Suny

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Es más de medianoche, y hace rato que debería estar en la cama, pero no puedo. Los papeles que he dejado dentro de la camioneta me han robado cualquier posibilidad de conciliar el sueño, así que estoy sentada delante de ella tomando una limonada. Cierro los ojos intentando borrar de la mente lo que me preocupa, pero los abro cuando oigo el sonido de alguien acercándose. Es Mark, quien supongo que me ha visto desde su caravana, que tiene un buen ángulo de la mía. Mi mirada se clava en él. Su cabello está más desordenado que de costumbre, así que deduzco que viene de conducir. Su espléndido cuerpo está realzado por la ajustada cazadora y los pantalones de cuero negro. También me gusta su forma de caminar, con zancadas largas y decididas, con esas botas de motero, que lo hacen parecer todavía más sexy; todo eso me corta la respiración por unos segundos. Él me saluda con una sonrisa y me pregunta:

—¿Qué haces despierta tan tarde?

—Podría hacerte la misma pregunta...

—Viernes noche sería mi excusa. ¿Y la tuya?

Yo suspiro y perfilo una sonrisa forzada para contestar:

—Demasiado calor.

Los ojos de Mark se encuentran con los míos e intuyo que sabe que estoy mintiendo. Con cuidado, se sienta a mi lado y me pregunta:

—¿Quieres hablar de lo que te preocupa?

Lo rehúso con un gesto, lo que no hace sino aumentar la preocupación en la expresión de Mark. Una parte de mí quiere explicarle lo que sucede, la otra está cansada de compartir con él mis penurias. A veces, cuando estamos a solas, me gustaría que me viera como a una chica normal, pero no puedo conseguirlo si cada vez que estamos juntos le cuento otro episodio de mi complicada existencia. Sin embargo, Mark no es de los que aceptan fácilmente un «no» por respuesta, así que insiste:

—Pareces angustiada.

—No es asunto tuyo.

El tono lo sorprende tanto como a mí, y me apresuro a decir:

—Lo siento. No he querido sonar tan grosera.

Es que estoy algo desesperada y eso me pone de mal humor.

Para mi desconcierto, su cálida mano se cierra alrededor de la mía recordándome:

—Sunny, somos amigos. Y los amigos se cuentan los problemas, así que dime, ¿qué sucede?

Quizá pueda ayudarte.

—Esta vez no, Mark, pero te lo agradezco. Él me estudia detenidamente y después me indica:

—Espera un momento, ahora vuelvo.

Yo alzo extrañada una ceja, pero dado que tampoco voy a poder dormir con todo lo que me recorre por la cabeza, decido que lo mejor que puedo hacer es esperar. No puedo evitar sonreír cuando regresa con varias cervezas, y bromeo:

—El alcohol no solucionará mis problemas.

—Lo sé, pero la limonada que estás tomando tampoco, y esto es más divertido.

Reconozco que eso tiene bastante sentido, así que acepto la cerveza que me tiende mientras él se sienta de nuevo a mi lado y abre una para él.

Permanecemos varios minutos en silencio y bebiendo de cuando en cuando, hasta que me pregunta:

—¿De verdad no quieres contarme lo que sucede?

Suspiro por toda respuesta, tratando de aclararme el nudo de la garganta. No estoy acostumbrada a explicar lo que me inquieta. Suelo estar rodeada de adultos a los que procuro mantener alejados de la verdad de mi situación con mis hermanos y tampoco puedo hablar con ellos. Me he acostumbrado a lidiar yo sola con todo, pero también es cierto que es una sensación agradable pensar en compartir lo que hay en mi interior. Y aunque Mark seguramente no sea la persona más adecuada, si no es con él no podré hacerlo con nadie, y, además, algo me dice que se preocupa sinceramente por mí. Así que susurro:

—Es por el colegio.

—Todavía faltan dos meses...

—Lo sé, pero he preguntado por la documentación que necesito para estudiar en casa, y es frustrante.

—¿Estudiáis en casa?

—Es más seguro que ir al colegio o al instituto, donde tarde o temprano alguien terminará descubriendo que estamos solos.

—Sí, pero ¿cómo lo hacéis?

—Yugy no necesita maestros, y de hecho está más avanzado que yo en muchas materias. Lisa todavía es muy pequeña y yo puedo enseñarla; y en cuanto a mí, sigo el programa. Pero para continuar haciéndolo necesito una documentación con la firma de mi madre, otra vez, y una copia de su carné de conducir. Y, adivina, no tengo ninguna de las dos cosas. Y no creo que el consejo escolar acepte sobornos como hizo Joe con el alquiler de la caravana...

—¿Podrías intentar encontrar a tu madre para que al menos firmara esa documentación?

Un profundo suspiro sale de mi interior y bebo de mi cerveza rápidamente para tener fuerzas y confesar:

—Para ser sincera, te diré que no quiero hacerlo. Yugy y Lisa son felices aquí. El parque de caravanas es lo suficientemente seguro para nosotros; de día pueden estar conmigo mientras trabajo en la biblioteca y adoran ir al lago en mis días libres. Si mi madre vuelve, perderán toda la paz que hemos conseguido. —Hago una pausa.

Mark no me fuerza a que siga hablando, y le agradezco que me deje explicarme a mi propio ritmo.

Pasados varios minutos y un par de tragos más, tomo aire y continúo diciendo—: Ella es un completo desastre. Pierde por sistema todos los trabajos e invariablemente termina trayendo a casa a algún desaprensivo. No quiero eso para mis hermanos, que tengan que pasar por lo que pasé yo.

—Sunny, no puedes echarte tanta responsabilidad a las espaldas.

Hago que un mohín de enfado se me dibuje en el rostro. Sé lo que Mark está pensando, pero no caeré en ello, e insisto en que comprenda mi punto de vista:

—Hasta ahora he estado corriendo tras mi madre, sufriendo el estilo de vida al que nos conducía. Pero ya no quiero hacerlo más. Estoy harta de pasar la vieja y gastada película en la que me esfuerzo por que sea una buena madre. Sé que suena horrible, pero no lo es ni lo será nunca. De forma que es más fácil que no esté y que me encargue yo misma de dar a mis hermanos la vida que se merecen, aunque para eso tenga que engañar al sistema un poco más, hasta que sea mayor de edad y pueda pedir su custodia legal.

Mark me mira y sé que no termina de comprenderme del todo, porque me tiende una segunda cerveza, que acepto con gusto. Aunque me avergüence pensarlo, el alcohol me está relajando, así que bromeo:

—Parece que le das mucho uso a tu carné.

—¿Te molesta?

Dibujo una sonrisa con los labios y chocando mi botella con la suya a modo de brindis le aseguro:

—En absoluto.

Le brillan los ojos y actúan de resorte en mi mente, que ve acercarse la solución. Emocionada le pregunto:

—Tengo una idea. ¿Podrías presentarme al tipo que os hace los carnés falsos para poder comprar alcohol?

—Ya sé que lo del alcohol ha sido idea mía, pero ¿de verdad quieres un carné falso para conseguirlo?

—No, lo que quiero es un carné ficticio de mi madre y que alguien experto falsifique la documentación que debo presentar al consejo escolar.

Mark me mira boquiabierto, como si hubiera dicho una locura, y me previene:

—¿Estás hablando en serio? Eso es un delito grave.

—Tú tienes uno...

—Para pedir cerveza en un bar en mitad de un páramo desierto. Lo que pretendes hacer tú es presentar papeles falsos y usurpar la identidad de tu madre. Podrías ir a la cárcel —me espeta en un tono que me recuerda más al de un adulto que al del chico de la Harley al que estoy acostumbrada.

—Mark, por favor, es mi única opción. Tú solo dame el teléfono de ese tipo y yo hablaré con él. Sé que es un delito, así que no tienes que involucrarte en nada más.

—No pienso hacerlo.

Su tono es firme, así que decido jugar mi última carta y sugiero:

—En ese caso le preguntaré a Jackson ; él también tiene carné falso.

—Sunny, no voy a dejar que hables con un tipo como el falsificador. Pero si estás decidida a hacerlo, yo seré el que hable con él.

—Ya te he dicho que no quiero meterte en problemas.

—Y yo que no dejaré que hables con nadie como él.

Nuestras miradas se cruzan, y reconozco que estamos en un punto muerto, así que acepto:

—Está bien, pero si las cosas se tuercen, no quiero que nadie sepa que tú me has ayudado. ¿D acuerdo?

—Será mejor que las cosas no se tuerzan, porque prefiero seguir visitándote aquí que en la cárcel —masculla Mark, que todavía no parece muy convencido.

Sonrío y estoy tentada de abrazarlo para darle las gracias, pero a pesar de la cerveza, mi parte responsable me recuerda que repetir la escena de su Harley en los escalones de mi caravana no es una gran idea; respiro hondo, tranquilizo mis hormonas y le digo:

—Muchas gracias de nuevo, Mark, Y ahora será mejor que vayamos a dormir, que es tarde.

—Todavía quedan cervezas —me dice tentadoramente.

Dudo un instante antes de contestar, pero al final le respondo:

—Mañana trabajamos.

—Es cierto. Tendrás noticias en cuanto contacte con el falsificador.

No puedo evitar sonreír al pensar que el asunto de la documentación pueda solucionarse tan fácilmente y hago ademán de meterme en la caravana antes de que la parte adolescente del cerebro gane a la adulta y haga mucho más que tomarme otra cerveza con él. Sin embargo, Mark me retiene con suavidad y me advierte:

—Un momento... No me has dado las gracias...

—Claro que lo he hecho.

—No como la otra noche.

Antes de que pueda intuir su movimiento, coloca ambas manos en la pared de la caravana, atrapándome con su cuerpo. Se inclina sobre mí y el corazón me late a tanta velocidad que temo que vaya a salirse de mi pecho. Su rostro está a unos centímetros del mío y su cálido aliento me acaricia el cuello, provocando que mi respiración se agite de forma inconveniente. Este sería un buen momento para gritarle que me suelte, pero, al igual que ocurrió la otra noche, su proximidad me hechiza y solo puedo perderme en esos ojos que me embriagan. Sus labios descienden hacia los míos y el calor me abrasa. Pega su cuerpo al mío y, en lugar de alejarlo como debería, me sujeto a sus musculosos hombros y lo atraigo aún más. Mi gesto lo excita, y profundiza el beso, hasta que me agarra por la cintura y me levanta en brazos. Antes de que pueda ni pensar en lo que estoy haciendo rodeo sensualmente con las piernas su cintura; parece que mi cuerpo ha decidido tomar el control por completo y mandar a mi responsable mente a un lugar muy lejano. El contacto de nuestras pelvis lo hace gemir y desliza los labios desde mi boca hasta mi cuello en un reguero de cálidos besos. Esta vez soy yo la que gimo, pero uno de nuestros vecinos pasa por delante de mi caravana y nos suelta:

—Buscaos una habitación, chicos.

El hechizo se rompe y yo me separo rápidamente de Mark, con las mejillas teñidas por el rubor a juzgar por el ardor que siento en ellas. Él, en cambio, pone una sonrisa pícara y, cuando nos quedamos solos de nuevo, susurra:

—¿Continuamos?

—¡Claro que no! Dijimos que seríamos amigos —contesto atravesándolo con la mirada y poniendo énfasis en la palabra «amigos».

Los ojos le bailan divertidos cuando me pregunta:

—¿Y no podemos contemplar otras opciones?

—Es evidente que no.

—Yo no veo la evidencia —protesta en un tono de falsa inocencia.

—Sí que la ves, y por eso vas a irte a tu caravana y yo voy a subir a la mía; y los dos olvidaremos lo que acaba de pasar.

Mark esboza una mueca de frustración, y yo trato de explicarme:

—Para ti es normal acabar así cada noche, pero para mí, no.

—No hay nada normal en lo que me pasa contigo —replica volviendo a acercarse peligrosamente a mí.

Yo me aparto antes de que las hormonas vuelvan a hacerse con el control de mi cuerpo y le recuerdo:

—Los amigos no se besan. Punto.

—Quizá por eso nunca he tenido amigas...

—¡Muy gracioso! —protesto en tono sarcástico mientras trato de abrir la puerta de la caravana.

Mark me retiene de la mano con suavidad y me dice:

—Sunny, espera. Quiero ser tu amigo. Pero también besarte.

Me vuelvo y, clavando la mirada en la de él, le aseguro:

—Pues es la última vez que lo hacemos.

—¿Estás segura?

Vuelve a acercar el rostro al mío, y reúno todas mis fuerzas para confirmar:

—Completamente. Y ahora será mejor que vayamos a dormir.

Una sonrisa asoma a los labios de Mark, que aún me pregunta repitiendo el tono artificialmente candoroso:

—¿En tu cama o en la mía?

Hago que los ojos me centellen, y él aclara entre risas:

—Es broma. Aunque si me dejas elegir, prefiero los dos en la mía.

—Y yo cada uno en la suya —sostengo manteniéndole la mirada.

Él se encoge de hombros y, con los ojos brillantes, me da un suave beso en la mejilla, que acompaña diciéndome:

—¡Lástima! Que descanses, Sunny.

Cuando entro en mi caravana, algo en el fondo de mi mente se esfuerza por contener los pensamientos que me recuerdan que esto es lo que yo deseaba que sucediera de nuevo. Porque hay algo en Mark que hace que la pasión se apodere de mi piel, que se me nuble el juicio y que solo pueda pensar en besarlo cuando estoy con él. Pero esto tiene que acabarse, porque si no soy capaz de controlar las hormonas cada vez que lo veo, me va a ser imposible ser su amiga. Y, maldita sea, quiero mantener esta amistad. Puede que la primera vez que lo viera pensara que solo era un chico duro subido a una Harley, pero lo cierto es que no ha dejado de ayudarme desde entonces, como va a hacer ahora con la documentación de mis hermanos. Suspiro profundamente y me digo que no puede ser tan difícil controlarme: lo he hecho en todas las facetas de mi vida y me ha funcionado. Solo tengo que dejar de pensar en esos ojos verdes clavándose intensamente en mí y en la calidez de esa boca, y podremos ser amigos.

Prolongando el suspiro, me meto en la cama y me acurruco intentando que la imagen de Mark deje de colárseme en la mente.

Tu eres mi vez ~ TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora