Diez días después, Matteo estaba en la pista, observando como un mozo cargaba el equipaje de Luna en el jet privado de los Balsano. Ella había tenido la idea de que viajaran juntos y por separado del resto del equipo.En realidad, era más fácil para ella y mejor para su salud, porque así podía evitar a las legiones de fans que solían perseguirla y porque el jet privado de su familia era mucho más cómodo que cualquier línea comercial, aun volando en primera clase.
Luna se había puesto tacones altos de color rojo, un vestido ajustado de color negro, gafas de sol de diseño y un sombrero de paja con plumas de avestruz. Matteo no recordaba cuándo había sido la última vez que había visto a una mujer llevar sombrero. A Luna le quedaba de maravilla.
Una vez acomodados en la cabina, ella lo ignoró, centrando la atención en su iPhone. Se había quitado el sombrero y lo había dejado en el asiento a su lado. Matteo apartó el complemento y se sentó a su lado. La mayoría de la gente se quedaba impresionada cuando veía por primera vez el interior del lujoso jet de los Balsano. Luna apenas había posado los ojos en los enormes asientos ni en el carrito con deliciosas viandas que les había acercado el azafato.
–Me alegro de verte, Luna –dijo él, tirándole del brazo para llamar su atención–. ¿Cómo te encuentras?
–Muy bien, gracias –repuso ella, levantando la vista un momento de su iPhone.
Su frialdad hubiera bastado para congelar a cualquiera, pensó Matteo.
–Si quieres que crean que somos novios, es mejor que moderes tu hostilidad.
–Podría ser una pelea de novios. Es normal.
–Habla conmigo –pidió él, acariciándole la muñeca–. Háblame de la película. ¿Cómo se titula?
Al fin, Luna dejó el teléfono. Se soltó de la mano de él.
–Marea creciente –contestó ella–. Está basada en una historia real que ocurrió durante la presencia británica en Antigua en el siglo dieciocho. Mi personaje, Viola, es la madama de un burdel de lujo que ofrece sus servicios a los oficiales y a los ricos propietarios de plantaciones. Fue educada en Inglaterra pero, cuando murió su esposo, los hijos de él la echaron. Ella robó algo de dinero, se ocultó en un barco y terminó en el Caribe.
–¿Y cómo sigue?
–Viola reúna a una docena de nativas jóvenes, las toma bajo su tutela y las convierte en prostitutas de élite. Sin embargo, ella nunca vende su propio cuerpo. Uno de los oficiales de alto rango de la armada desea poseerla y la amenaza con cerrar el negocio si no consiente ser su amante. Al final, se enamoran, pero ninguno de los dos quiere admitirlo, pues lo consideran una debilidad. Son amantes y, al mismo tiempo, adversarios.
–¿Qué pasa al final?
–Viola se queda embarazada, pero el oficial ha sido destinado a Inglaterra, donde va a recibir un ascenso. Él le ruega que lo acompañe, sin embargo, ella no quiere enfrentarse a la puritana sociedad británica, sabiendo que siempre le perseguiría la sombra de sus actividades ilícitas en Antigua. En la víspera de la salida del barco del oficial, Viola se pone de parto, pierde al bebé y muere en sus brazos.
Matteo se encogió.
–Vaya. No tiene nada de comedia romántica.
–No. Pero las películas divertidas no suelen recibir muchos Oscar. Cuanto más triste, mejor. Y, si está basada en un hecho real, es más probable que tenga éxito.
–¿Y crees que tienes una oportunidad de ser nominada?
–Nunca se puede saber seguro, pero esta es mi mayor oportunidad para romper con el papel de rubia tonta que siempre represento.
–Nadie cree que seas tonta –repuso él, haciendo una mueca. Como ella no respondió, le tomó la mano–. Debería haberte llamado hace tiempo.
–¿Por qué? –preguntó ella con desconfianza.
–Para disculparme. Siento haber insinuado que te acuestas con cualquiera –afirmó él en voz baja–. Fue un recurso fácil.
Ella se removió en su asiento, inquieta, soltándose de su mano, como si no pudiera soportar que la tocara.
–No es la primera vez que me acusan de eso.
–De todas maneras, lo siento de corazón.
Luna lo miró de arriba abajo antes de posar los ojos en la ventana y sumirse en un silencio distante. Matteo sabía que se merecía que estuviera enfadada. Había sido una acusación sin fundamento. Pero aquella noche en el bosque, cuando Luna lo había abrazado con su irresistible sensualidad, él había tenido que luchar para recuperar la compostura. Había sido un
milagro que no le hubiera hecho el amor allí mismo.Pero había estado cerca, muy cerca. Por eso, Matteo había tenido que mantener las distancias. Ella parecía muy sola y vulnerable y quería ayudarla. Aunque le daba la sensación de estar pisando arenas movedizas. Como Luna no quería hablar, Matteo decidió hacer algo de trabajo. Sacó el artículo que tenía que leer del maletín.
La tarde había caído cuando iban a aterrizar en el pequeño aeropuerto a las afueras de San Juan, la capital de la ciudad. Matteo había visitado el Caribe en un par de ocasiones para dar conferencias sobre medicina, pero no había estado nunca en Antigua.
Se acercó a la ventana para contemplar la isla, pintada de exuberante vegetación y arena blanca en medio del océano azul.
–Parece una postal –comentó él, percatándose del modo en que Luna se hundía en su asiento. La había tocado sin querer cuando se había inclinado hacia la ventana.
–Deja de acaparar las vistas –protestó ella, apartándose.
Con una sonrisa, Matteo se recostó en su butaca. Ella pegó la nariz a la ventana. Parecía emocionada.
–Mira la costa. Está desierta –comentó ella, señalando una prístina bahía –. Dicen que la isla tiene una playa para cada día del año.
–Quizá podamos explorar en el tiempo libre.
–¿Tiempo libre? –replicó ella, mirándolo con cara de pena–. Tienes mucho que aprender.
Desembarcaron y pasaron la aduana en menos de una hora. Fuera del modesto edificio de la terminal, les estaba esperando una ranchera blanca. Una mujer esbelta y de piel clara les hizo señas con ansiedad y comenzó a acercarse hacia Luna.