–¡Vamos, a la cama! –ordenó él con una sonrisa.Ella entró en el dormitorio con reticencia y cerró la puerta. Buscó el camisón menos sexy que tenía y se dirigió al baño.
Matteo estaba en un lío. Si se imaginaba acostado con Luna, le subía la temperatura. Lo único que le permitía contenerse era pensar que el día siguiente iba a ser muy importante para ella. Necesitaba dejarla dormir. Cuando ella lo avisó, Matteo entró en el dormitorio y respiró hondo.
–No tardaré –prometió él–. Puedes apagar la… –comenzó a decir y se quedó petrificado.
Luna estaba junto a la cama, inclinándose para poner el despertador. Llevaba una camiseta vieja muy grande, con el cuello dado de sí, que dejaba al descubierto uno de sus hombros.
–Esto no funciona. Utilizaré el teléfono.
Él se giró, consciente de que aquella imagen iba a quedar grabada en su mente para siempre. ¿Llevaría ella ropa interior?
Maldición. Agarró lo que necesitaba de la maleta y se encerró en el baño, lejos de la tentación. Después de darse una ducha helada, seguía igual de excitado. Armándose de fuerza de voluntad, salió del baño.
Luna estaba profundamente dormida, tapada hasta la barbilla.
Matteo dio la vuelta y apagó la luz de la mesilla. Era una mujer fascinante, tan pronto vulnerable y tímida como seductora y traviesa. Si estuviera buscando pareja, Luna sería su primera opción. Pero le gustaba la tranquilidad de su clínica y la rutina de su trabajo. Y Luna no era más que una estrella que iluminaba su firmamento durante un momento mágico, pero fugaz.
Apartándole el pelo de la cara con una suave caricia, se recordó todas las razones por las que no podía tenerla.Luna se despertó antes de que sonara el despertador. Lo apagó y salió de la cama. Estaba acostumbrada a arreglarse en un santiamén y no tardó nada en estar lista. Se lavó los dientes y la cara y se puso unas mallas y un ligero suéter.
–¿Qué hora es? –preguntó él cuando Luna salió del baño.
–Todavía es de noche. Sigue durmiendo.
Matteo se pasó la mano por el pelo y se sentó.
–¿Quieres café? –ofreció él.
–Nina me lo dará en el coche. No está lejos de aquí. El rodaje será en la cala de al lado. ¿Seguro que quieres venir?
Matteo se puso en pie. Tenía el pecho desnudo. Los pantalones de algodón del pijama dejaban al descubierto sus firmes caderas.
–Dame cinco minutos –dijo él, somnoliento.
Cuando se metió en el baño, Luna se llevó la mano al corazón, sorprendida porque no se le hubiera salido del pecho. Recién levantado y con el pecho desnudo, Matteo parecía más un pirata que un médico. Pocos minutos después, él se presentó en la puerta, al mismo tiempo que llegaba Nina para recogerlos con el coche.
–Buenos días, Nina. Gracias por ser tan puntual –saludó Luna.
Nina no respondió y, por su lenguaje corporal, parecía tensa. Luna y Matteo se sentaron en los asientos traseros. Un termo los esperaba en una caja de cartón. Él sirvió dos tazas y le tendió una a su acompañante.
Ella tomó una galleta de una bolsa abierta, obligándose a tragar. Tenía el estómago encogido por los nervios. Miró por la ventanilla. Todo estaba oscuro fuera.
–Relájate, Luna. ¿Eres siempre tan inquieta?
Cuando Matteo le tocó el brazo, ella se sobresaltó. Soltó una risita nerviosa.
–A veces, peor. Pero se me pasará. Dentro de tres o cuatro días, me habré acostumbrado a la rutina. Pero siempre es así al principio.
Matteo le frotó la espalda para darle ánimos.
–¿Es ahora cuando tengo que decirte que te imagines a todos tus compañeros de reparto en ropa interior?
–Por favor, no –pidió ella, riendo.
Él le dio la mano, ofreciéndole su fuerza. Era agradable tener un compañero, pensó ella y, de pronto, entendió por qué tantos actores se llevaban a su pareja al rodaje. El consuelo de ver una cara familiar tras un largo día ayudaba a disipar el estrés.
Nina tomó una curva y giró a la derecha para seguir por un camino sin asfaltar que conducía a la playa. La luna todavía estaba en el cielo, pero había mucha luz artificial iluminando la escena. Cuando se bajaron del coche, Luna miró a su alrededor, llena de la excitación que siempre generaban los nuevos proyectos. Matteo estaba a su lado, terminándose la tercera taza de café.
–Puedes encontrar comida y lo que necesites ahí –indicó ella, señalando una tienda muy grande–. Si quieres dormir un poco más, el coche estará abierto. Tengo que ir a peluquería y maquillaje. ¿Estarás bien?
Él la sorprendió con un cálido beso con sabor a café.
–Soy un chico mayor. No te preocupes por mí. Ve a hacer tus cosas.
Luna le acarició la mejilla.
–Me alegro de que estés aquí –afirmó ella con sinceridad, acariciándole la mejilla.
–Y yo. Ahora, tranquila. Lo vas a hacer genial.
Luna se alejó con una sonrisa en la boca y se giró un instante para comprobar que él la estaba siguiendo con la mirada. Se preguntó qué estaría pensando. Momentos después, el frenesí de los preparativos capturó toda su atención. Pero, a pesar de la confusión, sabía que Matteo Balsano estaba de guardia, velando por ella.