Capítulo 18.

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Valerie Pov

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Valerie Pov.

"La amena" si es que se puede llamar de alguna, la incómoda conversación que mantuvimos durante subida de las veinticinco plantas del edificio. El ascensor se detuvo con suavidad. Las puertas se abrieron y salimos como siempre "Thing 1 y Thing 2" el par chismosa del piso del ejecutivo; Ophelia y Olivia.

En cuanto nos vieron dejaron en chismoseo y mantuvieron las mandíbulas caídas. Seguramente en menos de veinte minutos, toda la compañia estaria hablando de terrible actuacion de la boba recipcionista, de como me referia el idiota que tengo al lado con apodos cursi y que ahora estamos juntos. Camino a las oficinas para "hablar a puerta cerra". Ruedo de los ojos de solo pensar en el chismorreo que va corre por los pasillos como si fuese un pulguero.

Ninguno de los dos reparó en ellas, solo nos dirigimos hacia el pasillo que conducía la oficina presidencial. Todas las oficinas habían sido remodeladas y estaban construidas de una manera muy moderna todo en cristal. Tuve la sensación de estar dentro de la casa de los espejos, o de una jaula de cristal.

Pero para mi sorpresa no fuimos a la oficina presidencial sino a otra oficina. Esa oficina tenía la misma apariencia de jaula de cristal y en vidrio de la puerta con letras tenía escrito: Arthur Grayson; vicepresidente, ejecutivo comercial.

¿Por qué no se ha cambiado de oficina?

Él abre la puerta y se hace a un lado para dejarme pasar primero. Al menos es medianamente  caballeroso. Una vez adentro él cierra la puerta tras nosotros, siento un ligero estremecimiento como si me hubiera metido dentro de la jaula de un tigre. A pesar de que la oficina no es ninguna caja de zapatos, me sentía ligeramente cohibida e incómoda.

<<¡Nada de miedo!>>me reprendo mentalmente. <<Yo, puedo con esto. Yo puedo con todo. A mí nada me duele, nada me afecta.>> recito mi mantra sagrado. Yo debo dominar la situación.

Me señala con la mano una de las sillas que hay vacías delante de su escritorio, para que tome asiento. Lo hago en silencio y él espera que me siente para ocupar su lugar detrás de este. Las únicas veces que estuve en una posición similar, era cuando me mandaba a la dirección del colegio porque había hecho alguna cosa, y la vieja directora McClelland parecía que iba sufrir un infarto al corazón  por mi causa.

La incomodidad es mutua, ninguno de los dos sabe qué decir. ¿Cómo se supone que íbamos a casarnos aunque sea un matrimonio de mentiras, si ninguno de los dos sabe por dónde comenzar a actuar esta farsa?

―entonces...―comienza hablando él―¿por qué has venido?

Su pregunta me parece estupida. Que acaso no se lo he dicho ya, o lo ha captado la indirecta. Porque otra razon yo, perdería mi valioso tiempo viendo su anticuada oficina sin gracia, a no ser por la ultima voluntad del viejo demente de mi abuelo. 

―Esta sigue siendo la empresa de mi familia.―le recordé―aunque tu vayas a ser presidente. ¡Yo, soy la dueña!―enfatizó. Miro las paredes y me extraña que en toda la compañía haya más de una foto mía. Pero aquí no hay ninguna―¿porque no hay fotos mías, en esta oficina?―le pregunto y el medio sonríe de medio.

Las Reglas del AbueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora