Alex reventó de amor con esa respuesta y su mente ya no fue capaz de procesar nada más, Piper estaba ahí, entregándose a voluntad y eso era más de lo que sus sentidos podían asimilar. Todas esas dudas que momentos atrás habían agobiado su alma desaparecieron con cada palabra pronunciada, y la hoguera que antes habitaba intermitente dentro de ella ahora la calcinaba por completo sin piedad alguna.
Era tanta su felicidad que sin lograr mantener en lo absoluto el control de su cuerpo, unió por inercia todo su ser al de ella, acunó su cara observándola con devoción y con toda la dicha del mundo finalmente se entregó de lleno a sus deseos y sus pasiones. Se perdió enteramente en su boca besándola como jamás lo había hecho, con júbilo, con éxtasis, apoderándose de su lengua y de sus labios sin miramientos ni restricciones.
Piper respondía de la misma forma y con la misma adoración, tenía la exasperante necesidad de cederle su voluntad y de sentirse su mujer, así que se dejaba llevar para que ella guiara su cuerpo y sus acciones. Ya no era ocasión para los modales sofisticados, ni las caricias reservadas; estaban cruzando el umbral de la intimidad y no había necesidad de guardar la compostura.
Alex la tomó de la cintura y con total dominio la fue dirigiendo habitación adentro para cerrar la puerta tras de sí. Sus besos era intensos y desbordantes, satisfaciendo ansiosas esa impulsividad inicial y esa impaciencia por querer calmar rápidamente el fuego interior. Ambas entregándose con cada beso y con cada respiración descontrolada, conscientes de que eran el preámbulo del amor y la señal de que todo pasaría.
Por unos segundos las dos dejaron de besarse y suspiraron juntas llenas de regocijo. Sólo la cálida chimenea de su alcoba estaba encendida esa noche, así que el fuego tranquilo que emanaba de esos pequeños troncos era lo único que iluminaba parcialmente el recinto que sería testigo de su amor y que les brindaba la luz suficiente para poder disfrutar las miradas ardientes que ambas poseían.
Alex colocó una mano sobre su mejilla y la otra en su cadera mientras se deleitaba de nuevo en su boca, robándole besos más tranquilos y jugueteando eróticamente con su lengua y con sus labios. La respiración de Piper era en ocasiones arrítmica así que por momentos la dejaba respirar y comenzaba a recorrer su mentón y su mandíbula, viajando con paciencia por la piel de su rostro mientras exploraba y acariciaba su espalda baja por primera vez.
Piper fue percibiendo los cambios en las caricias que ahora recibía su cuerpo, que a pesar de ser sobre su ropa se sentían más íntimas y menos inocentes. Le gustaban, eran tan agradables que su piel comenzaba a exigir más de ellas, dejándose tocar e insinuándose ante Alex tan delicadamente y con tanta naturalidad que ni siquiera era consciente de que lo hacía.
Alex por supuesto lo notó y eso hizo patalear como loco a su corazón. No podía más, estaba sucumbiendo ante el deseo de esa mujer y sin pensarlo más llevó a Piper hacia la cama, el amor y la lujuria comenzaban a luchar y a mezclarse dentro de ella, pues aunque sabía su amor era puro y sincero, era innegable que esa noche la pasión y la necesidad de placer pedirían dirigir su actuar.
Alex recargó a Piper en uno de los doseles de caoba de su cama, y con ternura lentamente la volteó, era su gusto personal con ella, su predilección por estar atrás, por acorralarla de alguna manera. Y Piper para su deleite obedeció sin objeción alguna, su doncella, su lucecita altiva y engreída, la que la retaba a cada segundo desde el primer día ahora cedía gustosa ante ella y se dejaba seducir.
Con total intención lamió su oreja derecha y bajó lento hacia su hombro repitiendo la acción, recorrió el sedoso y dorado cabello que cubrían su espalda y poco a poco fue abriendo su vestido desde su nuca hasta su cintura. Piper tenía sus ojos cerrados, y con delicia disfrutaba de las caricias que Alex le proporcionaba y la forma tan delicada en que iba despojándola de su ropaje. Hizo que se quitara sus mangas y con suavidad metió sus manos en los costados de Piper para tirar un poco hacia abajo y dejar caer al suelo todo el peso del vestido.