La Ejecución

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El ultimo vagón del tren es espléndido, es como estar al completo aire libre. Las ventanas traseras se retraen hacia el techo dejando a cualquier ocupante en ese lugar en el exterior, libre para sentir el viento y escuchar los sonidos de la naturaleza. A diferencia del distrito doce que esta rodeado por un frondoso bosque, el once tiene inmensos campos abiertos con manadas de ganado pastando en ellos. La imagen se hubiera mantenido absolutamente bella sino fuera por una enorme verja metálica que mostraba un control más riguroso que el de nuestro hogar. Tiene al menos diez metros de altura, su cima se encuentra enmarcada por alambres de espino, cada punta brilla filosamente con la luz del sol. La base de la temible entrada al once tiene enormes placas de metal, y por intervalos  se  erguían imponentes torres de vigía, cada una de ellas ocupadas por guardias armados. Todo este entorno  era una fuerte declaración de la esclavitud que ejercía el capitolio sobre los habitantes de nuestro distrito vecino. Los ciudadanos del once debieron ser mucho mas intrépidos que los de mi distrito en los tiempos de revolución, es la única razón que encuentro a la severidad de la seguridad aquí. Nunca creí poder pensar que el distrito doce era un lugar hermoso para vivir, pero después de presenciar tanta represión en estado de alerta me alegra saber que mi hogar es un mejor lugar.

-Esto es diferente- comento

Los cultivos se extienden hasta fundirse con el horizonte, hombres, mujeres y niños se protegen del sol con sombreros de paja mientras trabajan la tierra. Aparte de la extrema seguridad muy pocas cosas son diferentes, cuando los trabajadores levantan los rostros del suelo se puede ver la miseria que viven. Los agricultores  tienen ojos cansados, las mejillas hundidas a causa de la malnutrición y el agotamiento se nota en sus movimientos. Los gobernantes del distrito aprovechan cada par de manos al máximo, veo niños de seis años cultivando la tierra a la par de ancianos. El distrito once parece cubrir una mayor superficie de territorio que el doce, observamos cabañas una tras otra parecen nunca terminar.

-¿Cuánta gente crees tu que vive aquí?- Pregunto. Katniss sacude la cabeza. Solo lance la pregunta pensando en la probabilidad de que Rue le hubiera contado algo sobre su hogar. Pero supongo que aun si se lo hubiera contado tal vez Katniss no me lo contaría, debe estar sufriendo mucho en este momento, ya que hasta inclusive a mi me resulta doloroso estar aquí. ¿Cómo es posible que de entre todos los habitantes (el doble, tal vez el triple de personas que en el doce) una niña de tan solo doce años resultara elegida como tributo? Recuerdo que durante los juegos al principio no sentí tanto odio por la organización, el sentimiento mas intenso era la amenaza de que uno de los tributos  asesinara a Katniss. Sin embargo recuerdo que aborrecí por completo la idea de que nadie, en este distrito o el Capitolio se opusiera a la participación de Rue en los Juegos.  Las ideas ahora son mucho mas claras, es todo culpa de ellos, de los organizadores, de los funcionarios y de la cabeza de estado. El peso de Los Juegos del Hambre recaía sobre los hombros del presidente Snow, es una lastima que el presidente parezca ser inmune a la culpa. Effie  aparece repentinamente para avisarnos que es tiempo de prepararnos para nuestra primera presentación, ninguno de los dos presenta objeción alguna.

Apolline esta un poco mas dócil que temprano a la mañana

-¿Nervioso?- me pregunta mientras observa como reviso unas tarjetas con mi discurso. Se suponía que debíamos dar unas palabras refiriéndonos a los tributos cuando llegáramos, y no quería dejar nada a la suerte del momento cuando se tratara de hablar de Rue y Thresh.  Mis palabras fueron previamente aprobadas por Effie, ella tampoco quería dejar nada a la fortuna, quería asegurarse de que dijéramos solo lo políticamente correcto.

-Un poco ansioso nada mas- respondo juntando las tarjetas y haciéndolas a un lado

- No te preocupes, te van a amar- Apolline no era una mujer de intensiones perversas, era tan ingenua como una niña pequeña. A su consideración lo peor que me podría pasar es que la gente me mire con mal talante, pero no era eso, la presión que sentía iba mas allá de un publico difícil. La obligación de intentar de brindar alguna palabra de aliento a un par de familias en luto era demasiado. Mi mejor amiga siempre confiaba en mi  y decía que tenia el don de las palabras, de decir lo que era correcto y necesario, espero que sea cierto.

En Llamas: Punto de Vista de Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora