Treinta y dos

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Matteo se despertó en medio de la noche, desorientado, con el corazón acelerado. Estaba tumbado sobre las sábanas, vestido. Miró la hora en su teléfono. Eran las tres y media de la madrugada. Entonces, de pronto, se dio cuenta de lo que lo había despertado. Luna estaba llorando. Se acercó a ella.

–¿Luna? Tranquila. Estoy aquí –la consoló él y la abrazó–. Todo va a ir bien.

Matteo tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba llorando dormida. La sacudió con cuidado, para despertarla de su pesadilla.

–Despierta, princesa.

Al fin, Luna se movió. Él quiso encender la luz para poder ver su
cara, pero temía que a ella le hiciera daño a los ojos. Le acarició el pelo.

–¿Estás despierta?

Ella enterró la cabeza en su pecho y asintió. Al abrazarla así, el cuerpo de Matteo reaccionó de forma inevitable. No podía estar cerca de ella y no desearla, sobre todo, cuando ya sabía cómo era sumergirse en su cálido interior.
Sin embargo, no era momento para la lujuria, se reprendió a sí mismo. Ella necesitaba un amigo, no un amante. Aunque ella parecía opinar lo contrario, porque le rodeó el miembro erecto con la mano.

–Hazme el amor, Matteo –susurró ella–. Para hacerme olvidar.
–Deja que te abrace nada más –pidió él y, con suavidad, le apartó la mano–. Ha sido un día muy duro.

–Lo siento –dijo ella de forma abrupta, poniéndose tensa–. No debería haber asumido…

¿Qué diablos estaría pasando por su cabeza? Frustrado y excitado, Matteo encendió la luz.

–¿Qué quieres decir? –preguntó él.

Ella se sentó y lo miró, abrazándose de la cintura. Hondas ojeras pintaban su cara. La enorme camiseta que se había puesto para dormir le resultó a Matteo tan sexy como el más atrevido de los saltos de cama.

–Soy nueva en esto del sexo. No debí asumir que íbamos aseguir haciéndolo. Lo nuestro no es una relación, ¿verdad? ¿Cómo podemos llamar a lo que pasó? Fue solo un polvo de una noche, ¿no es eso?

Él parecía enfadado.

–¿Quieres hacerme perder los nervios? –preguntó él con la mandíbula tensa.

–No sabía que un hombre de tu inteligencia pudiera perder los nervios –comentó ella, encogiéndose de hombros.

–Si quieres tener una pelea, Luna, dímelo. Haré cualquier cosa que necesites para sentirte mejor.

–No me trates como si fuera una niña –protestó ella–. Y no me mientas.

–Me han llamado muchas cosas en mi vida, pero nunca mentiroso –repuso él, rojo de furia–. ¿Puedes elucidarlo?

–¡Deja de usar palabras que no entiendo! –le gritó ella–. Ya
sabes que solo acabé el instituto.

–Oh, por todos los santos –rugió él, se levantó y empezó a desnudarse.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó ella, abriendo los ojos de paren par.

–Voy a tener sexo contigo.

–Nada de eso. No quiero ser una obra benéfica para ti.

Desnudo, Matteo se subió a la cama y la tumbó de espaldas.

–¿Te parece a ti que te estoy haciendo un favor?

Le espetó él y se colocó entre sus piernas, presionando su enorme erección contra la ropa interior de ella. Luna se aferró a la sábana.

–Hace un minuto no me deseabas.

–Claro que sí –repuso él, conmovido por su vulnerabilidad y su inocencia–. Pero estaba intentando cuidar de ti.

–Sigue intentándolo.

Su respuesta hizo reír a Matteo. Él la superaba en años y en
experiencia, pero ella tenía un genio que se sostenía por sí mismo.

–Vivo para complacerte –dijo él y le deslizó dos dedos debajo de las braguitas para comprobar si estaba lista. Estaba mojada y caliente. Luna lo observó con los ojos muy abiertos.

–Puedes tocarme tú también –sugirió él y la penetró. Todo su cuerpo se estremeció de placer. Con timidez, Luna le acarició la espalda.

–¿Te hago daño?

–No lo sé, estoy demasiado ocupada gozando –contestó ella con una sonrisa.

Matteo miró su reflejo en el espejo del armario. Hacían una pareja perfecta. Ella, pálida y adorable. Él, oscuro y dominante. Pero esa imagen no era real. No estaban hechos el uno para el otro. Matteo era un solitario y Luna había nacido para triunfar en la vida. Ella todavía llevaba puesta la camiseta. Matteo había tenido tanta prisa por sumergirse en su interior, que no se había parado a quitársela. Pero quería verla desnuda.

–Siéntate –ordenó él y la ayudó a incorporarse y a desvestirse del todo. El movimiento hizo que la penetrara más, tanto que él estuvo apunto de llegar al clímax.

–Una cosa –dijo ella, sacándolo de su ensimismamiento–.¿Crees que puedo intentar eso del multiorgasmo o tengo que ensayar más?

–Diablos, Luna… –musitó él, rindiéndose a los brazos del éxtasis. Volcó su semilla dentro de ella y se quedó inmóvil.

–Me gusta saber que me deseas –comentó ella, acariciándole la espalda.

–Lo siento –murmuró él. Sabía que ella no había llegado al orgasmo.

–¿Por qué?

–Por ser egoísta.

–Eres el hombre menos egoísta que conozco –aseguró ella,
soltando una risita–. Lo que pasa es que te vuelvo loco y no puedes evitarlo –añadió, triunfal.

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora