Con un nudo en la garganta, Luna se quedó callada unos segundos.–Lo intento. Hemos pasado casi toda mi vida solas las dos, así que me cuesta imaginarme sin ella.
–En algún sitio, leí que fue tu madre quien te llevó a hacer anuncios cuando eras una niña. ¿Es verdad?
–Sí. La mayoría de la gente cree que fue por el dinero… ya que mi padre nos abandonó.
–¿Y no fue así?
–El dinero era importante, lo sé. Pero creo que fue su manera de darme salidas en la vida. Mi madre no tenía muchos recursos, pero un primo suyo trabajaba en la industria del cine y ella le pidió que nos echara una mano.
–¿La culpas por eso?
Luna rió, sorprendida por su pregunta.
–Claro que no. Me encantaban los focos desde el principio, los
aplausos, el público. Al actuar, me sentía valorada.–Pero no has ido a la universidad, ¿verdad? Trabajas desde muy joven.
¿Acaso la estaba criticando?, se preguntó Luna. ¿O era ella quien estaba demasiado susceptible?
–He hecho dos películas al año desde que tengo catorce. Por eso, mi educación terminó de forma abrupta cuando acabé el instituto. Además, no era buena estudiante, así que no fue una gran pérdida. Y hago mucho dinero con mi trabajo. Licenciarme habría sido una pérdida de tiempo.
–¿Estás tratando de convencerme a mí o a ti misma?
Perpleja por su perspicacia, Luna se mordió el labio.
–Te estás saliendo del tema –apuntó ella, ignorando su pregunta.
–Tienes razón. Continúa.
–Mi madre adora viajar. Por eso, cuando tuve éxito, empezamos a hacer viajes juntas. Hemos estado en París, en Roma, enJohannesburgo y… bueno, en muchos sitios.
–¿Qué tal fue el viaje al Amazonas ¿Tu madre tuvo fuerzas para hacerlo?
–Mi madre era una roca. Fui yo quien enfermó.
–¿Qué pasó?
–Cuando llevábamos allí cinco semanas y estábamos a punto de
volver, contraje malaria.–¿No te vacunaste antes de irte?
–Sí, pero parece que contraje una cepa resistente a la medicación. No recuerdo mucho de esos últimos tres o cuatro días. Fue terrible. Mi madre estaba muy asustada. Habíamos contratado a un guía y nos ayudó mucho. Pero estábamos en medio de la selva y yo estaba demasiado enferma como para movernos. Makimba encontró un curandero de una tribu que me curó.
–¡Cielo santo! –exclamó Matteo, impresionado–. Podías haber muerto.
–Lo sé. Sin embargo, las hierbas del curandero funcionaron. Quedé muy debilitada, pero me curé.
–¿Qué pasó después?
– Volvimos a casa –respondió ella, encogiéndose de hombros–. Me habían contratado para poner la voz de un personaje en una película de animación. Por suerte, era un trabajo de estudio en Los Ángeles, así que podía dormir en mi casa todas las noches. Y el horario no era tan duro como si hubiera estado filmando una película.
–Tienes que hacerte análisis de sangre –indicó él con tono deurgencia–. Para identificar el parásito exacto y para determinar la medicación adecuada. ¿Lo has hecho ya?
–No –negó ella.
–¿Por qué no? Cielos, Luna, esto no es un juego.
–Por eso estoy aquí –replicó ella con toda la dignidad que pudo–. Tuve otro episodio de fiebre hace tres semanas. No fue tan malo como el primero, pero lo pasé bastante mal. No puedo ir a un médico cualquiera y arriesgarme a que la información salga a la luz.
–¿Por qué? Estás enferma. ¿Qué tiene de malo? –inquirió él, sin comprender.
–En diez días, voy a empezar un rodaje que puede cambiar mi carrera para siempre. Es el tipo de guion que puede darme un Oscar. Me han elegido entre seis actrices de primera línea. Si corre el rumor de que puedo quedar incapacitada en medio del rodaje, me quitarán el papel.
–¿Y tu carrera es más importante que tu salud? –le espetó él con una mezcla de sarcasmo y criticismo.
–Cuidado con lo que dices –le reprendió ella, acalorada y furiosa porque juzgara de esa manera sus motivos–. No sabes nada de mi vida ni de mis circunstancias. Menos mal que no ves pacientes a menudo, doctor, porque eres un arrogante.
Los dos se quedaron en silencio durante medio minutos, sus rostros casi tocándose. El enfado de ambos podía palparse en el ambiente. Matteo fue el primero en ceder.
–Lo siento –dijo él al fin, tenso–. Prometí que te escucharía sin juzgarte y sin interrumpirte y no he conseguido hacer ninguna de las dos cosas. Por favor, continúa.
Luna, que había estado dispuesta a presentar batalla, se quedó desarmada. No estaba acostumbrada a conocer hombres que supieran disculparse. Al mismo tiempo, por otra parte, Matteo Balsano conseguía desprender un aire de superioridad que la dejaba sin argumentos. Aceptando sus disculpas, ella volvió a recostarse en su asiento.
–Me gusta lo que hago. Y te mentiría si te dijera que no me importa lo que arriesgo. He representado muchos papeles de rubia tonta, tantos que, a veces, creo que me estoy convirtiendo en una. Pero, además de las perspectivas profesionales de este nuevo papel, la película me daría mucho dinero. Mi madre no tiene seguro médico. Tengo que pagar todas las facturas de su tratamiento.
–¡Uf!–Sí. Además, quiero hacerlo por mi madre. A lo largo de los años, ha tenido que leer todas las críticas negativas que la prensa ha escrito sobre mí. Por una vez, quiero que se sienta orgullosa. Cuando le conté que me habían dado este papel, lloró de emoción.
Matteo Balsano se quedó callado, su rostro parecía tallado en piedra. Al fin, suspiró.
–No puedo discutirte tus motivos, aunque tengo la sensación de que tu madre ya está orgullosa de ti. Parece que las dos estáis muy unidas.
–Lo estamos –afirmó ella con un nudo en la garganta, al pensar que, pronto, iba a estar sola en el mundo–. Por eso… tengo que hacer la película. Pero temo otro brote de malaria. Me gustaría contratarte como mi médico personal durante el rodaje.
–¿Como si fueras una diva?