Después de un viaje de 18 días Alex cabalgaba ya de regreso al castillo. Las diligencias a las afueras del reino eran una rutina pesada que delegaba a sus mejores hombres fuera de la corte, los cuales vigilaban la seguridad de las fronteras y patrullaban los pueblos más distantes, recaudando impuestos y cerciorándose de que todo estuviera en orden con su gente y sus actividades. Pero en esta ocasión, Alex decidió liderar el recorrido ella misma, en primer lugar porque el torneo estaba por iniciar en pocos días y quería verificar que todos los pueblos se presentarán a participar, y en segundo y más importante, necesitaba alejarse del castillo para no volverse loca, soñando despierta con esa melena rubia extranjera que la mantenían por las nubes, ansiando y ansiando tenerla entre su brazos nuevamente.Aunque su apetito sexual estaba más alborotado que nunca, su interés por las mujeres de su alrededor era prácticamente nulo, así que se la pasaba entrenando y combatiendo cada que podía para liberar de alguna manera toda esa energía contenida que ya llevaba consigo unos meses, evitando con ello el mal humor que de repente se presentaba y la encrespaba por cualquier tontería.
Atardecía, y a lo lejos entre las copas de todos esos árboles que lo rodeaban, se lograban ver ya las torres del castillo, el cual tenía un toque cálido y hogareño gracias a las tonalidades naranja que el sol mandaba solemne mientras se ocultaba por el horizonte. Alex al ver la hermosa vista sonrió y apresuró su trote, quería llegar por fin a casa y descansar después de su larga y agotadora jornada.
Toda la caravana llegó al patio principal justo cuando la noche cubrió el cielo, eran al menos 15 caballos y las carretas donde llevaban el campamento y los impuestos recolectados. Alex al ser la primera en entrar seguida por Nicky observó uno de los carruajes en el patio, así que extrañada de que estuviera ahí, bajó de su caballo para ir al castillo y preguntar.
Kubra- Alteza bienvenida, sonrió contento inclinando su cabeza en el umbral del castillo, - espero todo haya salido bien en el viaje.
Alex— ¿por qué está uno de los carruajes en la entrada? Ignoró la bienvenida por estar distraída quitándose los guantes de piel.
Kubra- hoy antes del medio día llegó una visita para usted Alteza, Einar la está atendiendo en el salón.
Alex—¿visita? Repitió poniéndole atención - ¿quién?
Kubra- solo dijo que a usted no le molestaría si llegaba así sin avisar, mencionó serio.
Alex frunció el ceño y caminó rápido hacia el salón, poca gente diría eso y quería saber que estaba sucediendo. Al verla acercarse a paso acelerado con el porte y la elegancia que la caracterizaban, los guardias que vigilaban el salón inmediatamente abrieron las enormes y gruesas puertas de madera para ella, permitiéndole observar con sorpresa algo que no esperaba ver y que frenó en seco su andar, algo que inevitablemente le detuvo el corazón en un instante…
Alex—¿Piper?
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Piper llevaba la mirada perdida en el mar, contemplando a lo lejos el suave movimiento de las olas y observando el reflejo del sol matutino destellando sobre la superficie del agua. Pensaba en ella, suspiraba, recordaba cada momento con Alex, y reproducía una y otra vez en su mente aquellos sueños que se habían colado en su día a día desde la última vez que la vio. Eran su medio de escape, necesitaba alejarse de su realidad y recurrir a ella aunque fuera en pensamientos. Nunca había visto tanta belleza en una persona y sólo de saber que ella era la dueña de su amor, la llenaba de orgullo y templanza para enfrentar lo que se venía por delante.
Estaba por llegar a la ciudadela, en cuanto Madame recibió su carta de chantaje le suplicó verse lo antes posible, y aprovechando que saldría pronto de viaje junto a Frieda le pidió al rey adelantar su reunión con la princesa como originalmente estaba planeado, algo que Bill apoyó sin problemas pero que indudablemente acortaría los días de visita de Piper al Reino Vause. Aún así, platicar con Madame era de vital importancia para saber que es lo que estaba pasando y tomar las precauciones necesarias para evitar provocar a quien fuera que estuviera chantajeándolas de esa manera.