Se piensa que la infancia debe ser recordada por buenos momentos, que los sueños se cumplen si se persevera con el tiempo y que todo lo malo que rodea a otras personas jamás nos tocará. Así mismo, muchos piensan que al llegar el primer amor todo debería ser perfecto, o que al menos no será algo pasajero...
Cinco meses antes.
El día más caluroso y radiante del año cubrían los prados del fundo Heron anunciando el fin de un largo y aburrido verano que, en vez de estar lleno de experiencias y fotografías de memorables vacaciones, el verano se había reducido a cantidades de recuerdos que parecían haber ocurrido tan sólo el día anterior y no hace años, meses o días atrás.
La brisa casi no se sentía, los árboles parecían estar pidiendo a gritos tan solo una gota de agua a causa del gran sol abrasador que les alumbraba, pero a pesar del calor del día, las flores y la hierba de las montañas brillaban con sus hermosos colores como si los rayos del sol no les afectara en lo absoluto.
En medio de tanta naturaleza se hallaba una grande y linda casa con un jardín maravilloso que estaba lleno de una variedad de flores y pequeños árboles que mostraban la delicadeza y el buen cuidado de sus propietarios. En el balcón de la casa dormía plácidamente un gato de color anaranjado. La familia que habitaba aquel hogar no era numerosa; se conformaba de un matrimonio y su única hija quien era lo más preciado que ambos tenían en la vida. El dueño de casa se llamaba John Heron, un hombre sencillo que no tenía grandes negocios ni era portador de un gran dineral, simplemente trabajaba con el ganado que poseía y con el de sus vecinos, también obtenía una buena ganancia al arrendarles un pedazo de terreno para que los animales se alimentaran. No cualquiera podía trabajar con animales, pero John parecía tener un don nato para tratar con ellos y las personas del pueblo confiaban en él. Su esposa, Gabrielle, era la persona más amable que existía en la zona, ella no había podido terminar los estudios superiores, pero era muy inteligente y una ayuda fundamental para su marido. A pesar de haber sido nacida y criada en la ciudad de Londres había mostrado una total adaptación en el pueblo de Bibury y a la vida campestre, ayudando a John con los animales, lo cual también se le daba muy bien. Un don de familia, ya que su hija también tenía la misma capacidad.
Sarah Heron era la hija de aquel matrimonio. Tenía dieciséis años y a pesar de su aún corta edad, era una chica con una madurez diferente a la de los demás jóvenes de su generación. La ingenuidad que representaba su rostro camuflaba a una chica de carácter fuerte y con valores muy arraigados. Ella no se creía una gran belleza, pero tampoco se menospreciaba a sí misma, se conformaba con considerarse una chica común y corriente. Cada vez que se veía al espejo veía a alguien de cabello negro, ojos marrones con unas largas pestañas que todos halagaban, piel escasamente oscura que la hacía catalogarse como un término medio. Ni muy pálida, ni muy morena. Tal observación física terminaba con su mirada dulce que la hacía parecer una muchacha dócil y tierna. Hasta ahí todo solía ir bien, pero las cosas cambiaban con sus labios rosados y delgados de los cuales salían palabras inteligentes y consecuentes que no dejaban indiferente a cualquiera, mucho menos a quienes creían que podían pasarla a llevar a ella o a sus seres queridos.
Pese a su carácter, Sarah era muy querida por todos y le encantaba alegrar a los demás. A veces parecía que irradiaba felicidad, sin embargo sus sonrisas muchas veces escondían secretos que nadie veía, lo cual no evitaba que ella se dedicase a escuchar a los demás y ayudarles con consejos si la ocasión lo requería. Como había crecido bajo buenas enseñanzas cristianas, eso le hacía ser una persona llena de sentimientos caritativos, tratando de seguir el ejemplo de vida de sus padres a quienes ella admiraba profundamente.
Por supuesto, Sarah tenía pasatiempos como cualquier joven; la música, los libros y la poesía eran algunos de ellos, aunque los versos románticos de este último eran algo que tenía olvidado hace ya un tiempo por un motivo en concreto que aún le dolía recordar. La música era lo que más amaba. Desde pequeña le gustaba cantar y Gabrielle siempre la animaba a que no dejara de hacerlo por culpa de la timidez que se acrecentó con fuerza en ella después de cumplir catorce años.
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Mi Forma Personal de Amarte (Libro I)
RomanceSarah es una chica de dieciséis años llena de recuerdos y vivencias. Ha sido criada en el campo casi toda su vida, viviendo libre, sanamente y rodeada de naturaleza en el sur de Inglaterra. Una chica generalmente dócil pero con un carácter complicad...