Veinticuatro

837 74 2
                                    


Matteo se maldijo a sí mismo por haber sido tan impulsivo al haberle comprado un regalo. Por cómo a ella se le empañaron los ojos y por su mirada emocionada, adivinó que Luna estaba interpretándolo de forma equivocada. Era solo un maldito broche, aunque fuera caro.

La verdad era que él había querido regalarle algo bonito y divertido. El cumpleaños había sido solo una excusa. Era una mujer tan fácil de complacer que daban ganas de hacerla feliz. Sin duda, él no debía de ser el primer novio que había intentado hacerla sonreír. Ni sería el último.

Matteo la acompañó al coche y le abrió la puerta.

–Gracias.

–Es un placer, princesa.

Nina le había prestado el coche, lavado y con el depósito lleno.  La carretera a la parte más alta de la isla estaba llena de curvas. Luna iba muy callada, mirando el paisaje. Cuando llegaron, Matteo aparcó y ayudó a salir a Luna.

–Ten cuidado –le previno él–. Hay muchas piedras en el suelo.

La condujo a un edificio de dos pisos que parecía bastante
antiguo. Estaba recorrido por ventanas que dejaban entrar la brisa del océano. Un tambor comenzó a sonar.

 –Vamos –le urgió ella–. Encontremos sitio antes de que se llene.

–¿No quieres ver la puesta de sol? –preguntó él y se miró el reloj. Habían llegado antes de lo previsto.

Luna lo hizo a un lado y pasó por delante de él con impaciencia.

–Ya que somos solo amigos, no, gracias. Quiero bailar.

Matteo la adelantó y abrió la puerta de donde se suponía que era el concierto. Estaba muy oscuro dentro. De pronto, la sala se llenó de luz.

–¡Sorpresa! –exclamaron unas seis docenas de voces al unísono.

Lunase quedó paralizada y buscó la mano de su acompañante en un gesto inconsciente de nerviosismo. Sus compañeros de reparto y el equipo de rodaje la rodearon para felicitarla. Entre ellos, Rod Brikman.

–Feliz cumpleaños, Luna –dijo el director con una sonrisa.

Ella se sonrojó desde el cuello a la frente y se cubrió las mejillascon las manos.

–No sé qué decir.

–¡Que empiece la fiesta! –gritó uno de los presentes desde la otra punta.

Todo el mundo empezó a reír y se fueron a sus asientos. Matteo y Luna se dirigieron a una mesa presidida por el director. Los tambores volvieron a sonar y, pronto, se llenó la pista de baile. Brikman le dio una palmadita en la mano a Luna.

–Espero que no te moleste. Los de vestuario son quienes tuvieron la idea. Piensan de ti lo más grande.

Luna se quedó sin palabras. Durante la hora siguiente, Matteo la observó comer, aunque ella seguía callada. Había ostras, cóctel de gambas y pastel de coco de postre.

–¿Sigues teniendo hambre? –preguntó él cuando consideró que Luna había cenado lo suficiente–. ¿O quiere bailar?

–Creí que nunca me lo pedirías –repuso ella y dejó el bolso sobre la mesa.

Matteo tomó a Luna entre sus brazos mientras se mecían al ritmo de la canción romántica que acababa de empezar. Ella apoyó la mejilla en su hombro.

–Pensé que íbamos a estar solos tú y yo esta noche.

–¿Te ha molestado? Todos querían darte una sorpresa.

–Claro que no me molesta. Estoy conmovida. Soy una mujer muy afortunada.

El toque de melancolía de la voz de su acompañante preocupó a Matteo.

–¿Estás bien, Luna? ¿Es que has tenido malas noticias de tu madre?

–No. Hablé con ella esta tarde y todo sigue igual.

–Entonces, ¿qué te pasa?

–Es por mis compañeros. Cuando hago una película, el equipo y
los actores son como mi familia, aunque no es lo mismo.

Él se quedó en silencio, intentando descifrar sus palabras.

–No tiene nada de malo querer a los demás como haces tú, Luna. Das cariño a todo el mundo sin reservas. Y la gente te quiere. Hay muchas clases de familias.

–Yo envidio la tuya. Supongo que es un poco raro, teniendo encuenta tu pasado, pero tienes hermanos y primos. Cuando mi madre se vaya, no me quedará nadie.

–¿No tienes tíos?

–Mi madre era hija única, igual que yo. Y supongo que la familia de mi padre no quería saber nada de nosotras.

–¿Por qué no le preguntas por ellos a tu madre?

–No puedo. Se daría cuenta de que se lo pregunto porque sé que se está muriendo.

–Yo compartiré mi familia contigo –ofreció él y la besó en la sien–. Es más, hay veces en que los regalaría a todos.

–Mientes –repuso ella, riendo.
Pero había conseguido su propósito: hacerla reír.

Luna encajaba a la perfección entre sus brazos. Sus piernas se
rozaban cuando bailaban. Matteo deseó que estuvieran a solas, pero era mejor así, era lo más adecuado para mantener a raya la erección que latía entre ellos. Luna se estaba dando cuenta. Estaban lo bastante juntos. Cuando terminó aquella canción, Matteo condujo a Luna a la terraza, desde donde se veía la luna.

–Te mereces un beso de cumpleaños –murmuró él, posando las manos en sus caderas para atraerla a su lado.

–Creí que preferías darme azotes –replicó ella.

–No te tientes –dijo él y comenzó a besarla en la frente con suavidad. El seductor aroma de ella lo envolvió–. Feliz cumpleaños, Luna.

–Ahora soy un año mayor –susurró ella, echando la cabeza hacia atrás–. Ahora solo tengo siete años menos que tú.

–Sigo siendo tu médico.

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora