Despertó con unos brazos a su alrededor, la espalda pegada al duro pecho de Sousuke y la erección de este entre los glúteos de su trasero. Era una muy buena manera de despertar.
Se movió solo un poco para quedar más apegado, su propia erección matutina estaba presente y mientras se mordía el labio, pensó en que tan malo sería si utilizaba en cierta manera a su novio. No pensaba violarlo ni nada, pero era estimulante en más de un sentido sentir su miembro endurecido contra sí. Al acomodarse, Sousuke suspiró, y Makoto supo que se estaba abriendo paso entre la consciencia, al parecer no tendría que esperar mucho para que sus deseos se cumplieran.
De forma lenta y provocativa comenzó a mover las caderas de arriba abajo y en círculos, estimulando más la zona sensible de Yamazaki hasta que este le gruñó.
—Mako, ¿qué haces? —su voz aun somnolienta contrastaba con el apretón del agarre.
—Jugar.
Una risa ronca resonó en su cuello, y Makoto tragó saliva al imaginar al moreno riendo de esa forma con los ojos aun cerrados. Tomó una de las manos que lo tenían afirmado de la cintura y lo guio hasta su propia entrepierna, para que sintiera la necesidad de él.
—Ok, vamos a jugar, Mako.
Yamazaki empezó por acariciarlo de manera sutil y suave por sobre la tela del bóxer, mientras que el castaño cerraba los ojos y seguía masturbando con su trasero a Sousuke. La cadencia de los movimientos era lenta, perezosa, la prueba de que estaban saliendo del letargo producido por Morfeo; pero a medida que los minutos pasaban y ya eran algo audibles los gemidos y suspiros de satisfacción, el ritmo también fue subiendo.
Sousuke también movía sus caderas para generar fricción en el adorable trasero del castaño, mientras lo apretaba con firmeza por sobre la ropa interior. De forma juguetona comenzó a deslizar el bóxer a Tachibana hasta la separación en donde los muslos comenzaban, allí, sin penetrar a Makoto colocó su propia vara atrapada entre el trasero y el elástico de la ropa interior, haciendo que la punta chocara al moverse con los testículos del castaño; a la vez que lo masturbaba rítmicamente por delante.
La intensidad fue cada vez mayor, y solo con los roces y fricción provocada fue que el aire en la habitación se cargó de más gemidos y palabras entrecortadas, sudor brillante y ruegos para incrementar la velocidad. Acabando todo en desespero necesitado y dejando como víctima el bóxer del castaño, ya sucio y cubierto de líquido semitransparente.