Capítulo 28.

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Valerie Pov.

El corazón me late muy deprisa.

Parecía que me había convertido en una espectacular estatua de mármol. Con todo lo que <<mi falso prometido>> me había dicho. Pero lo más impactante fue lo último. A pesar de que ya habían pasado diez minutos y cuarenta y tres segundos habían pasado desde que se había marchado de mi habitación. Aun podía escuchar sus palabras tan claras y firmes que me costaba creer que fueran fingidas.

<<yo le prometí a tu abuelo, que te protegería. Y que serías feliz. Y pienso hacerlo.>> eso había dicho y a pesar de que ya no encontraba aquí. Yo las seguía escuchando como un eco que se niega a extinguirse. Cierro los ojos y respiró hondo, dejo que poco aire que hay en mi habitación, me purifique e intento recuperar la poca serenidad que me queda.

¡El último empuje del día!

Ningún hombre me había logrado impactar como él. Nunca me había parecido un hombre tan sincero como él. ¿y por qué? No entiendo por qué. ¿Por qué creo en él? ¿Porque es medianamente... decente a la vista? ¿porque es educado? ¿porque no solo me ve como muñeca de porcelana?

<<Al menos el abuelo tuvo la delicadeza de elegirme un futuro marido que no fuera un feo horrible. Más feo que "Sméagol de Lord of the Ring">> susurra una vocecilla cizañosa en mi cabeza.

Me broto con la mano el lugar donde me besa al despedirse. Se siente como si tuviera quemaduras de grado cuatro. De esas quemaduras que dejan cicatrices horribles y dañan los huesos, los músculos y los tendones. Que impiden que haya sensación en la zona, ya que las terminales nerviosas fueron destruidas por el fuego. Solo queda la sensación de un quemazón que nunca se irá.

¡Que horrible!

Pero lo más horrible, era que esta quemadura muy en el fondo tenía que admitir que me importaría llevarla por el resto de mi vida. <<¡No!>>grito a todo pulmón mi subconsciente, que seguramente se había quedado media hipnotizada con aquellas palabras y chamuscada por la quemadura del beso.

<<¡Val. Val. Val! Uno no puede confiar del todo en nadie>>me digo a mi misma. Y era la verdad más franca del mundo. ¡Las personas son cambiantes!. Hay personas que uno piensa que son de fiar, dignas de confianza, y resultan ser unos traidores despreciables. Si algo había aprendido de estar tanto tiempo con La Araña era que no podía confiar en nadie.

Entonces...¿porque me parecía que podía confiar en él? ¿Por qué? ¿Por qué?

Esa pregunta me estaba dando dolor de cabeza.

Me obligo a caminar, hacia la cama. Ya ni cenar quiero, solo quiero cerrar los ojos y que este día acabe de una vez. Mañana será otro día. Me tiré en la cama boca abajo con algo de suerte, me ahogare con la sabanas y la falta de oxígeno me desmayara. Desmayada será más fácil conciliar el sueño, ¿cierto? Pero tal parece el día no acabara mi tan pronto como deseo escuchó nuevamente unos golpes en la puerta.

―¿Quién es?―preguntó contra las almohadas, tal vez no me hayan entendido y es así mejor.

―señorita, traigo su merienda.―me informa tras la puerta―¿puedo pasar?

―pasa.―le digo mientras me acomodo correctamente en la cama.

La puerta se abre y por aparece una de las empleadas de servicio "Rose" creo que se llama no lo se realmente porque es de empleadas que entró trabajar mientras yo me encontraba viajando por Europa. La empleada entra a la habitación con una bandeja de madera oscura que por lo que puedo distinguir trae lo que he pedido. Al menos Kyle hizo algo de lo que le había pedido inicialmente.

Las Reglas del AbueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora