Capítulo 5: Salida al cine

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Lunes... Odio los lunes. No entiendo por qué tienen que existir.


Es el peor día de la semana. El inicio de tu rutina, dos días levantándote a la hora que quieras y haciendo lo que quieras, para que llegue el lunes y te golpee con el sonido de la estúpida alarma.


Nos jodieron la vida.


La alarma vuelve a sonar luego de que le colocara los cinco minutos de posponer.

Gruñendo y casi sin poder abrir los ojos por el sueño me levanto de la cama.

Me dirijo al baño donde hago mi rutina de higiene mañanera. Me miro en el espejo mientras me cepillo los dientes luego de salir de bañarme, mi cabello negro mojado aplastado todavía gotea agua por mi cara.

Mis ojos azules tienen unas bolsas debajo.

No quiero ir a ningún lado, al contrario quiero quedarme durmiendo todo el día en mi cama.

Me visto tomando la primera camisa y pantalón que tomo de mi closet.

Como casi todos los hombres tomo el atuendo que me voy a colocar de manera rápida, no pierdo el tiempo que pierden las mujeres midiéndose todo para poder salir.

Pero debo admitir que duro bastante tiempo peinándome.

Bajo las escaleras y entro a la cocina, Becky como de costumbre, está haciendo el desayuno mientras alguna música clásica suena. No se da cuenta de mi presencia y la veo bailar y cantar muy concentrada.

Aguanto la risa hasta que ella se voltea y queda como piedra al verme parado ahí


— ¡Ethan! —Dice colocándose una mano en el pecho de forma dramática — ¡Me asustaste!


Una carcajada sale de mis labios y ruedo mis ojos divertido ante la actitud de Becky.

—Solo no quería interrumpirte Bec, estabas bastante emocionada.


Hace un ademán con la mano y sigue en su tarea, mientras yo me espero pacientemente a que mi desayuno esté listo.


— ¡Buenos días, hermosas personas! —La cantarina voz de Kira entra a la cocina.


Mi hermana resplandece, su ánimo siempre suele ser bastante alegre, a menos que no duerma sus horas de sueño correspondientes.


—Alguien se levanto demasiado alegre—Digo con una mueca de fastidio.

—Pues sí—Dice llegando a mí abrazándome y dándome un beso haciéndome sonreír— Debería contagiarte de buen humor, gruñón.

—No gracias—Digo negando con la cabeza— No quiero andar con mi voz chillona provocándole dolores de cabezas a las personas, como tú.


De manera infantil, me saca la lengua y se sienta en su puesto.

Mi madre no tarda en llegar a la cocina, lo primero que noto es sus enormes ojeras, tiene cara de haber llorado y no haber dormido nada. Por lo que mis sentidos se ponen alerta imaginándome lo que le pudo haber pasado.

Hasta el más mujeriego se enamora •Editando•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora