Capítulo I

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NARRA BETHANY

   Oí como mi estómago rugía. Maldita sea, tenía un hambre de perros. Fui a mi taquilla a ver si tenía algo de comer. Nada. Cero. Hoy era el peor primer día de instituto.

   Busqué con la mirada a Jessie, que caminaba radiante hacia mí.

   —¡Beth! —me llamó.

   —¿Tienes comida? —pregunté cuando llegó a mi lado.

   —Sí. Supuse que te entraría hambre antes del almuerzo y ayer me dediqué a comprar guarrerías.

   —Te amo, Jess —susurré con los ojos brillantes al ver que sacaba una chocolatina de su mochila y me la daba.

   —¿Sabes? He oído que han llegado alumnos nuevos. Espero que los tíos estén buenos —esbozó una sonrisa maligna.

   —Yo solo espero que la gilipollas de Holly y sus perritos falderos no se metan con las nuevas —confesé con la boca llena.

   —Sabes que eso va a ser imposible.

   —Pobres. Suerte que solo va a ser un curso. Después nos iremos todos de aquí de una maldita vez.

   Me subí las gafas, que se habían resbalado un poco. Odiaba llevar gafas, pero es lo que pasa cuando no ves tres en un burro. Al menos Jessie me acompañaba con sus brackets.

   —¿Has visto a tu hermano?

   Mi relación con mi hermano era de amor-odio. Éramos mellizos; él era mayor por siete minutos. Jessie llevaba colada por él desde que lo vio por primera vez. Desearía de una vez que Jonathan abriese los ojos y se diese cuenta de que una chica preciosa llamada Jessie estaba justo a su lado. No como las zorras con las que «sale». Eran chicas de una noche y hasta siempre.

   —No.

   La campana sonó, marcando la tercera hora del horario escolar.

   —¿Qué te toca?

   —Química.

   —Matemáticas. Nos vemos en el almuerzo.

   —Sí.

   Corrí a clase, llegando antes que el profesor. Me senté en uno de los pupitres del fondo, saqué mi material y esperé a que la clase comenzará.

   —Eh, tú, ese es mi sitio —ladró una voz a mi lado.

   Giré la cabeza despacio. Vi a Christian, el capitán del equipo de fútbol, el chico más popular del instituto, el mujeriego de los mujeriegos..., plantado ahí, mirándome amenazadoramente, con los brazos cruzados en el pecho.

   —¿Pone algún nombre? —pregunté.

   —Es mi sitio —repitió.

   —Haber llegado antes, guapete.

   —He dicho que es mi sitio. Si no te quitas por las buenas, te quitarás por las malas.

   —Qué. ¿Me vas tirar de la silla? —solté una carcajada—. Patético.

   Por suerte llegó el profesor.

   —Bien, chicos, idos sentando. Elegid bien el sitio porque ese será el de todo el año, ¿de acuerdo?

   —Quí-ta-te —me ordenó marcando cada sílaba.

   —No. Me. Da. La. Gana —repliqué enfatizando cada palabra.

   —Bien, pues me sentaré a tu lado, para hacerte la vida imposible.

   —Inténtalo si quieres.

Muérete, amor [CORRIGIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora