Durante la siguiente hora y media, Matteo la observó recorrer la sala. Su reputación de animal social era bien merecida. Cada vez que se paraba a charlar con un grupo, enseguida, surgían risas. Lo mismo le daba mezclarse con los cámaras que con los actores.–Es un milagro de mujer –comentó Rod, meneando la cabeza–. No tiene nada de diva. No entiendo por qué nadie antes que yo le ha dado la oportunidad de demostrar lo que vale. Es una chica increíble.
–Eso mismo pienso yo.
Otra persona comenzó a hablar con Rod y Matteo aprovechó la oportunidad para observar a Luna en su elemento. Iba de una mesa a otra, se presentaba ante los desconocidos y abrazaba a la gente que conocía. Ni una vez bebió otra cosa que agua. Y, aunque la mariguana estaba circulando sin cortapisas por el comedor, ella declinaba todas las ofertas con una sonrisa.
Los hombres coqueteaban con ella. Las mujeres le contaban cotilleos. Sin la presencia de Luna, aquella reunión hubiera sido una fiesta anodina. Con ella, era todo un evento. A las nueve en punto, Luna volvió a su mesa. Le puso a Matteo un brazo en el cuello con naturalidad y tomó un puñado de cacahuetes de la mesa.
–Es hora de irnos a la cama, señor Balsano. Me han dicho que el nuevo director es un ogro cuando alguien llega tarde por la mañana.
–Así es –asintió Rod, se puso en pie y bostezó–. Toda esta gente se quedará aquí hasta las tantas, pero yo me voy a dormir también.
Matteo le estrechó la mano.
–Ha sido un placer conocerte, Rod. Tengo muchas ganas deverte en acción.
Los tres salieron del restaurante todavía lleno. Brikman le dio un pellizquito a Luna en la mejilla.
–Mañana será tu gran día, Luna. No quiero arriesgarme a meter la pata, pero yo creo que, después de esta película, tu vida ya no será la misma.
Luna vio cómo el director caminaba hacia su cabaña, mientras Matteo y ella se dirigían a la suya.
–No quiero decepcionarlo –comentó ella, nerviosa–. Sé que ha tenido problemas con unas cuantas personas por contratarme.
No había nadie que pudiera verlos en la soledad de la noche. Así que no tenían por qué darse las manos. Ni por qué besarse.
–Es un hombre listo, Luna. Ve algo en ti que puede que tú misma no veas. Un potencial por explorar –afirmó él–. Por cierto, no he tenido ocasión de conocer a tu pareja de reparto… Simón.
–Su vuelo se ha retrasado. No podrá llegar hasta mañana por la mañana.
–Pobrecillo.
–Sí. Eso sí que es empezar con el pie izquierdo.
Luna deseó que fueran una pareja normal para poder quedarse
allí fuera, a charlar bajo la luz de las estrellas. Pero esperó a que Mattel abriera la puerta y entró delante de él.–Espero que Rod sepa lo que está haciendo. Nos ha contratado a mí y a un desconocido –observó ella y se quitó los zapatos. Sacó una botella de agua de la nevera.
La cama de matrimonio dominaba la suite, como una invitación callada a que practicaran un poco de gimnasia sexual. Sin embargo, a menos que Matteo cambiara de idea, lo que no parecía probable, no
habría nada de acción esa noche, pensó ella.–No tienes que ir conmigo por la mañana. Rod quiere hacer una escena al amanecer, así que tendremos que estar listos antes de que salga el sol. Quédate aquí y duerme.
Matteo se quitó los zapatos y los calcetines y se sentó en el sofá con las manos detrás de la cabeza y las piernas sobre la mesa.
–He venido a Antigua para cuidarte. He sobrevivido muchas guardias de madrugada cuando era interno. No te preocupes por mí.
–Si tú lo dices –repuso ella, encogiéndose de hombros.
–No sé si catalogarte como extrovertida o como introvertida –comentó él.
La habitación en la penumbra le estaba dando algunas ideas a Luna… ideas peligrosas. Encendió una de las lámparas de pie y se sentó en una silla delante de Matteo, deseando poder acurrucarse con él en el sofá. Debería ducharse e irse a la cama, se dijo, pues tenía que madrugar mucho al día siguiente. Pero se sentía pegada al sitio.
–Depende de la situación. Me gusta mezclarme con la gente. Aunque, a veces, me canso y prefiero estar sola.
–Tiene sentido.
Luna bostezó.
–Prepárate para acostarte, Luna. Yo iré al baño cuando ya estés en la cama.
–Gracias por venir –dijo ella, tras mirarlo un momento–. Quiero que sepas que entiendo las reglas que has puesto.
–¿Y piensas cumplirlas?
–Sí.