Capítulo XVIII (especial)

7.5K 371 18
                                    

NARRA CHARLOTTE
   No recuerdo haber aceptado ir a una «cita doble». Prácticamente, Bethany me había obligado. Ahora me encontraba en su casa, eligiendo ropa para ponernos para quedar con Christian y su primo. ¿Qué pintaba yo allí en todo esto? El hecho de ser una bruja que no odia a los hombres-lobo (ya que uno salvó a mi madre) no significa que tenga que conocerlos a todos. Me basta con saber de Finn, su mujer Soledad y con Christian. No hace falta conocer a ningún primo suyo.
   —Explícame otra vez lo de Leo —me pidió por tercera vez Beth.
   —Lo hemos dejado. Hemos descubierto que no somos compatibles. Y hemos quedado como amigos. Será un poco incómodo, pero no habrá ningún rencor.
   —Si te sirve de consuelo, yo no me hablo con mi ex porque según él le rompí el corazón, pero anda que no tarda en llevar a la cama a cualquiera. ¿Leo y tú llegasteis a eso?
   —Con Leo no, pero si con mi antiguo exnovio. Se llamaba Jake. Él fue mi primera vez y la única. Decía que me amaba, y yo como una tonta creyéndole. Me dejó al saber que me iba a mudar.

   —Oh, lo siento. Los hombres son todos unos estúpidos. Si alguna vez puedes hablar con uno mentalmente, debes avisarme, ¿de acuerdo?

   —¿Por qué?

   —Tú solo dímelo.

   —Está bien. ¿A dónde vamos a ir?

   —A Espequette.

   —Odio ese restaurante.

   —Yo también. Pero Christian no me ha dejado negarme.

   —¿Qué se cuece entre vosotros?

   —Nada. Nos hemos dado tres picos, pero ningún beso importante.

   —Wow, sí que es verdad que Christian está perdiendo facultades.

   —A lo mejor la que se lo está poniendo difícil soy yo. A lo mejor la que gana facultades soy yo.

   —Estoy contigo totalmente y lo sabes.

   Beth sonrió.

   —¿Qué nos vamos a poner? —pregunté.

   —Odio los vestidos...

   —Yo no. ¿Tienes uno para mí?

   —Espero que mi madre tenga.

   Salió un momento de la habitación para entrar poco después con un vestido rojo. Me obligó a ponérmelo. Era ajustado y de palabra de honor. Dejaba casi toda la espalda al aire. Me prestó unos tacones negros. Me dio también, para el frío, un elegante abrigo negro. Sonrió, contenta por su obra maestra. Me sentó en su silla negra y peinado espectacular que hacía resaltar mis ojos verdes (aunque el maquillaje también ayudó).

   —Mi turno —dije.

   Le saqué unos pantalones largos negros, una blusa roja y un cinturón marrón. Le recogí el pelo en una coleta, sacándole tupé. Pinté sus ojos y sus labios con el maquillaje básico. No necesitaba nada más. Busqué entre su calzado. Lo que más me apañó para ella fueron unas sandalias marrones. Ella no llevaría abrigo, pues su blusa era de media manga.

   —Tendrás frío —la avisé.

   —No importa.

   —Eres muy alta, ¿sabes? Llevo tacones y aun así me sacas unos centímetros.

   —Se debe a mi pasado como jugadora de baloncesto —se encogió de hombros.

   —¿Por qué lo dejaste?

   —Era muy cara la matrícula.

   —Lo siento. Estoy segura de que te gustaba.

   —Me encantaba. Pero lo entendí cuando me lo dijeron mis padres. Me explicaron todo y yo misma propuse dejarlo. Me puse a trabajar como entrenadora. Ahora lo hago solo en verano. Los estudios van siendo cada vez más complicados.

Muérete, amor [CORRIGIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora