Capítulo 35

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Dicen que la gente no puede tener redención, que una vez que cometen un pecado, un error o el más simple desliz, este maldito lo que le resta de vida y que no podrá obtener ese perdón por el que tanto suplican para poder remediar lo que hicieron.

Pero yo no pienso igual que ellos, la redención se gana, el perdón igual, y del respeto ni hablar. Las personas malas pueden ir al cielo, y las personas buenas pueden ir al infierno, todo se rinde a un juicio final en su última acción antes de partir.

—Puedo ir contigo.

Mire a Natsu, su postura sería, mientras cargaba a Nashi enredándola lo suficiente en su cobija para que el frío de la funeraria no le diera. El me miro comprensivo y me entrego a la nena, la tome con cuidado colocando la mano en su espalda y otra detrás de su pequeña cabecita, la mata de cabellos rosas y su rostro somnoliento delataba que apenas se estaba levantando de su sueño. Abrió aquellos orbes cafés, quienes se movían con curiosidad por toda la habitación, para luego posarse en mí, su madre.

—Iré sola...

El pasillo que me esperaba recorrer era duro, pues aquellos ojos caían sobre mi y mi hija, los lamentos y los sollozos cubrían el lugar haciendo el ambiente demasiado pesado. Conté los sillones que faltaban mientras me acercaba a su ataúd, sentía que me asfixiaba el aire a mi alrededor, tomé aire casi de forma dolorosa, apretando a Nashi a mi pecho. Dos sillones, uno...

Paré al llegar a los dos pequeños escalones, mis piernas parecían plastilina, presentía que en cualquier momento e iban a fallar, mire sobre mi hombro, Natsu estaba detrás del último sillón, en el inicio del pasillo y joder que me parecía demasiada distancia cuando en realidad solo eran como 6 metros, que sé que, si yo daba indicios de querer doblegarme, el los recorrería en menos de un segundo para sostenerme.

Subí ambos peldaños, con las miradas perforando mi espalda, mi cabeza. Mi vestido negro era para nada escotado, me llegaba a las rodillas con una falda tipo lápiz, con manga corta.

Al quedar frente al ataúd abierto, tome aire con fuerza, camine dos pasos y mire a quien estaba ahora con los ojos cerrados.

Sting.

Su cabello rubio se miraba cenizo, su piel se veía descolorida, no trigueña como antes. El traje blanco que llevaba le quedaba más que bien, con ambas manos colocadas en su abdomen, una encima de otra, más en la izquierda llevaba un anillo grande, de color plata con el sello de su familia. Descubrí un poco a Nashi y la incliné para que viera a Sting.

—Mira nena... el te salvo la vida, a ti y a mí.

*Flashback*

Habían pasado cuatro años, cada uno de los chicos se había recibido perfectamente bien de la universidad, a pesar de las faltas que fueron justificadas por la jefa de grupo.

Casados, o viviendo juntos, los chicos se mantenían unidos pues Natsu, Gray, Jellal, Gajeel y Samael habían formado una empresa internacional, con sus respectivas secretarias, quienes eran sus novias a excepción de Akari, ella seguía siendo una de las mafiosas más respetadas y temidas y no pensaba dejar su vida tranquila —aunque a veces agitada— por un montón de papeleo y estar sentada detrás de un escritorio, pero estaba profunda, y perdidamente enamorada de Samael.

La misma empresa patrocinaba a Shelia, quien se había convertido rápidamente en una cantante muy peculiar por su voz capaz de alcanzar agudos y graves de forma rápida, certera y más que afinada, aunque también cautivando con sus canciones y su corazón, dejando su alma en cada escenario que pisaba. Durante dos años había ido de gira mundial, visitando prácticamente todos los lugares posibles en esta tierra, desde los más grandes, hasta los más pequeños. Más aun no se lograba curar de su enfermedad...

Amor LocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora