Ella no quería ser una carga para él. Ni podía soportar que la viera solo como una obligación. Queriendo consolarlo, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Matteo se quedó rígido ante el contacto de sus labios.–¿Esperas que durmamos los dos en la misma cama? –preguntó él con ojos brillantes de deseo.
Ella le limpió una mancha de carmín de la mejilla.
–El colchón es muy grande. ¿Qué tiene de malo?
Fuera, resonaba el sonido de las olas y la risa de una mujer. El aire estaba impregnado de deliciosos aromas.
Matteo tomó el rostro de ella entre las manos, bañándola con su cálido aliento.–Soy un hombre, Luna. Lo que me pides es injusto, si no imposible –afirmó él sin rodeos–. Lo haré porque mido un metro noventa y no puedo aguantar varias noches durmiendo enroscado en un sofá. Pero tienes que prometerme algo.
–¿Qué?
–Tienes que comportarte. Nada de andar por ahí en salto de cama. Ni de coquetear. Nada de contacto físico, más allá del necesario para hacer que esta farsa sea creíble ante los demás.
Luna posó las manos sobre las de él.
–Eres tú quien me está tocando ahora –indicó ella, sin aliento, y se acercó un poco más. Entonces, reparó en lo largas que eran sus pestañas y en esos hermosos ojos, que a veces parecían marrones y, otras, grises como una tarde de lluvia.
–Para ti es algo natural, ¿verdad? –la acusó él, apretando la mandíbula.
–Nadie te está apuntando con una pistola –se defendió ella, ansiando probar de nuevo sus besos–. Puedes soltarme cuando quieras –añadió. Provocarlo estaba empezando a convertirse en un hábito.
–Maldita seas –murmuró él.
Sus cuerpos se amoldaban el uno al otro a la perfección. Y Matteo la envolvió en un beso feroz, hambriento. ¿Quién iba a decir que el reservado Matteo Balsano era capaz de unas demostraciones tan apasionadas?
El tiempo dejó de existir. Él le tocó los pechos y ella gimió, deseando poder arrancarse el vestido para sentir su contacto piel con piel. La chispa prendió entre ellos, desatando un incendio imposible de extinguir. Sin embargo, Matteo fue capaz de echar el freno. Era un hombre con una fuerza de voluntad extraordinaria, pensó ella, mientras él separaba sus bocas con lentitud.
–No puedes echarme la culpa a mí de este beso –señaló ella, frustrada y embriagada al mismo tiempo.
–Ve a ponerte el maldito bañador –rugió él–. Tal vez el agua nos refresque un poco.
Luna se cambió en el dormitorio principal, mientras él lo hacía enla salita. Al mirarse al espejo, ella se avergonzó. Tenía los pechos hinchados y los pezones erectos por las caricias de él. Sin saber muy bien cómo, una poderosa atracción se había despertado entre ellos, se dijo Luna. E iba a ser difícil de mantener a raya.
Aunque sabía que Matteo pensaba que estaba jugando con él. La verdad era, sin embargo, que ella no había ido más en serio en toda su vida. Necesitaba al médico. Y deseaba al hombre. Encima, había otra cosa más que no quería reconocer del todo. Nunca antes había conocido a nadie como Matteo. A veces, ella tenía ganas de derrumbar su escudo de granito. Y, en otras ocasiones, ansiaba refugiarse en su fuerza. Él le hacía sentir cosas en un lugar muy profundo del corazón… cosas que no había experimentado nunca antes.
Durante un momento, Luna reflexionó si sería mejor enviarlo a casa y prescindir de sus servicios. Él había abandonado su rutina por ella y por su sentido del honor y la integridad. Pero era peligroso para ambos. Matteo no quería sentirse atraído por ella. Y ella no quería ser una obra benéfica para él. Estaban en un buen dilema.
Después de ponerse un batín sobre el traje de baño, metió unas cuantas cosas en su bolsa de playa y llamó a la puerta que la separaba de Matteo.
–¿Estás visible? –llamó ella con el corazón acelerado. Matteo abrió la puerta.
–Yo, sí. Pero tú, no –observó él, mirándola de arriba abajo y
posando los ojos en sus piernas. Suspiró–. Voy a ir a la piscina con una estrella de cine. Vas a ver cuando se lo cuente a mis amigos.–No me hagas reír –se burló ella, pasando por delante de él, aliviada porque el tono de la conversación fuera más ligero–. Eres demasiado brillante e importante como para perder el tiempo alardeando con tus amigos.
Matteo cerró la puerta tras ellos y rodeó a su acompañante por los hombros.
–Te crees que lo sabes todo sobre mí, princesa. ¿Acaso te parezco aburrido? A veces, me suelto la melena.