Capítulo XVII

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NARRA CHRISTIAN

   Me subí al árbol que había en su jardín y escalé hasta su ventana. Llamé, pero no estaba allí. Esperé unos minutos, hasta que al final encendió la luz y la vi entrar con una toalla en la cabeza y un albornoz. Toqué de nuevo y ella me vio. Se le iluminó el rostro y abrió la ventana, dejándome entrar. Caí encima de la alfombra de su habitación.

   Observé su habitación. Era la mitad de grande que la mía. Sus paredes eran azules. Había un armario empotrado en la pared, donde debía guardar sus cosas, una cama pequeña con sábanas negras y blancas y un escritorio al lado. Rodeando el escritorio, había varias estanterías, las cuales estaban llenas de libros. Al lado, había una puerta. La silla era de color negro.

   —¿Te gusta mi habitación?

   Cambié la dirección de mi vista. Llevaba sus gafas, pero gotas de agua le caían por la cara y el cuello. Era tan hermosa que cortaba la respiración.

   Eso ha sido muy cursi.

   Bethany me guiñó el ojo. Joder, me había olvidado de la burbuja. Ella rió a carcajadas. Yo contenía la risa como podía. Si sus hermanos o su padre me descubrían, era hombre muerto, ya fuese un lobo o no.

   —Bueno, ahora te vas a dar la vuelta, mirando hacia la ventana mientras yo me pongo el pijama.

   —No hace falta. A mí no me importa que te desnudes delante mía.

   —Estoy segura de eso, pero a mí sí me importa, por lo que te vas a dar la vuelta, ¿estamos?

   Me di la vuelta refunfuñando. Me quedé mirando a una rubia de bote voluptuosa que llevaba un vestido demasiado pequeño. A penas le tapaba el culo o las tetas. Sin embargo, no hacía daño a la vista.

   Noté como Bethany me daba un coscorrón en la coronilla.

   —Por idiota.

   Me di la vuelta y vi que llevaba el pijama de esta mañana. Lo que más me gustaba era como le quedaba mi sudadera. La agarré de la cintura y la pegué a mí.

   —Solo tengo ojos para ti, preciosa. Soy todo tuyo.

   —Ahora no me vengas con estupideces. Le estabas mirando el culo.

   —¿Celosa?

   —Más de lo que quisiera —confesó con la barbilla en alto.

   Puse cara de sorpresa. Pocas personas confesaban sus celos. De hecho, la mayoría mentía en eso o contraatacaba con otra pregunta o con un «ya te gustaría a ti».

   —Puedo compensarte.

   —No estoy interesada.

   —Oh, vamos, Bethany. ¿Cuándo voy a conseguir un beso de verdad tuyo?

   —Cuando te lo merezcas.

   —No vale —parecía un niño de cuatro años enfurruñado.

   —Pórtate bien a la próxima —y ella parecía mi madre—. Ahora —bostezó—, voy a dormir que mañana hay que madrugar.

   —¿Voy a dormir en el suelo?

   —No. Hay una cama, ¿o estás ciego?

   —¿Vamos a dormir los dos juntos?

   —Sí, ¿por qué?

   —Con la única chica que he dormido sin tirármela han sido mi prima de ocho años.

Muérete, amor [CORRIGIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora