Capítulo 16.

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Arthur Pov.

El suave canto de alguien cantando la ópera del Ave María en su italiano original llena cada espacio de la iglesia de St. Francis of Assisi. Se donde estoy aqui se celebró la misa de difuntos de George. Pero nadie va vestido de negro como responde al guardarle luto a un difunto. Todo el mundo está vestido con elegancia, la iglesia está llena de flores de color de la sangre. El pasillo que conduce hacia el altar estaba cubierto por pétalos rojos. Pero lo extraño de todo esto que yo estoy al pie del altar mirando en dirección a la puerta.

¡Quiero moverme, bajarme de aquí!

Pero tal parece que mi pies están clavados al piso. Miro y en la primera fila sentada se encuentra mi madre Liliann. Vestida con tanta elegancia que me abruma sus sonrisa no le llega a iluminar su rostro como es habitual, su cabello castaño claro está perfectamente peinado. Está usando el collar de perlas que heredé de mi abuela Carol cuando se casó con mi padre.

Ella juró que solo usaría ese collar el dia de mi boda.

La realidad me golpea como un balde de agua fría. La iglesia decorada con flores y colores alegres. La gente vestida como si fuera asistir a una fiesta. Yo, al pie del altar. Yo, vestido de gala con franc y todo.

El mágico canto de ópera se ve interrumpido el tocar de la marcha nupcial que anuncia la llegada de la novia. Siento el corazón golpear con fuerza mi esternón como si quisiera romperlo. Todas las miradas pasan estar fijas en la puerta que se abre y un ciego resplandor me ciega momentáneamente.

Abro los ojos y tengo la respiración agitada. Todo está iluminado por la lámpara de techo. Me incorporo y tengo la respiración agitada como si hubiera corrido mis habituales ocho kilómetros sobre la cinta.

—Solo sido un sueño.—digo mientras hundo mi cara en mis manos. Ahogó un gruñido, me pasó las manos por el pelo revolviéndolo.—¡Agg! Solo así un sueño.—me repito

Me levanto del sofá, me duele la espalda como si me hubieran dado una patada. Miró el reloj en mi muñeca marca más de 12:30 a.m. Trato de despabilarme, lo que yo necesito es un baño, descansar bien y... ¡Dejar de pensar en Valerie Remington!

Camino hacia mi habitación. Entró dejó el saco sobre el dival, me quito los zapatos, las mejillas y entro al baño. Voy tirando todo directamente al cesto de ropa sucia. Mañana por la mañana vendrá doña Margarita, la encargada de hacer la limpieza en el apartamento y de llevar mi ropa a la tintorería. A mi me gusta hacer mis cosa por mi mismo. Todo pero yo trabajo más de cuarenta horas en la semana, casi no tengo tiempo de nada solo de hacer ejercicio por las mañanas y solo si me levanto muy temprano.

Y lo hago principalmente porque no quiero llegar a los cincuenta siendo un gordo más grande que la O mayúscula. Además las mujeres se sienten atraídas por los ejecutivos guapos y con buenos puestos.

<<ese ya no tu caso. Te vas casar con la chica del sueño de todo hombres>> comenta como quien no quiere la cosa nuevamente aquella maldita voz interior que solo busca joderme.

Entró en la bañera que parece un cubo de cristal. Abro la llave y la cascada de agua cae sobre mi cabeza empapándome por completo. Me estremecí levemente por el frío que me causa el impacto de agua casi ártica en mi piel. Pero solo dura unos segundos. Me gusta el agua fría. Me gusta como ayuda, pensar y me aclara los pensamientos.

No se cuanto tiempo estoy bajo el agua fría, pero si continuo de esta manera es muy seguro que la boleta del agua me llegue altísimo el próximo mes. Término de enjabonarme, cierro la llave y salgo de la bañera de cristal. Tomo una bata de baño colgando del perrilla y me la coloco. Me cepillo los dientes y miro mi reflejo. Debería afeitarme aunque solo tengo un leve asomo de sombra de barba dejo eso para la mañana antes de irme al trabajo.

Las Reglas del AbueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora