Veintiséis

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Luna perpleja por completo.

–Yo prefiero hablar menos y actuar más –señaló ella y cerró la puerta de un portazo, después de sentarse.

–¿Te importa si damos una vuelta? –preguntó él sin sonreír, con gesto sombrío.

–Claro que no.

La conversación languideció. Matteo condujo con calma y con eficiencia. Cuando ella estaba a punto de perder la paciencia por su silencio, Matteo se metió en un camino de arena que llevaba a una pequeña cala desierta. Paró debajo de una gran palmera. Sin decir palabra, salió del coche, abrió el maletero, rebuscó algo y, luego, le abrió la puerta a Luna con una manta blanca en la mano.

–Vamos –dijo él y, antes de ayudarla a salir del coche, se agachó y le quitó los zapatos.
A continuación, le dio la mano y, cuando Luna estuvo de pie, la besó. Fue un beso lleno de promesas que hizo que a ella le temblaran las rodillas.

Caminaron hasta un extremo de la cala.

–Aquí está bien. Siéntate, princesa –indicó él, extendiendo la manta junto a la orilla.

Lo cierto era que Matteo la intimidaba un poco, reconoció Luna para sus adentros. No en el sentido físico, sino porque era casi imposible adivinar sus pensamientos.

Se sentaron pegados el uno al otro. Ella dobló las rodillas, llevándoselas al pecho, tiritando un poco. Por supuesto, él se dio cuenta de inmediato, se quitó la chaqueta y la cubrió con ella.

–Gracias.

El rostro de él seguía siendo impenetrable.

–¿De qué querías hablarme? –quiso saber ella.

–Mírame. Estoy aquí, en una playa del trópico, con la actriz más deseada de América. ¿Cómo he llegado a esto?

Ella se encogió de hombros.

–Yo te obligué. Y me disculpo por eso, por cierto. No he estado
enferma en ningún momento. Podrías haberte quedado en tu montaña con tus probetas y tus libros.

Matteo rio.

–No quiero que haya secretos entre nosotros –señaló él, tras una pausa–. Si nos convertimos en amantes, te mereces que sea sincero contigo, al menos.

–Por favor, no me digas que el castillo tiene una mazmorra llena de cadáveres.

–No tengas miedo. No es tan malo.

Matteo se tumbó de espaldas, mirando al cielo.

–Cuando crecí, me sentía prisionero. Después de que mi madre y mi tía hubieran muerto, mi padre y mi tío nos ocultaron del mundo. Tuve muchos tutores y tomé el primer curso de medicina a distancia antes de que me saliera pelo en la cara. Un día, me miré al espejo y me di cuenta de que tenía dieciocho años y nunca había salido con una chica.

 Luna guardó silencio, sin querer interrumpirlo.

–Solo pudimos convencer a nuestro padre y nuestro tío de que nos dejaran salir a estudiar en la universidad si adquiríamos un nombre falso –prosiguió él–. Ellos temían que nos secuestraran si sabíamos quiénes éramos.

–¿Tus amigos sabían la verdad?

–Nadie lo sabía. Yo pasaba mucho tiempo solo. Aunque era el típico adolescente deseando acostarse con chicas, las que conocía eran tan tontas que no podía soportarlas, ni siquiera para llevarlas a la cama. Entonces, conocí a Jazmín –continuó él.

–¿Jazmín? –preguntó ella con el estómago encogido.

–La compañera de la que te hablé. La que murió. Era mi prometida. Nos conocimos en la carrera y nos enamoramos de inmediato. Hacíamos el amor a todas horas del día y de la noche, pero ambos estábamos centrados en nuestro objetivo. Queríamos doctorarnos. Y lo conseguimos. Cuando llevábamos el tiempo suficiente para saber que lo que sentíamos era amor, le pedí que se casara conmigo y le regalé un anillo. Empezamos a planear la boda para el mes siguiente a que nos licenciáramos.

Luna no quería seguir escuchando, pero Matteo parecía incapaz de parar. Ella hundió la cabeza en las rodillas, para no ver su rostro lleno de angustia.

–Cuando murió, me volví loco. Si hubiera tenido una infancia normal, habría sido distinto. Pero me sentí como si lo hubiera perdido todo. Primero, mi madre, luego, mi mejor amigo. Y Jazmín. La práctica de la medicina fue lo único que me hizo salir adelante.

–¿Cuándo murió?

–Hace cinco años, tres meses y veintiséis días –repuso él–. Acepté ayudarte porque no quería volver a sentir la misma impotencia nunca más. Necesitaba poder hacer algo por ti, a pesar de haberle fallado a Jazmín.

–¿Por qué me cuentas esto?

– Jazmín fue mi primer y último amor –afirmó él–. Mi primera y última amante –añadió con expresión sombría–. No puedo volver a amar así a ninguna otra mujer. Por eso, he elegido ser célibe. No quiero romperle el corazón a nadie.

–¿Crees que, si hacemos el amor, me enamoraré de ti?

–Espero que no. Te pido que no corras el riesgo, de todos modos. Perdona si te parezco arrogante. Sé que tienes mucha experiencia con los hombres, así que puede ser que sea yo quien corra el riesgo de enamorarme.

Sin duda, Matteo seguía enamorado de su antigua prometida. Eso explicaba por qué había sido tan reticente a acostarse con ella, caviló Luna Incluso así, ella lo deseaba. Y estaba dispuesta a aceptarlo que él quisiera darle, aunque fueran solo las migajas de su corazón. Quizá ella podría hacer que la amara. Con el corazón acelerado, se inclinó sobre él.

–Me doy por avisada. Ahora, bésame, Matteo Balsano.

Sus caras estaban casi pegadas. Pero él no se movió. Fue ella
quien se acercó.

–Eres un hombre guapo, sexy y fuerte. Estoy dispuesta a tomarlo que quieras darme.

Matteo dejó escapar un gemido atormentado. Se colocó encima de ella, separándole los muslos con su pierna.

–Me preocupo por ti, Luna.

Aunque sus palabras le dolían, pues demostraban que no la amaba, ella trató de ignorarlas.

–Demuéstramelo.

–Adoro tus pechos –dijo él, quitándole los tirantes y bajándole el vestido sin previo aviso. Comenzó a devorarle la piel desnuda con la boca.

Lo que se viene 🌚🔥

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora