Matteo hizo la maleta y, justo cuando se preparaba para salir en el jet de la familia, le sonó el teléfono. Era el prefijo de California.–¿Hola? –contestó él con el corazón acelerado.
–¿Balsano? Rod al habla.
–¿Es por Luna? ¿Qué le pasa? –preguntó él, asustado.
–Te necesita, Balsano. Su madre murió ayer por la mañana. Tomó
a todo el mundo por sorpresa. Fue un ataque al corazón. Luna se está ocupando de todo sola. Te necesita.Durante el vuelo, Matteo fue incapaz de dormir. Solo podía pensar en Luna, frágil y vulnerable. Cuando aterrizó, le estaba esperando una limusina. Él le dio la dirección y, en unos minutos, llegaron a una comunidad de vecinos cerrada, en un barrio rico en el norte. Bajó la ventanilla para hablar con el guarda de la garita de la entrada.
–Soy Matteo Balsano. He venido a ver a Luna Valente. Me envía su director, Rod.
–¿Matteo Balsano? –preguntó el guarda, un hombre de unos sesenta y pico años con aspecto bonachón–. Pase. Es una pena lo de la señora Valente. Era una dama muy amable –añadió y apretó un botón para que el coche pudieran pasar–. Dígale a Luna que le mando mi cariño. Siempre me regala chocolatinas y un billete de quinientos dólares en Navidad. Adoro a esa niña.
Dos minutos después, Matteo estaba llamando a la puerta de Luna. Ella le abrió con ojos enrojecidos de llorar, una cola de caballo destartalada y descalza. Para él, nunca había estado más hermosa. Se contuvo para no tomarla entre sus brazos.
–Hola, Ariel.
–Vete a casa –dijo ella sin andarse con rodeos–. Sé la promesa
que le hiciste a mi madre. No te necesito. Eres libre.Cuando ella iba a cerrar, Matteo adelantó el pie para impedírselo.
–He venido desde muy lejos para hablar contigo.
–¿Y tengo que darte las gracias?
–Déjame entrar, Luna, por favor.
Luna se sentía a punto de derrumbarse. Llevaba semanas
soñando con Matteo, recordando cada momento con él. Verlo allí, en carne y hueso, le provocaba un terremoto de emociones contradictorias. Al final, su deseo de tenerlo cerca venció.–De acuerdo. Entra, pero no soy muy buena compañía.
Matteo entró y, sin poder contenerse más, la abrazó.
–Lo siento, Luna, lo siento mucho.
Sin palabras Matteo le estaba ofreciendo la oportunidad de
desahogarse y llorar en el hombro de un hombre fuerte. Pero ella no podía permitírselo. Había derramado mares de lágrimas en las últimas horas. Sin embargo, no podía caer en la tentación de creer que su relación podía ser algo duradero y sólido. Lo que Luna necesitaba no era su compasión. Podía enfrentarse sola a la muerte de su madre. Se sentía preparada para ello.–Estoy bien, Matteo –aseguró ella y lo apartó, posando las manos en el pecho de él–. Sabía que esto iba a pasar. Mi madre murió en paz. Estaba lista para irse.
Matteo se cruzó de brazos, observándola con intensidad.
–No tienes por qué hacerte la fuerte delante de mí.
–Esta noche será el velatorio –dijo ella, encogiéndose de hombros–. Puedes venir.
–¿Y luego?
–Luego, te vas.
–No tengo reserva en ningún hotel.
–Puedes dormir en tu jet.
–Había pensado en quedarme unos días contigo.
–No –negó ella, poniéndose rígida–. No necesito tu compasión. Estoy bien.
–No lo parece.
–Qué halagador.
–Eres la mujer más provocadora y poco complaciente que he
tenido la desgracia de conocer.–Siento no estar a la altura de tu amada Jazmín–le espetó ella, cruzándose de brazos–. No todas las mujeres somos perfectas.
Matteo dio tres pasos hacia ella y se detuvo en seco, con el rostro contraído por el dolor.
–Ya no me acuerdo de su rostro –dijo él en voz baja y atormentada –. Me deshice de todas sus fotos, porque no podía soportar mirarlas.
–No es problema mío –replicó ella, aunque se sentía como si le estuvieran clavando miles de puñales en el corazón–. ¿Puedes irte ya? Tengo cosas que hacer –le espetó con un nudo en la garganta.
–No tengo ni una foto tuya. Aun así, no ha pasado un día en que
no pensara en ti. No quería acordarme de ti, pero no podía evitarlo. Dormido o despierto, trabajando o sin hacer nada… siempre estabas tú en mi cabeza.–¿Qué quieres de mí? ¿Es una cuestión de honor, por haberme desflorado?
–Lo es, para mí –aseguró él y le tomó los brazos, acariciándoselos –. Te quiero, Luna.
Tras un instante de titubeo, Luna se armó de valor para apartarse.
–Como ya te he dicho, haces fatal de novio. Mi madre acaba de morir. No es buen momento –le reprendió ella–. Lo dices porque te sientes culpable. Pero no te preocupes, lo superarás.
Matteo volvió a acercarse, con determinación.
–Sé que soy un idiota y que no es buen momento. Aun así, tienes que creerme, Luna. Te amo. Para mal o para bien. No pienso dejarte. Y, menos, hoy.
Luna quería lanzarse a sus brazos y llorar en su hombro. Pero sabía que estaba sola en el mundo y tenía que protegerse.
–Como quieras. Salimos para el funeral a las cinco. Estaré en mi cuarto, descansando.
Matteo comprendió que había hecho mucho daño a Luna. Por primera vez en su vida, él no sabía qué hacer. Lo único que sabía era que ella era su única razón para vivir. Y, mientras le quedara aliento, haría todo lo posible por protegerla.
Luna salió de su cuarto a las cinco menos diez con un traje de chaqueta impecable de Chanel, color negro, y el pelo recogido en un moño. Se había puesto tacones y unas enormes gafas de sol. Estaba hermosa y distante. La estrella de cine estaba lista.
Faltan dos capítulos para el final.