Capítulo 27.

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Arthur Pov.

Hoy ha sido desde muy temprano un día agotador, extraño, maravilloso ¿un tanto romántico?

¡Sí!

No había otra forma de verlo. El tiempo que había pasado sentado en la cima de aquel árbol con el pequeño monstruo, había sido muy romántico. Había sido como volver está en último año de secundaria en la casa del árbol con Jessica Mitchell <<pero sin el tener conocimiento carnal>>masculla una vocecilla molesta en mi interior recordándome la realidad.

Me tome las píldoras para el dolor que tan amablemente, el pequeño monstruo me había dado para mitigar el escozor de mi espalda. La jefa de la cocina de la señora Celine Claiborne, me había ofrecido preparar cualquier platillo que se me antojara comer. La verdad es que no me creía capaz de mantener nada en el estómago que no fuera agua o un buen trago.

Llevaba mucho tiempo en esta casa. Necesitaba llegar a la mía, darme un baño y dormir. Aún sentía el escozor en la espalda cuando trataba de moverme pero no era nada que no pudiera tolerar.

En la cocina apareció el mejor amigo de Valerie. Con la misma actitud despreocupada como cuando lo conocí, note la actitud de las muchachas del servicio todas sonrieron como si su "hombre del sueño" hubiese aparecido. Excepto claro la señora Claiborne, ella tenía un puño apoyado en la cadera y lo miraba como una madre que está apunto de reprender a su hijo.

―Hola, guapa.―le sonríe a una de las muchachas.―¡Celine! Mi chef favorita.―exclamó con euforia al notar la mirada escudriñadora que la mujer que le lanzaba.

―solo viene aquí a alborotar el gallinero.―le dice seria pero a la vez se escucha muy maternal. Plaude seguido para llamar la atención de los demás miembros del servicio que se encuentra en la cocina―bueno, bueno a trabajar. Y tú―vas hacia donde él se encuentra, lo toma por el brazo para conducirlo por el mismo lugar por que ha venido―sal de mi cocina que me distrae, a las muchachas. Y ve decirle eso halagos sacados de internet a alguien que te los creas, ¡vamos, vamos!

―Celine, yo no hago halagos sin fundamento.―se escapa del agarre de ella y le da un sonoro beso en la mejilla.―eres tan buena que debería tener tu propio restaurante en París. Porque está manos―toma sus manos y besa los nudillos de ella―preparan unos manjares dignos de la realeza.

―¡Hazte para allá!―respondió con sequedad―muchachito, sin vergüenza. Eres más empalagoso que una olla de caramelo derretido. Dime mejor que es lo que quieres y deja de ser tan encajoso que algunos tenemos que trabajar no podemos estar bobeando como tú.

―¡So!―levanta las manos al aire aun con una sonrisa burlona.―¿pero cuál es la agresividad? Yo vengo con amor y tú me castigas con el látigo de indiferencia. No te digo yo, que a las mujeres no hay quien las entienda.―hace un puchero―uno las trata con amor y ellas responde con indiferencia. Eso hiere mis sentimientos, Celine. Yo que te quiero tanto.

―Eres un pícaro sinvergüenza sin remedio.―lo llama con una media sonrisa. Pero en su mirada hay rasgos que siempre tiene cada madre amorosa; una mezcla entre melancolía y ternura.―dime ¿que necesitas?

―A ver, si le puede hazme un favor prepararle a Valerie una sopa, cualquiera no importa―chasquea los dedos con fuerza―pero que sea a la velocidad de la luz y junto con la sopa le puedes llevas un tazón con una buena porción de helado de praliné. Y cuando puedas, por favor regalame un tazón de helado de con triple chocolate.

―¡Ay, esa niña!.―negó con la cabeza―tiene que comer o se va desmayar y luego van a estar diciendo que tiene algún problema alimenticio o cualquiera de las tonterías.―agita la mano en el aire restando importancia.

Las Reglas del AbueloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora