Siete

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–Mucha gente, doctor, mucha gente.

–¿Quieres cambiarte de ropa? –preguntó él de forma abrupta, temiendo no poder seguir manteniendo el control de la situación.

–Si me vas a ofrecer una bata de papel, la respuesta es no.

Ignorando su pulla, Matteo limpió todo, colocó los instrumentos en su sitio y etiquetó las probetas con sangre.

–¿Cuántas veces al año donas sangre?

–Siempre que me dejan. Cada cuatro o cinco meses.

–¿Por qué? –quiso saber él, perplejo.

–Tengo un grupo sanguíneo poco común –explicó ella–. Es
importante. 

Solo por eso, ella se merecía su ayuda, decidió Matteo.  Cualquier mujer lo bastante valiente como para hacer lo correcto
aun a riesgo de desmayarse, tenía todo su respeto. Su coraje lo desarmó, casi tanto como su impresionante belleza.

Aceptaría su propuesta, se dijo él. Pero mantendría al margen sus sentimientos. No permitiría que Luna Valente fuera nada más que su paciente. Era demasiado joven para él. Ocho años era una diferencia muy grande. Además, ella necesitaba protección y él se la daría, tanto en lo físico como en lo emocional.

Solo en una ocasión con anterioridad había sentido esa necesidad de hacer de caballero andante. En ese caso, Matteo le había fallado a la mujer de su vida. Cuando Jazmín había sido diagnosticada, ya no había podido hacer nada. Solo había podido ofrecerle su amor y su apoyo durante semanas de dolorosa quimioterapia y sujetarle la mano en el momento de la muerte.

No volvería a ponerse en esa situación nunca más. Era demasiado doloroso. Por eso, con Luna, tomaría precauciones. Sería su amigo, su protector, su médico. Y nada más.

Luna observó a Matteo Balsano con atención. Lo cierto era que estaba fascinada con él. Emanaba poder y fortaleza. Y le daba deseos de lanzarse a sus brazos y cobijarse en su solidez. Para ella, coquetear era algo natural y, aunque fuera injusto para Matteo, no podía evitar ponerlo a prueba. Necesitaba comprobar si era capaz de romper su escudo. Matteo terminó lo que estaba haciendo y la miró con cautela.

–Lo de cambiarte de ropa lo decía en serio –dijo él. Luna se bajó de la camilla pero, al momento, la habitación comenzó a darle vueltas. Alargó la mano para agarrarse a algo y dio con el pecho del médico. Era ancho y firme, con fuertes músculos.
Él la rodeó con un brazo e inclinó la cabeza hacia ella.

–¿Estás bien?

Estaban tan cerca que Luna percibió cómo a él le subía el color. Se apartó de su abrazo.

–Nunca había estado mejor –repuso ella sin fuerzas–. Sí, me gustaría cambiarme de ropa.

Matteo la condujo al pasillo.

–¿Quieres que saque tu maleta del coche?

Ella asintió, aunque se sentía clavada al suelo por un inesperado
brote de timidez.

–Por favor. Está en el maletero. El coche está abierto.

Mientras Matteo salía, Luna entró en la consulta y agarró su bolso.

–Estás siendo muy amable, teniendo en cuenta que tienes
reputación de ermitaño antisocial.

–No soy antisocial –se defendió él, titubeando–. Lo que pasa es que me gusta concentrarme en mi trabajo.

–Entiendo.

Luna lo siguió al salón, cubierto con una moqueta negra y con sofás blancos de cuero. Bonitos, pero fríos. Con algunos toques de color y aquí y allá, aquella casa podría ganar encanto y sofisticación, pensó ella. Lo atravesaron y salieron a otro pasillo. Él entró en la primera puerta abierta y dejó la maleta de Luna junto a una cama.

–El baño es todo tuyo, si lo necesitas –ofreció él–. Te esperaré en el salón.

–No sé si intentas manipularme o si es que eres una ingenua.

–Vaya –repuso ella, encogiéndose–. ¿No tengo una tercera opción?

–¿Cómo cuál?

–Me gusta concentrarme en mi trabajo.

Cuando Matteo rio ante su respuesta, Luna se sintió como si
hubiera ganado la lotería.

–Touché –dijo él, con expresión más relajada–. ¿Por qué quieres quedarte aquí, Luna?

–Mi vuelo no sale hasta mañana. Los hoteles más cercanos están a una hora de aquí. No quiero correr el riesgo de que alguien me reconozca.

Matteo asintió, pensativo.
 
–Cámbiate. Luego, lo pensaremos –sugirió él y cerró la puerta.

Luna se quedó sola en el dormitorio color marfil, que tenia cierto aire femenino. Se preguntó si él llevaría a muchas mujeres a su casa.

De pronto, sintió celos y se sorprendió.

Para no perder tiempo, decidió no ducharse. Se quitó el vestido y se puso unos vaqueros, una sudadera y zapatos planos de cuero. A continuación, se fue a buscar a Matteo, esperando que la dejara quedarse. Lo encontró sentado en el sofá, delante de la tele, con los pies descalzos encima de la mesita.

–Qué rápida –observó él y se puso en pie al verla llegar–. Siéntate.

En el entorno del salón, parecían más un hombre y una mujer que médico y paciente.

–¿Qué haces para divertirte? –preguntó ella con curiosidad.

–Leo revistas médicas. Y voy a pasear por la montaña con mis hermanos.

–¿Eso es todo?

–¿Qué esperabas? –repuso él, frunciendo el ceño–. No me gustan las fiestas. Por eso, tal vez no sea buena idea que finja ser tu novio.

–Ramiro Ponce me contó que tienes tres carreras universitarias. ¿Es verdad?

–¿Qué más da? –contestó él, tamborileando los dedos sobre el brazo del sofá.

–Eres muy inteligente, ¿a que sí? –continuó ella, se levantó y se sentó en el sofá junto a él, dejando solo unos centímetros deseparación.



Se puso buena la cosa eh.

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora