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Leo escupió su sangre al suelo, mientras trataba de soltarse de sus ataduras. ¿Por qué ellos en específico podían sangrar? Su creador bien pudo hacer que no lo hicieran, pero esto era el único recuerdo de que alguna vez fueron humanos.

La criatura le dio otro golpe, haciéndole gruñir. Tenía los ojos hinchados por lo que apenas podía ver un carajo. ¿Cómo rayos lo atraparon tan fácilmente? Lo único que recordaba fue un golpe y haber quedado inconsciente. ¿Por qué todas las criaturas parecían odiarlo? No es que él fuera precisamente el rey encantador, pero al menos era justo. Otro golpe aterrizó en su costado haciéndolo forcejear con las cadenas de plata que estaban haciendo un efecto seguro en debilitarlo... y él justamente pensaba que su único problema era la perdida de sangre. Debió pensarlo mejor. De pronto, escuchó desenfundar una espada y no necesitó ver con claridad para saber que se trataba de una jodida espada de rubí. ¿Es que pusieron en el periódico que esta era nuestra debilidad o les pasaron un memo a todas las criaturas? Esto hacía la triada de la miseria. 

Un rugido llenó el lugar y Leo pudo escuchar todos los pasos dirigiéndose al peligro. Sea lo que sea, no solamente iba a matar a sus secuestradores, sino que lo mataría a él sólo por estar en el lugar y la hora equivocada. Volvió a forcejear con las cadenas, sin ningún rastro de victoria. Los gritos de furia de sus captores cambiaron en menos de un parpadeo a unos de dolor cuando el sonido de desmembramiento y el olor a sangre reinaban.

-Lo juro vampiro, voy a comenzar a cobrar factura.

-¿Aria?

-Dime, Bella Durmiente -Leo bufó por el tono juguetón de la mujer y escuchó las cadenas caer al suelo antes de sentir el alivio. Ella lo ayudó a sentarse-. Quédate tranquilo, pronto llegará un donador de sangre.

-Espero que no estés hablando de mí -Dijo un hombre acercándose.

-Obviamente. Eres el humano aquí -Se burló Aria. Leo escuchó una caja abrirse-. Toma, bebe -El vampiro hizo una mueca al beber la sangre fría.

-Al menos pudiste calentarla un poco -Dijo.

-¿Crees que somos tus sirvientes? Pude haberte dejado a tu suerte, lo mínimo que puedes hacer es agradecernos -Leo poco a poco se regeneraba, por lo que su vista mejoraba, así que pudo ver a la mujer desnuda mientras verificaba los cuerpos de las criaturas muertas.

-Ponte algo de ropa -Pidió su acompañante exasperado. La mujer no le hizo caso y siguió su estudio sin ninguna vergüenza de mostrar su perfecto cuerpo a dos hombres-. ¿Wolfian?

-Si atacan de nuevo y debo romper otro atuendo, juro que voy a matarte.

-Sí, sí. Siempre dices lo mismo -El hombre puso los ojos en blanco-. ¿Cuándo dejarás de jurar en vano? -La mujer comenzó a vestirse de mala gana.

-¡He gastado más dinero en ropa últimamente de lo que lo he hecho a lo largo de mi existencia! Te lo cobraré esta vez, vampiro.

-Te lo pagaré como regalo de bodas -La Wolfian bufó.

-Moriré en la espera -Leo sonrió.

-No existirá mujer que la soporte, ni siquiera otra de las de su raza -Dijo el humano. Las Wolfians era criaturas que podían tomar la forma de lobo cuando quisieran, a diferencia de sus primos los hombres y mujeres lobos que lo hacían con la luna llena. Ellas eran una raza rara entre ellos mismos, ellas no necesitaban hombres para reproducirse, sólo necesitaban conocer a su compañera de vida. Ellas se reproducían por ellas mismas.

-Recuérdame de nuevo, ¿por qué te dejo vivir?

-Porque detestas ocuparte del desastre una vez lo haces -El humano se encargaba de limpiar las escenas una vez ella termina de esparcir la sangre.

Los Reyes de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora