Luna soltó un grito sofocado de placer. Sabía a sal y a secretos. Con la lengua, la penetró una y otra vez. Ella se retorció de placer, incapaz de estarse quieta. Matteo lamió y chupó y la penetró hasta que se quedó rígida y gritó el nombre de él al llegar al clímax. Entonces, él la tomó en sus brazos y se dirigió a la playa. Luna todavía tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Cuando Llegaron a la manta, la depositó con cuidado y la secó con su camisa.–Mírame –pidió él–. Ahora voy a hacerte el amor.
Ella entreabrió los ojos, brillantes de placer, y le lanzó una muda súplica.
–No sabía que podía sentirse algo así –musitó ella con voz apenas audible–. Más. Quiero más.
Su tono de urgencia hizo reír a Matteo.
–Lo que desees, princesa –dijo él e hizo una pausa–. Tengo preservativos en el bolsillo del pantalón. No te muevas.
–Estoy tomando la píldora –informó ella, agarrándolo de la muñeca.
Matteo le abrió las piernas y, antes de colocarse sobre ella, se quedó mirándola.
–Deja de mirar –dijo ella, avergonzada–. Sigamos con lo que estábamos haciendo.
–¿No has oído hablar de saborear las cosas despacio?
–Ya he saboreado bastante, gracias. Te deseo, Matteo Balsano.
Él se inclinó hacia delante, colocando la cabeza de su miembro entre las piernas de ella. Apoyándose en los brazos, presionó. Luna se tensó debajo de él.
–Despacio, por favor.
Eso iba a ser difícil, pensó Matteo. Quería tenerla por completo. En ese momento.
–Haré lo que pueda.
Matteo la penetró un poco más, tal vez, un centímetro, y encontró resistencia. Bastante resistencia. La oscuridad hacía imposible ver la expresión de ella. ¿Qué diablos estaba pasando? Se detuvo, con el cuerpo temblando.
–¿Luna?
Ella se mordió el labio.
–Es mi primera vez, doctor. Así que ve con calma –pidió ella con
voz ronca y emocionada. Matteo no daba crédito.–¿Eres virgen? –preguntó él. ¿La reina de la noche era virgen?
No tenía sentido, pensó.–¿Quieres hablar de esto ahora o prefieres terminar lo que has empezado?
El cuerpo de él latía de deseo. Si hubiera sabido la verdad, nunca habría permitido que aquello pasara.
–Maldición –rugió él y la penetró hasta que rompió la barrera de su virginidad.
El grito de dolor de Luna y la lágrima que le rodó por la mejilla hicieron que Matteo se encogiera de culpabilidad.
–No te enfades, Matteo –suplicó ella, llorando–. Quiero esto. Te deseo. Por favor, no lo estropees.
En ese momento, a Matteo se le rompió el corazón. Una oleada de ternura lo invadió. Le limpió las mejillas con el dedo y fue penetrándola despacio, hasta que el cuerpo de ella le dio la bienvenida por completo.
–Relájate, princesita –le susurró él–. Respira. No me moveré hasta que estés lista –añadió y la besó. Quería demostrarle lo mucho que aquello significaba para él.
–Estoy bien. Es agradable.
¿Agradable? Matteo salió y volvió a entrar hasta el fondo de nuevo.
–Dime si te duele –insistió él, aunque le hubiera costado un mundo frenarse. Ella lo rodeó con las piernas.
–Duele, pero me gusta –aseguró ella–. Me gusta que seas el primero. Había estado esperando a un hombre como tú. Inteligente, noble y amable.
Matteo se avergonzó al oír sus palabras. No era ningún héroe. Era una responsabilidad demasiado grande ser el primero. Aun así, la deseaba demasiado y siguió sumergiéndose en ella una y otra vez.
–No hables. Solo siente –ordenó él.
Sus cuerpos se unieron en el mismo ritmo. Ella le arañó los glúteos con las uñas. El dolor cedió ante el placer que la invadía. Los dos llegaron al éxtasis al unísono.
Matteo se tumbó de lado, llevándola entre sus brazos. Encajaban a la perfección, como si hubieran sido amantes desde siempre. La luna se había puesto y la playa estaba sumida en la oscuridad. Las estrellas brillaban sobre sus cabezas.
–No soy tonto –dijo él, acariciándole la espalda–. No me confesaste que eras virgen porque sabías que, si lo hubieras hecho, no te habría tocado.
–Me has pillado –dijo ella y le dio la espalda. Matteo la oyó llorar y se sintió como un cretino. Sin medir sus palabras, dejó escapar la verdad.
–No me arrepiento, Luna. Es la verdad. Esta noche ha sido un milagro. Tú eres un milagro.
Él le acarició los pechos, sabiendo que ningún hombre la había tenido antes que él. ¿Acaso Luna no sabía que no era digno de ese regalo? Ella se merecía a alguien mejor. Ella suspiró como respuesta.
–Mírame a los ojos –pidió él, tras colocarse encima de ella y penetrarla de nuevo–. Has despertado a la bestia –añadió, estremeciéndose de placer–. No sé si alguna vez conseguiré saciarme de ti.
Luna se movió con él, levantando las caderas, rodeándole el cuello con los brazos y besándolo sin parar. Sus labios eran dulces, amorosos, adictivos. Matteo creyó que habían llegado al orgasmo juntos de nuevo, pero no estaba seguro. Todavía no conocía bien el cuerpo de ella. Antes de que pudiera averiguarlo, sin embargo, cayó rendido en un pesado sueño.
Lunase despertó al sentir que un cangrejito jugaba con los dedos
de sus pies. Le dio una suave patada y bostezó. Todavía era de noche en la playa, aunque los primeros rayos de sol comenzaban a despuntar en el horizonte.