Capítulo XXVI (especial)

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NARRA JONATHAN

   Pasé mi brazo por sus hombros. Nunca le habían gustado los aviones, a pesar de ir en el privado de Christian. Estábamos sentados en el sofá, viendo una película en la gran pantalla HD, pero ella no hacía más que temblar.

   Jessie apoyó la cabeza en mi hombro y yo metí la mano por dentro de su camiseta de manga corta (en la isla de Christian no era invierno). Ella me miró y me dio un golpe en la mano.

   —Aquí no, imbécil.

   —No puedo esperar —susurré.

   —Lo hacemos una vez y ya te vuelves un adicto —musitó.

   —Soy un adicto a ti.

   —Pues aprende a regularte.

   —Vamos al baño —murmuré contra su cabello.

   —No.

   —Venga, Jess... En las habitaciones no vamos a poder.

   —Sí que podemos. Vamos a compartir con Beth y Chris. Y es una suite. Además, tus padres están aquí, imbécil.

   —Como si no supiesen que no soy virgen. No soy un santo, Jess. Me llevaba a mujeres a mi casa.

   —Vale, pero a mí sí me creen virgen. Son como mis segundos padres.

   —Por favor...

   Me miró fijamente con sus preciosos ojos ámbar. Acaricié su pelo negro y bajé por la espalda, metiéndome de nuevo en su camiseta.

   —¡Para! —siseó.

   —Me estás matando lenta y dolorosamente, mujer.

   —Te jodes. No voy a hacerlo en el baño de un avión.

   —Vamos.

   La agarré de la muñeca y la arrastré hasta el baño. Nos metimos dentro con las miradas de todos en nuestras espaldas. Eché el cerrojo.

   —¡No tardéis mucho! —se burló Bethany desde fuera.

   Jessie reprimió una risa y me miró inocentemente.

   —Jonny...

   Bajé la cabeza y besé sus labios. La rodeé por la cintura y ella se enganchó a mi cuello. Profundizamos el beso. Pasé la lengua por sus brackets y luego jugueteé con la suya.

   Le agarré las nalgas, a lo que ella gimió, y la elevé en el aire. Enroscó las piernas en mis caderas y la senté en lavabo como pude.

   Bajé mis labios hasta su cuello y mordiqueé suavemente su pálida piel. Ella gimió de nuevo, pero la acallé poniendo mis labios sobre los suyos.

   Le saqué la camiseta por encima de la cabeza y lamí la parte de sus pechos que sobresalían del sujetador. Me agarró del pelo con fuerza y me susurró al oído que me quitase la camiseta.

   —A sus órdenes, madame.

   Jessie se ruborizó cuando lo hice. Llevábamos saliendo bastante tiempo, ya lo habíamos hecho una vez (la más maravillosa de mi vida) y me había confesado que llevaba toda la vida enamorada de mí. Obviamente yo también me había enamorado de ella. Y aún así, se ruborizaba cuando me quitaba la camiseta. Me encantaba esta mujer.

   Besé sus rojas mejillas y agarré sus manos. Las llevé a mis abdominales, las solté y la pegué a mí. Le quité los pantalones cortos y luego me quité yo los míos. Ambos estábamos en ropa interior.

Muérete, amor [CORRIGIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora