Veintidós

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–Entonces, te convertirá en una supernova.

–Eso está mejor –dijo ella, sonriendo.

–¿Ya has terminado por ahora? ¿Puedes irte?

–Claro. Me cambiaré en un momento. Dile a Nina que estamos listos.

Luna se quedó dormida en el coche en el camino de vuelta, con la cabeza apoyada en el hombro de él. Matteo era el único que sabía que estaba demasiado débil para hacer grandes esfuerzos. La abrazó contra su pecho, preocupado por lo pálida que estaba. Nina lo miró por el espejo retrovisor.

–¿Los llevo directamente a la villa o quieren comer algo primero en el restaurante?

–Creo que pediremos servicio de habitaciones –contesto él, tras pensarlo un momento.

–De acuerdo.

Cuando aparcaron delante de su alojamiento, Luna no se despertó. Matteo la miró con inquietud.

–Creo que no ha dormido mucho. Supongo que por los nervios. La llevaré dentro –le dijo él a Nina.

La asistente no hizo ningún comentario, pero abrió mucho los ojos. Él esperaba que no fuera una cotilla. En la cabaña, Matteo depositó a Luna sobre la cama.

–Duérmete conmigo –pidió ella, entre abriendo los ojos. Matteo titubeó. Estaba agotado. Los dos estaban vestidos.

–¿No quieres comer algo? –preguntó él, ganando tiempo antes de tomar una decisión.

Estaba demasiado excitado. Aunque admiraba su fuerza de voluntad y autocontrol, Luna no podía dejar poner sus fuerzas a prueba. Desde que se habían conocido, no había dejado de tentarlo y provocarlo, obligándole a darle algo… lo que fuera.

–Creo que me has estado mintiendo –señaló ella de pronto, decidida a sacar a la luz sus peores miedos.

–Yo no miento –replicó él con una fiera mirada.

–Has estado inventándote excusas para no tener nada conmigo. Nos deseamos, Matteo. Y no hay razón para que no estemos juntos. Sé honesto. Lo que dijiste sobre que soy demasiado joven o que tú eres mi médico no son más que excusas.

–También podemos tener en cuenta el hecho de que nos conocemos hace apenas unas horas.

–Nimiedades –señaló ella y se acercó para besarlo con suavidad–. Quiero que seas sincero. ¿Te estás conteniendo porque piensas que soy una promiscua y eso… te desagrada?

Matteo se sentó, la sujetó por la nuca y la besó con pasión.

–No seas ridícula. ¿Es que crees que busco una monja? No creo en la doble moral.

–Entonces, démonos una oportunidad –pidió ella, susurrando las palabras en el cuello de él.

Cuando él le puso la mano entre los muslos, sin embargo, Luna se puso tensa. Una cosa era atormentarlo y otra muy distinta era ser atormentada. Frotando con suavidad, él se concentró en su punto más sensible.

 Luna gimió, presa de un placer líquido y eléctrico. Estaba claro que Matteo conocía bien la anatomía femenina. En cuestión de minutos, la llevó al borde del éxtasis.

–Es una mala idea –murmuró él, bañándola con su aliento caliente.

Acto seguido, Matteo deslizó la mano dentro de las braguitas de ella, llegando a la piel desnuda. Luna llegó al orgasmo de inmediato, mientras él seguía acariciándola. Después, se acurrucó en su abrazo.

–No me refería a esto. Tú todavía no…

–¿Qué?

–Ya sabes. Quiero hacerte sentir bien.

–Lo has hecho, princesa. Pero no vamos a ir más lejos hoy. Uno
de los dos tiene que tener algo de sentido común.

Ella suspiró y le lamió la barbilla.

–No sé por qué eres tan rígido. Estamos en un paraíso tropical.
Se supone que eres mi novio. Y no estoy enferma. ¿Qué tiene de malo que te diviertas un poco mientras tanto?

–¿De veras eres tan ingenua?

–Estás siendo grosero. Y paternalista.

–Creo que eres una mujer increíble –afirmó él, acariciándole el pelo–. Y tienes un gran futuro por delante. ¿Por qué complicar las cosas con un viejo como yo?

–Tienes treinta años. No eres viejo.

–Bueno –repuso él, riendo–. Pero necesito tiempo. De todas maneras, tú vas a estar muy ocupada para tener una aventura. ¿No es así?

–Tal vez –reconoció ella a regañadientes–. Pero sigues siendo un mandón.

–Lo sé –repuso él, besándola en la coronilla–. Lo que pasa es que no podría perdonármelo si me aprovechara de ti. Así que no me presiones, por favor.

Luna contuvo las lágrimas a punto de brotar.

–Lo intentaré –susurró ella–. Aunque no te prometo nada.

Matteo se levantó de la cama. Soltar a Luna y comportarse como si nada importante hubiera pasado iba a requerir todas sus dotes de actor. Lo que sentía por dentro era pura agonía. La deseaba con una intensidad insoportable.

–Voy a pedir la comida –informó él, tomando el teléfono–. ¿Te parece bien?

–Como quieras –repuso ella con aspecto de estar enojada.

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora