor, con odio; durante años había tenido pesadillas con que sus amigos la odiaban, pero en la vida real era más duro, porque en el sueño siempre despertaba al final, y la realidad le aliviaba, pero ahora pesadillas y realidad se habían fusionado.

Mientras esto ocurría, Aizawa también iba caminando por la calle, molesto, enfadado, cansado, con los hombros caídos y el cuerpo ligeramente encorvado. Había pasado más de una hora desde que echó a Akane de su casa y su pelea latía con fuerza en su mente, quizás se había pasado un poco, puede que hablándolo hubiera visto las cosas con claridad, pero ahora ya no servía de nada lamentarse. Sinceramente, no sabía qué hacer. Apenas a unas calles de distancia, en el primer cruce que se encontrase y girando a la derecha, estaba la comisaría de policía desde la cual le había llamado Tsuragamae Kenji. Podía ir allí, delatar a la albina. La interrogarían, quizás incluso detendrían, pero aclararían definitivamente todo lo ocurrido, quizás incluso la llevarían a servicios sociales o a un centro de menores. Solo tenía que girar a la derecha.

Al llegar al cruce, Aizawa giró a la izquierda. Poco a poco con cada paso se fue alejando de la comisaría de policía, no, no iba a entregarla, no porque no tuviera razones para hacerlo, sino porque no quería hacerlo. A pesar de todo, del dolor de la traición y el engaño, le importaba, y aquello le desesperaba y le ponía a un más de mal humor, así que hizo lo que la gente racional hace cuando no quiere enfrentar sus problemas, irse a un bar.

Akane por pura suerte había conseguido llegar a la calle Randorī, pero aún no había encontrado la lavandería, mientras caminaba se secó las lágrimas con una chaqueta de chándal que había cogido rápidamente antes de irse. Siguió caminando perdida en sus pensamientos y tarde o temprano estaba ya en el número 22, una pequeña lavandería muy cutre y con solo cinco lavadoras, dos de ellas estropeadas, ni un solo cliente y una señora gorda de rebosante papada fumándose un cigarro en el mostrador. —¿Qué quieres, niña?—

𝐇𝐄𝐑𝐎; aizawa shoutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora